Ella tenía 26 años. Él, 81. Se hicieron amigos, bastante amigos, hasta que ella sableó al anciano y le acabó sacando 8.000 euros con el uso de la pena, apelando con sollozos a su ayuda porque su pobre padre había fallecido, y ella necesitaba el dinero para enterrarlo allí en su país, en Marruecos. Ese fue el primer ardid. Luego llegó otro, también relacionado con la supuesta muerte del padre: tenía que viajar a Marruecos para vender la casa familiar. Hubo otro embeleco, más liviano en cuanto al tema elegido: le pidió pasta para estudiar enfermería. Se lo devolvería todo, le prometió. Pero se trataba de una estafa, de la estafa del padre muerto, de un timo que la Justicia considera probado y por el que ha condenado a la joven a dos años de prisión y, por supuesto, a devolver los 8.000 euros a la provecta víctima.
Se conocieron en octubre del 2016 en un establecimiento de Terrassa, una panadería a la que la víctima y su esposa, enferma de Alzheimer, acudían a desayunar en compañía de una cuidadora. El estafado explicó una de las primeras conversaciones. Ella contó que trabajaba en un restaurante y él apuntó que conocía a los dueños de tal lugar. "¿Por qué no salimos alguna vez?", preguntó la joven.
Quedaron una vez, luego otra. Se citaban a menudo. Corría el mes de noviembre del 2016 y la chica comenzó a pedir dinero a su amigo. Las peticiones, que duraron hasta enero del 2017, siempre tenían carácter de urgencia. Su padre había muerto, dijo la joven al anciano entre lágrimas de desconsuelo, los ojos arrasados. Era algo perentorio: necesitaba viajar a Marruecos para sepultar a su querido progenitor, pues debía parar los recargos que, según ella, le aplicaban a cada día que pasaba sin proceder al enterramiento. La deuda ascendía. Te lo devolveré, le decía. Necesitaba más dinero, aún más, para ir a Marruecos, a vender la casa del padre. Luego aseguró que los préstamos los iba a dedicar a estudiar enfermería.
Ella misma acompañaba al estafado a oficinas bancarias, a media mañana, a eso de las once, o al mediodía. A veces lo esperaba sentada en un banco. Él sacaba el parné y se lo entregaba, un día 1.000 euros, otro día 1.500; entre una cifra y la otra oscilaban las cantidades libradas por el benefactor engañado.
Te lo devolveré, le decía, pero él veía que el pago de la deuda se postergaba, mas se dio cuenta del todo de la artimaña cuando se presentó en el restaurante donde trabajaba la acusada. Ella aseguró que no lo conocía. Luego de verse invadido por el chasco, denunció los hechos y calculó que la cuantía del timo subía hasta los 8.000 euros.
La joven fue imputada y se sentó en el banquillo en el juzgado de lo penal número 3 de Terrassa.
¿Qué dijo en su defensa? Lo negó todo. No que conociera al anciano, pues eso lo reconoció, sino que este le hubiera dejado dinero. No era cierto, tampoco, que informase al hombre de la muerte de su padre, según el testimonio de la procesada. Nada le había dicho de viajar a Marruecos, ni de cursar estudios de enfermería. Eso contó ella.
Es verdad que no había pruebas de la estafa. No había pruebas directas y fehacientes de ruegos ni de súplicas ni de entregas de dinero, pero el magistrado consideró verosímil el testimonio del afectado. No sólo por la coherencia y la persistencia del mismo, sino por las pruebas indirectas, de naturaleza periférica, que corroboraban su versión. Una de esas pruebas: los extractos bancarios, "de los que se deriva que el denunciante efectuó numerosas extracciones en ventanilla en diferentes sucursales", señala la sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona que ratifica la primera resolución.
Sólo en el mes de noviembre, cuando denunciada y denunciante mantuvieron una relación más cercana, el hombre sacó de bancos cinco cantidades distintas, a razón de 1.500 euros cada reintegro, cuando él acostumbraba a sacar 1.500 euros al mes para sus gastos y para pagar a las dos mujeres que cuidaban a su esposa enferma. En diciembre retiró 4.500 euros en tres operaciones. En enero hizo dos extracciones, una de 1.100 y otra de 1.000 euros. Apenas le quedaban 175 euros en la cuenta.
Sí, la chica aquella a la que habían conocido en la pandería se aproximaba mucho al señor. Eso contó una de las cuidadoras, que percibió el olor a chamusquina de todo aquello.
Mucho se acercaba
Ella, la cuidadora, la veía a través de los cristales de la casa, las veces que se quedaba en el domicilio y la pareja de ancianos salía a pasear. Y entonces veía a aquella muchacha acercarse demasiado al hombre. Y a veces llamaban al teléfono. Si lo cogía él, se iniciaba y se mantenía una conversación. Si lo cogía otra persona, quien llamaba colgaba rápido. La cuidadora comentó el asunto con una hija del estafado. Este confirmó que quien llamaba era la chica de la panadería y que a veces entraba en su casa cuando la trabajadora sanitaria se había marchado. La acusada cobraba menos de 600 euros en el restaurante, y ese bajo sueldo podría explicar, según los magistrados, que pidiese dinero al anciano.
No era cierto que padre hubiera muerto. Ni que la procesada estudiara enfermería. Lo afirmó la hermana de la acusada: nada de eso era verdad. La joven camarera, considerada culpable de un delito continuado de estafa, ha sido condenada a dos años de prisión, y a indemnizar con 8.000 euros al denunciante. Los hijos del hombre calculaban que el fraude en aquel embuste había sido aun de mayor cuantía, de unos 14.000 euros.