La conmemoración de un día mundial tiene como principal carácter el evidenciar que hay algo que no va bien. Se trata de dar visibilidad a problemas concretos de alcance general. Hay algunos que puede resultar incluso peregrinos, pero la mayoría de ellos nos ponen ante nuestros ojos cuestiones que quizás de otra manera sería difícil deparar en ellas e incluso conocer. Hoy es el Día Mundial Contra la Islamofobia. Tal como está la situación, no parece que sea mala cosa reflexionar sobre los centenares de miles de personas musulmanas del mundo que sufren sólo por serlo y la amenaza del extremismo de su misma confesión. Los musulmanes no sólo son el principal objetivo de sus extremistas radicales, sino que por el hecho de serlo sufren el prejuicio de las comunidades donde se asientan y ni siquiera perciben un mínimo de comprensión por la realidad en la que viven.
El paradigma de "islam es igual a terrorismo" es tan fácil y peligroso como el "los musulmanes no quieren integrarse", de forma que no sólo deben luchar contra la lacra del terrorismo yihadista de una guerra que no es la suya, sino también contra el rechazo. La integración no debe entenderse más que como convivencia, no como dilución de una cultura en otra. Seguramente todos fallamos a la hora de gestionar esas situaciones. Debería sorprendernos hablar sobre la necesidad de entender que el islam no es violento, de que los musulmanes no son terroristas, pero también de que las leyendas urbanas, los bulos con mayúsculas sobre los beneficios que los servicios sociales deparan a los magrebíes no son ciertos. La crisis ha afectado a todos, pero probablemente menos a quien menos tenía.
Es cierto que en algunos sectores de la sociedad existe todavía una cierta prevención contra la inmigración musulmana y en Terrassa hemos tenido graves ejemplos, pero también podemos presumir de una convivencia cada vez más normalizada a la que, también es verdad, no contribuye la geopolítica internacional y los atentados como el que se produjo el pasado verano en Barcelona. Podemos hablar de que, en general, en el Estado español no existe una animadversión organizada como en otros países europeos, a pesar de los intentos de algunas organizaciones ultraderechistas. No obstante, es evidente que hay que seguir profundizando en la convivencia y en la normalización de una relación entre culturas que es absolutamente necesaria.