Al borde de cumplir 100 años, Neus Català (Els Guiamets, Tarragona, 1915) es tal vez la cara más reconocible en Catalunya de la deportación a los campos nazis. Conmovedora prueba de la más dura historia, Català nació en la comarca de El Priorat, donde en la actualidad reside, aunque pasó buena parte de su vida en Rubí, una ciudad con la que desde siempre ha mantenido una estrecha relación.
Es una mujer comprometida de experiencia indeleble. De ahí que la Generalitat haya hecho de 2015 el Any Neus Català. Ella es la última española que sobrevivió al campo alemán de Ravensbrück. Como el de Mauthausen, el recinto fue liberado por el bando opositor al nazismo en 1945. Hace ya siete décadas del fin de una pesadilla que aún hoy no puede olvidarse.
Ravensbrück fue el mayor campo de concentración de mujeres en territorio alemán y uno de los más cruentos. Situado a unos 90 kilómetros al norte de Berlín, en un enclave pantanoso, allí acabaron presas unas 132 mil féminas. Sobre todo había polacas, alemanas, austríacas y rusas. El número de españolas fue de unas 400.
Neus Català llegó a Ravensbrück en la gélida madrugada del 3 de febrero de 1944, junto a otras mil mujeres. Cuenta que iban vigiladas por una decena de perros lobos, que parecían dispuestos a abalanzarse sobre ellas en cualquier momento. Tras cruzar la puerta del campo ya nada volvería a ser lo mismo.
Antes de llegar a Ravensbrück, la vida de Català había sido intensa y, ya desde su juventud, llena de compromiso. Hija de campesinos, la rubinense se hizo enfermera en 1937. Pronto se implicó en política y formó parte de las Joventuts Socialistes Unificades de Catalunya.
Tras acabar la Guerra Civil Española, ante el avance definitivo de las tropas franquistas, se exilió a Francia. Pero no se fue sola. Con ella se llevó a 180 niños huérfanos de la colonia Negrín de Premià de Dalt. Ya en el tierras galas, Català formó parte junto a su primer marido, Albert Roger, de la resistencia francesa. Con los hombres en los campos de batalla, mujeres como Neus Català actuaban de enlace en la transmisión de mensajes, y su casa se convirtió en el escondite de guerrilleros antifascistas.Pero la denunciaron y la Gestapo, la policía secreta de la Alemania hitleriana, la detuvo junto a su esposo en noviembre de 1943. De él comenzó entonces a despedirse para siempre.
Cuatro días de inhumano viaje a bordo de un tren donde apenas podía respirarse llevó a Neus Català hasta el campo nazi de Ravensbrück. “El 3 de febrero de 1944 acabó mi juventud”, ha comentado en alguna ocasión. Cuando hace 70 años se produjo la liberación de los campos, un 65 por ciento de los 9 mil españoles deportados habían encontrado la muerte en estas aterradoras instalaciones. Aunque las décadas hayan pasado, prestar atención a los testimonios de los “afortunados” que sobrevivieron al horror sirve para hacerse una idea, aunque tan sólo pueda ser ligera, de cómo debía ser aquella cotidianidad pavorosa.
Igual que Neus Català, Cristóbal Soriano (Barcelona, 1919) también sobrevivió a los campos nazis. Tras luchar con el bando republicano en la Batalla del Ebro y exiliarse después a Francia, se enroló en el ejército galo para combatir a los alemanes. Pero cayó preso de éstos cerca de Bélgica en 1940. En noviembre de tal año llegó a Mauthausen.”Nos levantábamos a las seis de la mañana, íbamos a lavarnos, nos daban una taza de caldo y nos hacían formar. Así, los nazis organizaban grupos de trabajo. Salíamos a la cantera. Trabajábamos muchas horas. Al mediodía quizá comíamos un cazo de patatas y poco más. A las seis de la tarde volvíamos a las barracas. Te ofrecían un cacho de pan, un poco de café y a la cama”, recuerda el superviviente. “Veíamos cómo los nazis daban palizas a los prisioneros. Decíamos que aquello era el fin del mundo”, comenta. “A mí, me pegaron dos veces. Te bajaban los pantalones, te ponían el culo al aire y tenías que contar en alemán el número de golpes que recibías… eins, zwei, drei, vier, fünf, sechs… Si te equivocabas, ellos volvían a empezar”, explica.
El catalán sólo pasó en Mauthausen dos meses. Allí coincidió con su hermano José, al que después transportaron al campo anexo de Gusen. Cristóbal quería ir con él, así que logró que también le llevaran a Gusen. Pero su hermano ya no era válido para los nazis, porque estaba débil para trabajar, así que lo condujeron al Castillo de Hartheim, donde lo mataron. “Él creía que se lo llevaban para curarle”, cuenta con el acento francés que dan los años pasados en Montpellier.
Mientras, no demasiado lejos del complejo de Mathausen-Gusen, Neus Català se hacía fuerte en la desgracia. Afirma que sobrevivió por su buen humor y por ser dura. Tanto como para soportar la humillación de verse convertida en un simple número, el 27532. En el campo de Ravensbrück, el de las mujeres, el temible doctor Karl Gebhardt llevó a cabo experimentos médicos con las presas. Los nazis creían que las esclavas iban a rendir más si no tenían la menstruación, de manera que les ponían inyecciones para tal fin. Neus Català fue víctima de esta práctica.
Una noche, las guardianas del campo llamaron por el número a varias cautivas, entre las que estaba Català. Pensaban que las llevarían a la cámara de gas, pero tras un largo viaje en tren de varios días acabaron en Holleischen, en Checoslovaquia. En aquel campo, Català y sus compañeras se vieron obligadas a fabricar armamento para los nazis. Ellas escupían en la pólvora para que así se volviera inservible. Hasta que un día las SS las dejaron solas, no sin antes minar el campo. Los rusos habían conquistado Praga. La libertad estaba cerca.
Preguntado sobre cómo logró resistir en Mauthausen, Cristóbal Soriano responde: “Yo hice todo para vivir. No quería morir. Trataba de vencer el hambre ingeniándomelas para hacerme con algún alimento. Muchos presos pensaron que fallecerían y los acabaron matando con una inyección de gasolina en el corazón, en la cámara de gas o de cualquier otra tremenda manera”.
Una vez que recuperó la libertad, Soriano se centró en su trabajo y su familia para no pensar en el pasado. Mientras, Català conoció a su segundo esposo, con el que tuvo dos hijos, a pesar de que siempre había creído que no podía ser madre por la secuelas del cautiverio. Distintos y parecidos a un tiempo, los caminos de Cristóbal Soriano y Neus Català confluyen en un mismo fin, el de evitar que cualquier barbaridad totalitaria pueda volver a destrozar inocentes vidas.