Opinió

Política de sobremesa

Algún día hay que dejar de hablar de las elecciones del 27-S. No ha pasado ni una semana, lo sé, pero yo ya estoy empachada. Mi muro de Facebook se ha llenado de matemáticos que hacían recuento de votos de todas las maneras posibles para que el resultado cuadrara con lo que esperaban que hubiera pasado en las urnas, sobre todo después de la ilusión que ha generado la campaña electoral del partido que ha imitado un anuncio de Estrella Damm, ya me entienden. Yo sólo digo que quien quería votar “sí” lo tenía fácil, no vale ahora intentar apropiarse de los votos de otras candidaturas para legitimar una victoria que no ha llegado ni a la mitad, e incluso, si así hubiera sido, qué manía con utilizar el vaso medio lleno o medio vacío a su favor, porque el contenido del vaso, al fin y al cabo, no sacia lo suficiente, excepto si lo que hay dentro es whisky y en un ataque de embriaguez nos parece que la mitad de los catalanes tienen más derecho a decidir el futuro de la otra mitad.

Claro que, aunque yo tenga prisa por leer en el diario otro tipo de noticias, la partida política acaba de empezar y se augura de las de Monopoly cuando, siendo yo pequeña, se alargaban el fin de semana entero, el tablero intacto en la mesa y con situaciones -tan premonitorias entonces- que obligaban a que los particulares prestaran dinero a la banca. Siempre pensé que el Monopoly adolecía de la falta de billetes, que sus productores escatimaban efectivo, ahora sé que era un juego de mesa real como la vida misma. Por eso, siguiendo con la lógica, surrealista como verán, se podría decir que en estos momentos la CUP tiene en su poder al paseo de Gràcia.

Mi marido y yo somos más de Trivial si jugamos solos y de Tabú para la sobremesa de las comidas familiares. Es mítico ya entre primos “el paraguas que va por el agua” que utilizó mi tío en alguna comida navideña y que por supuesto no sirvió para que su pareja adivinara que con tan enigmática frase estaba aludiendo a una embarcación mayor que la canoa. Mi madre es experta en relacionar a personas, famosas o no, con sus cartas. Así, su jugada puede empezar con “¿Te acuerdas del vecino aquél que tuvimos en tal barrio y que tenía una hija muy guapa?”. Con tales inicios, interrumpidos por “no, mama, ¿eso que tendrá qué ver?,” se augura una victoria segura, resultaba que el vecino tenía un apellido parecido a la palabra que a ella le ha tocado jugar. El Tabú también es un buen revelador de los que en el momento de la verdad sólo saben tartamudear o decir “a ver, a ver” o “uf, ¿cómo digo esto?” o “¡¿esto qué es?!” y seguidamente darle rodeos a una idea que no sirve a sus equipos de mucho, incluso a veces lo hacen tan mal que hasta el equipo contrario se impacienta e intenta echar una mano.

Sobrellevaré la política de siempre en este otoño recién estrenado que está a punto de permitirme ponerme vestido, leotardos y botas. Soy una aguafiestas, lo sé, pero es que yo nunca me creí el anuncio de cerveza y a mí todo esto sólo me parecía el pretexto para que ganaran los de siempre. Me lo tomaré más en serio cuando el espectáculo de la política sea menos propio de un teatro o de un circo y más parecido al que ocurre en un laboratorio o en un quirófano.

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