Pues sí, lo hizo. Jordi Ballart presentó ayer su dimisión como alcalde de Terrassa a la vez que abandonó su militancia en el PSC. Lo hizo público en una emotiva comparecencia en la que expuso sus motivos, que se resumen en que hace tiempo que su partido no le representa. Más allá de la valoración que pueda hacerse de su mandato, condicionado por la debilidad de la minoría, debemos convenir que Ballart ha sido un alcalde honesto, leal y radicalmente demócrata y que su acción de gobierno se ha movido desde un inequívoco amor a Terrassa.
Podríamos discutir la oportunidad de su decisión, si era la mejor para la ciudad y para su partido, pero no se le puede cuestionar que lo hace desde la íntima convicción de que es lo que debe hacer por coherencia y dignidad. No podemos más que recibirla desde el más profundo respeto, convencidos de que ha sido fruto de la reflexión a la que le ha llevado un complejo debate interior. Ballart se va y hay que agradecerle su humildad, su dedicación, su honradez y su congruencia, virtudes todas ellas nada desdeñables en la política de hoy en día.
No podemos perder de vista, no obstante, las consecuencias de la dimisión de Jordi Ballart. La decisión del hasta ayer alcalde dinamita la vida política terrassense y abre un escenario incógnito en el que otros actores deben tomar decisiones, ahora sí, desde el pragmatismo y la responsabilidad. Terrassa en Comú y su líder Xavier Matilla deben tomar decisiones porque tienen la llave de la gobernabilidad de la ciudad. Ahora no valen condiciones que se saben imposibles. O quieren gobernar o no quieren gobernar y en caso de que quieran hacerlo, deben decidir si lo hacen de la mano de ERC o de un PSC que no sólo pierde a su líder, sino quizás a otros concejales.
Xavier Matilla dijo ayer que quiere liderar el cambio en la ciudad; Isaac Albert también se postuló el martes y Alfredo Vega, el primer teniente de alcalde, que será quien sustituya a Jordi Ballart, también presentará su proyecto. Si se dan esas tres candidaturas a la alcaldía en el pleno municipal, no habrá más remedio que negociar una salida o permitir que Terrassa en un momento especialmente complejo sea gobernada desde la inestabilidad de la minoría.
La dimisión de Ballart no puede hacernos olvidar, por otra parte, el ingreso en prisión de los miembros del Govern de la Generalitat que se quedaron en Barcelona, entre ellos el terrassense Josep Rull, y la orden de detención contra los que están en Bruselas, entre los que se encuentra el también terrassense Lluís Puig. Se trata de una decisión desastrosa que no contribuye en absoluto a encontrar una solución digna al problema catalán.