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El estadio, la joya de la corona de un moderno complejo olímpico

Los Juegos Olímpicos tuvieron un resultado muy positivo para la ciudad, con una inversión económica global en obras que se situó sobre los 24 millones de euros (4.000 millones de pesetas). Dentro de ese paquete, la actuación más destacada fue la referida a la construcción de la nueva Àrea Olímpica, un espléndido centro deportivo que acogió los partidos de la competición de hockey en el apartado masculino y femenino. Un complejo cuyo coste estaba fuera de las posibilidades de la ciudad en aquellos años y que de no haber sido por la celebración de los Juegos Olímpicos hubiese sido imposible llevar a cabo. "Estaba fuera de programa", reconoce el entonces gerente de Urbanismo del Ayuntamiento de Terrassa, Pere Montaña. "En el programa de obligaciones del gobierno municipal esta obra hubiese ido a la cola. La ciudad tenía claro que quería hacer Vallparadís o soterrar las vías de Renfe, pero remodelar el complejo deportivo con una inversión de categoría no te lo pedía nadie."

Terrassa quería ofrecer el mejor complejo de hockey de la historia olímpica. Las reticencias mostradas desde el principio por la Federación Internacional hacia la sede terrassense condujeron también hacia un esfuerzo superlativo en esa dirección. La ubicación de las instalaciones olímpicas no ofrecía duda por cuanto Terrassa disponía de un núcleo ya consolidado en la avenida del Abad Marcet, aunque el complejo presentaba un estado de deterioro más que apreciable. El Estadio Municipal, gestionado por el Terrassa FC, las viejas pistas de atletismo y las instalaciones del deporte escolar, con el ya caducado globo que cumplía las funciones de pabellón cubierto, concentraban buena parte de la actividad deportiva de la ciudad. Pero era preciso acometer un proyecto de transformación drástico.

La inversión económica en la construcción del Àrea Olímpica alcanzó los 2.615 millones de pesetas (15,7 millones de euros), de los que el Ayuntamiento sólo tuvo que aportar 800. El resto corrió a cargo del COOB’92 y de las administraciones públicas. "Esta fue la gran operación olímpica", señala Pere Montaña. "Nosotros solos no podríamos haber realizado aquella inversión. Y pese a los años que han pasado el producto sigue siendo muy bueno." Montaña añade que al diseñar el nuevo complejo deportivo se pensó en el presente y en el futuro. "Nuestro propósito era construir una instalación moderna que cumpliese las exigencias olímpicas, pero que después fuese explotada por el deporte de la ciudad."

Adiós a la Zona Deportiva
La vieja Zona Deportiva había concentrado gran parte de la actividad deportiva local durante treinta años. El Estadio Municipal fue inaugurado en 1961, obra del arquitecto Francesc Bassó. La pista de atletismo, cuya superficie era de ceniza y tenía 300 metros de cuerda en lugar de 400, fue construida en 1958. Las instalaciones del CN Terrassa, el ya existente Estadi Federatiu de hockey, y la zona del deporte escolar completaban un centro envejecido y con unas instalaciones concentradas en el mismo punto geográfico pero desconectadas entre sí.

El proyecto se asentó sobre el eje de un Estadi Olímpic imponente con una capacidad para 12.000 espectadores. La remodelada instalación tomó una dimensión totalmente distinta dando paso a un estadio de diseño atrevido y con unos signos de identidad muy definidos que le daban su aspecto arquitectónico volcánico, con las gradas por debajo del nivel de las gradas, y unas torres de iluminación espectaculares visibles desde cualquier punto de la ciudad.

El equipo de arquitectos que se encargó del proyecto estudió distintos estadios europeos con el fin de encontrar alguna solución adecuada para las exigencias del de Terrassa, destinado a la práctica del hockey durante los Juegos Olímpicos pero que una vez finalizados los mismos pasaría de nuevo a convertirse en un campo de fútbol. "Vimos un estadio en Alemania que nos gustó, con un modelo de volcán que es el que aplicamos", recuerda el arquitecto terrassense Carles Escudé, miembro del equipo que llevó a cabo el proyecto. "La idea era enterrar el estadio, eliminando el muro exterior del antiguo. Sólo sobresalía la tribuna y después las torres de iluminación. En aquel momento se podían encontrar pocos estadios como el de Terrassa." La instalación de las torres fue una de las grandes apuestas del proyecto. "Al ser un estadio en forma de volcán, la gente se podía preguntar dónde estaba. Y era preciso añadir un elemento distintivo. Con las torres se conseguía una identidad visual porque desde lejos se puede identificar dónde se encuentra."

Las exigencias olímpicas obligaban a disponer de un segundo escenario de competición, que se ubicó en el Estadi Federatiu, mejorado y ampliado. Y también fue preciso disponer de un tercer campo para el calentamiento de los equipos, que se levantó sobre los terrenos de la vieja pista de atletismo.

Además, se construyeron unas nuevas pistas polideportivas semicubiertas destinadas al deporte escolar. Se remodeló el edificio denominado Xalet y se construyó un nuevo espacio, denominado Saló, cuya cubierta era el eje centralizador del conjunto, una especie de plaza central que comunicaba las distintas piezas del complejo olímpico. Ese edificio fue dotado de vestuarios y gimnasios que en la actualidad gestiona el CN Terrassa. Una de las actuaciones más espectaculares fue la construcción de un túnel de conexión con el Estadi.

"Aquel conjunto de instalaciones estaba desestructurado. Y era preciso construir una unidad", recuerda Carles Escudé. Escudé señala que se hizo una apuesta por una arquitectura adelantada a la época, pero sin extravagancias. "Por eso el Àrea Olímpica mantiene esta imagen de modernidad pese al paso de los años".

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