Terrassa

Cinco años sobreviviendo en la hostilidad

Formó parte del ejército republicano durante la Guerra Civil, ayudó a construir la Línea Maginot en Francia y, tras caer prisionero de los nazis, logró superar el infierno de Mauthausen. Allí tenía
el número 3172. Los demás compañeros del campo le preguntaban cómo había logrado resistir en aquel mundo. Cuando llegó, un día 6 de agosto del año 1940, por extraño que resulte, los copos de nieve caían sobre el campo de Mauthausen. El tiempo, ilógico, parecía querer sumarse a un proyecto, el nazismo, carente por completo de toda sensatez. “Fue el primero en recibir una patada porque sugirió cambiar los zapatos que le habían asignado ya que le iban muy grandes”, explicaba Francesca Savall, viuda del egarense Joaquim Sala i Prat, en una entrevista publicada en Diari de Terrassa el 13 de mayo de 2005.

Huérfano de madre desde los seis años, la vida de aquel chico inteligente -aunque de trato algo difícil- nacido en 1915 estaba en un principio encaminada a discurrir entre los comestibles de la tienda que su familia tenía en la esquina entre las calles de Sant Gaietà y Sant Isidre. Pero Joaquim quiso estudiar, así que cursó bachillerato. Siempre había deseado ser ingeniero.

Como sucedió con tantos otros jóvenes y no tan jóvenes de la época, la Guerra Civil truncó sus aspiraciones personales, ya que se vio obligado a luchar en las filas republicanas. Su hija Narcisa Sala, una mujer veterana, culta y de voz pausada, explica que su padre, a sabiendas de cuál sería el futuro inmediato que le esperaba, decidió prepararse antes de tomar parte en la contienda. “Se había formado en la Escola Popular de Guerra de Barcelona que había creado el bando republicano”, comenta.

Con apenas 20 años, Joaquim fue al frente de Aragón. Francesca, su viuda, decía: “Era comandante de artillería. Tuvo problemas con los rusos porque colocaba glicerina en los cañones para saber si alguien los tocaba […] Luego fue comandante de plaza en el pueblo de Moneva, en la provincia de Zaragoza, donde mandaban los anarquistas”.

Pero el avance de las tropas de Franco hizo que el egarense, que tenía decenas de soldados a su cargo, emprendiese la retirada. “Resultó modélica. No perdió ni a uno de sus hombres”, cuenta su hija. El exilio fue a través de Puigcerdà. Así comenzaba un largo y fatigoso periplo lejos de casa.

“Tras cruzar la frontera estuvo en un campo de refugiados en Argelers”, menciona Narcisa. “Poco después, mi padre decidió ayudar a los franceses a construir la Línea Maginot”, añade. Era una edificación defensiva que los galos levantaban ante la amenaza bélica que llegaba de sus vecinos germanos.

“En 1940, Joaquim estaba en el norte de Francia. Los alemanes entraron desde Bélgica y lo apresaron junto a su grupo. Me contó que los llevaron a pie hasta Alemania. Caminaron una media de 60 kilómetros al día”, declaraba Francesca Savall a Diari de Terrassa.

Ya cautivo de los nazis, Joaquim pasó por un campo germano de prisioneros de guerra. Narcisa Sala afirma: “Allí hubo un alemán que admiraba el tipo de retirada que en la Guerra Civil había planificado mi padre. Y le aconsejó que tratara de escapar porque sabía que allí donde les conducirían después no salían con vida”.

Con tan sólo 25 años, el joven terrassense entró en Mauthausen. “Llegó el 6 de agosto de 1940. También nevó aquel día. El del campo era un tiempo bastante extraño”, contaba su esposa.

“Mi padre fue uno de los primeros en llegar al campo de concentración situado en la actual Austria”, dice Narcisa. El egarense “ayudó” a construir el recinto de aciago recuerdo. También trabajó en la cantera. La falta de higiene y de las mínimas condiciones de vida, los asesinatos gratuitos, los suicidios de sus compañeros presos y la inhumana disciplina que imponían los nazis, siempre sin escrúpulos, perfilaban un terrible día a día.

Francesca Savall detallaba: “Los reclusos veían el humo de los crematorios. Cuando era negro, sabían que los nazis incineraban esqueletos de presos. El humo blanco significaba que los restos quemados no eran sólo óseos. Joaquim veía que los judíos eran los más perseguidos”. En el campo, el egarense tenía el número 3172.

“Aunque resultaba difícil, mi padre supo cómo moverse dentro de aquel mundo de Mauthausen”, afirma su hija. Su viuda rememoraba: “Mi marido llegó a pesar 37 kilos picando piedra en el campo. Los nazis golpeaban a los que no trabajaban como ellos querían y obligaban a los presos a pegar a otros. Después lo mandaron a cuidar cerdos y engordó hasta los 70 kilos porque se comía el alimento de los animales. Su ración de comida para personas se la daba a otros presos, sobre todo a los que enfermaban”.

Al hablar de la historia de su padre, Narcisa comenta que los presos empezaron a preguntarse cómo era que Joaquim tenía un número tan bajo, el 3172, ya que este hecho indicaba que llevaba tiempo sobreviviendo en aquel infernal lugar.

Tras pasar dos años de penurias en Mauthausen, los nazis mandaron al joven a Ebensee, un campo satélite del primero donde los alemanes tenían unos túneles en los que producían armamento de guerra. “El trabajo que allí imponían a los presos también era muy duro, con horas ilimitadas de férreas tareas”, apunta Narcisa.

Pero Joaquim Sala también logró resistir a Ebensee, donde estuvo hasta el año 1945. Los nazis, inquietos ante el avance de las tropas aliadas, decidieron abandonar la zona. “Entonces, mi padre se vio capaz de caminar hasta que encontró a las líneas americanas”, añade. Había recuperado la libertad perdida.

Tras pasar por Suiza y vivir un año en Montpellier, Joaquim retornó a Terrassa en 1948. “Enseguida comenzó a explicar qué había pasado en Mauthausen. No le creían. Informaba de algo que el franquismo no reconocía”, dice Narcisa. Joaquim murió en 1997, a los 81 años. Su hija añade: “En apariencia, mi padre se rehizo, aunque una vivencia así daña el espíritu de quien la sufre. Después, ya nada en la vida vuelve a ser lo mismo”.

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