Segunda entrega de la historia personal de Pedro Romero Gutiérrez, un terrassense que pasó tres años y medio en la cárcel La Modelo de Bogotá. Traspasó la linea, como él mismo dice, y se adentró de lleno en el narcotráfico. Adquirió el conocimiento necesario para actuar de forma autónoma y un chivatazo provocó su detención y su inmediato ingreso en prisión.
Pedro Romero traspasó la linea y se adentró en un modo de vida tan fácil como peligroso. Traficaba especialmente con cocaína para una pequeña organización y hacía otros “trabajos” que no quiere especificar. La información y la formación que poco a poco fue obteniendo del negocio le permitió adquirir los conocimientos necesarios para actuar de forma autónoma. Aprendió a “cortar” la cocaína, es decir, a mezclar el producto puro con sustancias que permiten aumentar su volumen y conseguir así un mayor beneficio en el mercado. “Es un proceso complejo porque no puedes pasarte ni quedarte corto y tienes que ser extremadamente cuidadoso con los productos que utilizas para el corte, porque pueden ser peligrosos”.
También conoció de las vías de entrada, de cómo contratar y controlar a las “mulas”, los porteadores que superan las aduanas con bolas de cocaína en su estómago que luego deben defecar: “No son delincuentes en sentido estricto, suele ser gente normal que necesita dinero y se presta a ser utilizada como transporte. Es peligroso porque deben tragarse las bolas y expulsarlas en el momento en que llegan. En una ocasión tuvimos un problema grave con una ‘mula’; tardó treinta días en expulsar las bolas e incluso temimos por su vida. La situación es difícil porque cuando tardan tanto incluso llegas a sospechar que no haya traído la droga o que la haya vendido por su cuenta y tienes que vigilarlos día y noche”.
Como media, una mula se “come” unos 800 gramos de droga en “pepas”, bolas envueltas en una especie de papel de aluminio que a la vez se recubre de papel film y unos dediles de goma, de vuelta rereversible. Hasta tres capas. Depende de la persona que se los “coma”, se pueden ingerir 100 “pepas” en una hora. El riesgo en caso de rotura, la muerte instantánea.
Un chivatazo
Aprendió también a impregnar prendas y objetos con cocaína mediante una solución que permite eludir incluso el control con perros. De esa forma intentó sacar parte de”su” droga de Colombia; tres kilos en la ropa y cuatro en un doble fondo de la maleta. Pero le detuvieron en el aeropuerto.
Su gran operación eran aquellos siete kilos. Lo tenía todo planeado: traer la droga, cortarla y venderla. Un buen pellizco, 50 mil euros por kilo, 350 mil euros que le permitirían saldar la deuda con el banco y pensar después en qué hacer: “Tenía que decidirme: dejarlo o conseguir un dinero extra que me diese estabilidad. Gastaba casi tanto como ganaba. No sé qué hubiese hecho, la verdad”.
Pero no llegó al avión: “Fue un chivatazo; alguien que quiso quedar bien o que estaba a sueldo de la policía. Nunca se sabe, pero suele pasar.” Pedro tenía claro que alguien avisó a la policía del aeropuerto porque le registraron con insistencia inusual. “El oficial que estaba al mando insistió reiteradamente en que se me registrase a fondo. Sabía que yo llevaba la droga y no paró hasta que la encontró. Por eso sé que fue un chivatazo. Si hubiese sido un registro rutinario yo hubiese tomado aquel avión”.
El 18 de agosto de 2010 entró en la cárcel La Modelo procedente de la URI, La Granja, para cumplir tres años y medio de condena. La Granja es un calabozo para detenidos en el que se concentran los presos en espera de destino. “Cuando salí de la URI me di cuenta de que aquello no era ninguna broma y de que iba de cabeza a la cárcel”. La que dicen que es la cárcel más peligrosa del mundo o al menos una de ellas. “Me subieron en un coche con tres policías y me dijeron: ‘no te vamos a poner esposas ‘español’, ¿verdad que no te vas a escapar?’ Ese fue el momento en que me di cuenta de mi realidad.”
Aquél olor y Yéssica
Pedro había oído hablar de La Modelo por conocidos colombianos que le habían explicado lo muy peligroso que era entrar allí y las pésimas condiciones de vida en las que se debaten los miles de presos que acoge. Su entrada en prisión fue como zambullirse en un mundo desconocido en el que se sabe cuándo se entra, pero del que no se sabe ni cuándo ni cómo ni siquiera si se va a salir.
Policías sonrientes, miradas curiosas y desafiantes que calibran su “capacidad” económica y también su peligrosidad, comentarios jocosos y provocadores, un calor sofocante y aquel olor. “Era una bofetada de un olor acre a suciedad, a comida podrida, a sudor rancio, a heces. El impacto de todo junto era brutal, realmente intimidatorio por muy bravucón que fueses”.
Lo recibió Yéssica, la reina, en todos los sentidos, de la prisión. Yéssica es, si sigue con vida, un transexual de más de 1,90 metros de altura que controlaba la prisión. Era la jefa absoluta de la cárcel La Modelo. Ante ella pasaban todos los internos nuevos, controlaba a todos “los plumas” de los patios, el tráfico de drogas, armas, comida o cualquier objeto que pudiese entrar o salir de la prisión. Lo sabía todo y decidía quien vivía con cierta tranquilidad o quien iba a vivir un infierno dentro del infierno. Se relacionaba con los funcionarios del cuerpo especial de policía que en Colombia se encarga de la vigilancia de las prisiones.
“La verdad es que estuve a punto de tener un problema grave con Yéssica, pero por aquellas casualidades de la vida me di cuenta de que era alguien importante en la prisión y reconduje mi reacción a sus provocaciones. Tras superar un primer encontronazo normalizamos nuestra relación. Debo decir que mantuve con ella una excelente relación basada en la seriedad y el respeto. Tu actitud en la cárcel es muy importante; no puedes ser bravucón ni pusilánime. Yéssica me ayudó en algunas ocasiones y siempre le estaré muy agradecido”.
Su nombre anterior era Edwin y cumplía condena por un crimen pasional que llevó a su amante a la tumba y sus huesos y su silicona a la cárcel La Modelo. “Era tal el control que tenía de la prisión y sus habitantes que una vez que cumplió condena y salió en libertad siguió viviendo de la “economía” de la prisión, con la complicidad, por supuesto, de la guardia.”
El impacto inicial de la entrada en prisión dio paso en Pedro Romero a un estado de alerta permanente con el único objetivo de luchar por su supervivencia en un entorno absolutamente hostil.