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El día que el Terrassa bajó a los infiernos

El estadio Ramón de Carranza de Cádiz quedará para siempre en la historia del Terrassa por ser el escenario en el que se consumó el descenso del equipo egarense a Segunda División “B” hace hoy diez años. Desde entonces, el club egarense no ha regresado a dicha categoría y se ha estancado en Tercera División. El 12 de junio de 2005, el Terrassa FC perdió por 3 a 1 en el campo del Cádiz y a falta de una jornada para la conclusión del campeonato se consumó aquel descenso anunciado, consecuencia de una nefasta campaña en la que se encadenaron errores de todo tipo. Una semana más tarde, el Terrassa se despidió de la categoría ganando (1-0) al Málaga “B” en el Camp Olímpic evitando la última posición gracias a ese resultado (acabó la Liga vigésimo) y quedando a tres puntos de la salvación. Aquel episodio fue el principio de una progresiva caída a los infiernos que mantiene al Terrassa en Tercera División diez años después de haber tocado el cielo. Y con un futuro incierto que hace peligrar la continuidad de la institución.

El Terrassa viajó a Cádiz con escasas posibilidades de mantenerse vivo en la competición. Estaba a cinco puntos de la salvación con seis en disputa y los disparates a todos los niveles habían alcanzado su punto máximo cuando el club no presentó un recurso a tiempo para denunciar una alineación indebido de Toni Moral con el Celta en un partido que el Terrassa perdió en Vigo por 2-1 y que podría haberle concedido tres puntos de vital importancia. Aquel despiste administrativo que sí aprovecharon otros equipos rubricó una cadena de errores a todos los niveles.

El final de un sueño
La derrota en Cádiz acabó con un proyecto que había arrancado de forma ilusionante. El Terrassa, bajo la presidencia de Guillermo Cabello, fichó aquel año a Juanma Lillo como entrenador. Y formó una plantilla de primer nivel que se fijó el ascenso como meta. El campeonato empezó del mejor modo posible, con el Terrassa en zona de ascenso y un triunfo ante el Espanyol en la Copa del Rey. Pero poco a poco aquel equipo se desmoronó de forma precipitada aunque Lillo aguantó en el banquillo hasta el mes de abril. Tras una derrota por 4-2 en el campo del Lleida que abrió una crisis a todos los niveles (la afición abroncó al técnico al acabar el partido y el capitán Rodri lanzó el brazalete) y con nueve jornadas por delante, Cabello puso el equipo en manos del egarense José Delgado, ayudante entonces de Lillo. El rico discurso del hasta entonces entrenador del Terrassa perdió todo su poder de convicción y el equipo inició una carrera desesperada para obtener la permanencia, pese a las serias divergencias que existían en el vestuario. Todo quedó en nada y el 12 de junio de 2005 el Cádiz puso la puntilla. Los gaditanos se adelantaron en el minuto 28, con un tanto de De Quintana, pero Abraham empató en el segundo tiempo. Jonathan Sesma y Manolo Pérez, de penalti, hicieron los dos goles restantes. El Terrassa acabó aquel partido con nueve jugadores debido a las expulsiones de Rubén y de Rodri. Un escenario que reflejaba perfectamente el hundimiento del equipo.

Cambio de ciclo
El día después de aquel partido, los acontecimientos se precipitaron. Guillermo Cabello, presidente del Terrassa, anunció una auténtica revolución. Nombró director general a Jaume Arnau, que había sido preparador físico del Terrassa y director del centro deportivo Terrassasports. Y de su mano, unos días después, llegaron Tito Vilanova, como director deportivo, y Jordi Vinyals como entrenador. La plantilla también por completo, aunque el coste económico resultó elevado.

Cabello, que no dejó indiferente a nadie nunca, calificó aquel descenso como “un fracaso deportivo”, anunció una nueva realidad económica adaptada a las posibilidades de la entidad y admitió su responsabilidad en un año en el que nadie pensaba en la posibilidad de un descenso. “Fichamos a un entrenador de prestigio, fichamos a los jugadores que nos pidió y elaboramos el presupuesto más alto de la historia. Y pese a todo eso, hemos hecho nuestro peor año”, reflexionó aquel día. Cabello cifró en nueve millones de euros su inversión personal en los tres años de Segunda División, a los que añadió otros 12 por la construcción del complejo de Las Palmeras. “Si hemos descencido es porque lo hemos merecido. Pero la responsabilidad es de todos, unos por lo que han hecho y yo por no darme cuenta de que lo estábamos haciendo mal”, señaló.

Aquel descenso supuso el punto y final a la mejor etapa del Terrassa en la historia reciente del club. Y con la nueva estructura se intentó recuperar la categoría perdida de forma inmediata. Se produjeron dos intentos infructuosos para recuperar la Segunda “A”, el primero con Jordi Vinyals a la cabeza aunque acabó siendo destituido. Llegó Miguel Álvarez y en la siguiente campaña pareció haber encontrado el camino adecuado, firmando una primera vuelta excepcional. Pero en la segunda el Terrassa se desfondó y finalizó en la sexta posición.

Una caída imparable
Cabello acabó traspasando la propiedad de la sociedad anónima, que entró en liquidación tras un concurso de acreedores. La década posterior a aquel descenso es un cúmulo de decepciones deportivas y sociales. El club descendió de Segunda “B” a Tercera tras cinco años en esa categoría y pasando por un traumático y vergonzoso encierro que dio la vuelta a España, con Jesús Fernández y Manel Ferrer al frente de la entidad. La caída a Tercera, con la presidencia de Jesús Fernández, dejó herido al club, incapaz de recuperar altura en una etapa negra en la que se han sucedido los problemas y en la que únicamente se ha jugado una promoción de ascenso de la mano de Miki Carrillo. El Linares, en la primera eliminatoria, le cerró el paso. Esta última temporada el equipo de David Pirri anduvo cerca, pero los continuos problemas institucionales acabaron pasando factura.

En todo caso, lo peor de la década sigue siendo la actualidad. Diez años después de dejar el fútbol profesional, el Terrassa encara un futuro incierto, con un vacío de poder inaudito, una sociedad anónima hundida y negras expectativas de futuro. El Camp Olímpic, testigo de episodios en aquella etapa que siguen frescos en la memoria de la afición terrassista, asiste ahora casi vacío a los partidos de un equipo cuya participación en la próxima temporada es una incógnita. Sólo diez años después, casi un desierto.

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