Cuando aún resonaba el ruido de algún petardo y se veía los restos de las hogueras que prendieron en la verbena de San Joan los comerciantes del Mercadal de Martí l’humà no faltaron a su cita semanal. Aunque en esta ocasión no estaban todos, cierto.
De las más de trescientas paradas de ropa, calzado, librería, alimentación y complementos habituales, había una elevada representación en el tramo de la avenida de Béjar que enlaza la carretera de Matadepera con la avenida del Vallès. Hubo comerciantes que prefirieron hacer un alto en el camino y no instalar su parada el 24 de junio para acabar de celebrar la festividad con los suyos.
Los más osados prácticamente enlazaron la celebración de la verbena con la rutina semanal que comporta instalarse cada miércoles en un mercadillo, que ayer abrió a primera hora de la mañana y cerró a las dos de la tarde. Un horario prolongado que se animó al mediodía con la visita de familias con niños (muchos aprovecharon para pasear con el carrito de bebé), de jubilados y de jóvenes que esperaban hacerse con alguna ganga. “Hemos salido a pasear un rato con los niños”, comentaba una madre a una vecina que se acababa de encontrar, mientras las criaturas esperaban impacientes bajo un sol de justicia.
Los visitantes van al mercadillo porque consideran que el precio es determinante y, para los comerciantes, es el único que fija el ritmo de ventas. Ayer, por ejemplo, había vendedores que anunciaban a grito pelado todo tipo de ropa a tan solo 1 euro. El mismo precio de los que vociferaban las ofertas en toallas, moda íntima, ropa infantil, bolsos o, incluso, bolsas nevera. En estas paradas la afluencia de mujeres fue una constante. No pararon ni un instante de buscar y rebuscar entre los montones de artículos para encontrar el deseado (o no). Incluso no tuvieron reparo en probarse las prendas sobre la vestimenta habitual, ya fuera una camisa blanca de tirantes o un sujetador. Una imagen que, aún siendo habitual, no deja de sorprender a propios y extraños. “No me importa hacerlo, así veo si me va bien”, comentaba una mujer de mediana edad, que iba acompañada de su hija adolescente.
Mientras ellas se hacían con la ganga, la pareja o los hijos buscaban una sombra donde cobijarse de los 29 grados que marcaba el termómetro a las 12.30 del mediodía. O bien aprovechaban para comprar porras en las dos o tres churrerías instaladas o para tomarse el aperitivo en uno de los bares ambulantes próximos a la venida del Vallés a ritmo de rumba. Porque, para muchos, el objetivo era más mirar y menos comprar. Aprovechar el día festivo para pasear con tranquilidad y encontrarse con los vecinos de los barrios más próximos (Sant Pere Nord, Ca n’Anglada, Zona Olímpica, Ègara…) que acuden a menudo al Mercadal de Martí l’humà.
Este 24 de junio, y valga la redundancia, no fue una jornada comercial para tirar cohetes. La afluencia fue notable, pero no como la de otros miércoles ni como la campaña de rebajas donde caminar por la avenida de Béjar se puede convertir en un verdadero suplicio.
El Mercadal se convirtió ayer en el único lugar para ir de compras en un día festivo. Una apuesta comercial que no se saldó con un resultado espléndido, a pesar de que los vendedores hicieron todo lo que estuvo en su mano para llamar la atención de los centenares de transeúntes. Bolsos, cinturones, bañadores, calcetines, pijamas, sábanas, cojines, cortinas, zapatos, plantas, ropa infantil y complementos de moda fueron algunos de los artículos que los visitantes pudieron adquirir, junto con los productos que comercializaban las (pocas) paradas de alimentación, de quesos, frutas, verduras, herboristerías y venta de productos naturales.