Waterloo es una población de la provincia belga de Bravante, situada a unos 18 kilómetros, no más de veinte minutos, en dirección sur, del aeropuerto de Bruselas. Se trata de un municipio tranquilo, exclusivo, muy exclusivo. Es probable que la elección de la residencia haya sido especialmente cuidada, pues todo y ser un edifico noble y atractivo, lejos de ser austero, sí reviste su imagen de cuidada sencillez, especialmente si lo comparamos con su entorno.
El inmueble no presenta signos externos llamativos. Una cadena cierra el paso al pequeño jardín que la precede, sin más pretensión disuasoria que la advertencia de que se entra en una propiedad privada. El jardín da paso a las escaleras de acceso. Un discreto lazo amarillo cuelga del pasamanos de la puerta y, a la derecha, un rótulo “Casa de la República”. Quienes la frecuentan se refieren a ella como “la casa”. Es esa y no otra, como si de un ente abstracto se tratase, cuyo contenido y significado va más allá de la mera descripción del edificio residencial: “la casa” es un elemento cuasi místico.
Se accede a un recibidor en el que hay varios sillones y a la izquierda, bajo un cuadro en el que aparece una mujer con un gorro y una bufanda amarillos, bajo la palabra “Llibertat”, hay una escultura que se llama “1 d’octubre”, formada por brazos con las manos abiertas, clavados en una superficie. En ese espacio está la escalera de descenso al sótano y de ascenso al piso superior, residencia del President.
Área de trabajo
La planta baja es una zona eminentemente de trabajo y lugar de recepción de las numerosas visitas que recibe Carles Puigdemont. A la izquierda, dos habitaciones pequeñas. En una de ellas , de 3×2, se ha habilitado el espacio donde Puigdemont y sus consellers en el exilio realizan las intervenciones públicas y mediáticas a través de videoconferencia. En una pared, una gran pantalla bajo una cámara; en la pared de enfrente, las banderas de Catalunya y Europea.
En la misma planta también está la cocina, amplia, atractiva, aunque sin lujos, con isla de trabajo en el centro, lugar de peregrinaje para preparar cafés o infusiones en las largas jornadas de actividad. A la derecha, el gran salón en forma de “ele”, desde el que también se accede a la cocina y que está habilitado como amplio espacio de trabajo. Con ventanas a la parte delantera y al jardín trasero.
Cuenta con dos grandes mesas, dos sofás y televisión. Se acumulan objetos de todo tipo; la mayoría, obras de arte, pinturas y esculturas alegóricas al momento que vive Catalunya. Ente ellas, el cuadro que se ha hecho famoso y que pintó un mosso d’esquadra sobre la base de una fotografía, no tan famosa como el cuadro, pero igualmente impactante. La foto se tomó el 1 de octubre en el colegio en el que precisamente debía votar Carles Puigdemont: un joven grita entre un oscuro mar de policías, escudos, cascos y porras.
La vida en “la casa” gira, por supuesto, en torno al President y su extraordinaria agenda. Se le profesa un respeto reverencial que pone de manifiesto la voluntad de todos de mantener la dignidad institucional del Govern de la Generalitat en el exilio.
Los desplazamientos son constantes y las visitas, diarias. El día de la entrevista con Diari de Terrassa, Carles Puigdemont se mostró abierto y cercano, pero no escondía cierta preocupación tras un semblante cansado. Se respiraba tensión en “la casa”. Había que preparar el debate de TV3, en el que finalmente no participaron, ni él ni Junqueras. Sí lo hizo Oriol Sarri, que ese día preparó en “la casa” el debate. Sarri forma parte de su equipo de asesores y participó con el encargo de abandonar el plató en señal de protesta.
Una persona se encarga de la seguridad y un jefe de prensa invierte sus vacaciones trabajando en la campaña electoral del President. Son constantes asimismo las idas y venidas de los consellers Lluís Puig y Toni Comín, presentes también ese día en “la casa”, aunque viven en Bruselas. También hay personas que van y vienen de Barcelona de forma regular o cuando son requeridos.
Se dice que el alquiler de la vivienda asciende a unos 4.400 euros al mes. No se conoce la financiación, pero, en cualquier caso, Puigdemont asegura que los gastos de su estancia en Waterloo no se cubren con dinero público “como no se cubrió el 1 de octubre con dinero público, tal como sabe todo el mundo”.
Por cierto, en una calle de paso obligado para las visitas de Puigdemont, muy cerca de “la casa”, hay otra que luce una bandera española colgando de una ventana.