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Las lluvias que trajeron el desastre

Las 26 familias de los dos bloques de pisos y diez casas adosadas que hay en la calle de Maria Mercè Marçal del núcleo urbano de Viladecavalls tienen en la cabeza una fecha que probablemente no olvidarán: 15 de noviembre de 2018. Las fuertes lluvias de ese día provocaron la caída del muro de contención de las casas, cediendo parte de los patios, y el descalzamiento de los fundamentos de uno de los dos bloques de pisos (el otro no resultó dañado). Todos los vecinos fueron desalojados ese mismo día de sus viviendas, que se precintaron, y tuvieron que espabilarse para encontrar cobijo hasta poder regresar. Mucho se fueron a vivir a casas de familiares y otros a un bloque en Can Trias cedido por el Consistorio.

Las ocho familias que viven en el bloque que no resultó afectado y las de las dos primeras casas contiguas al edificio pudieron volver a sus hogares la pasada Navidad, mientras que los propietarios de otras seis casas regresaron hace un mes (lo han hecho con los patios precintados). En total, 16 familias ya viven en sus domicilios.

Mientras tanto, las diez restantes, del bloque cuyos cimientos están afectados y de las dos casas contiguas, aún no han podido volver (sus viviendas siguen precintadas). Y no podrán hacerlo hasta dentro de unos meses, cuando se realicen las obras de reparación, por lo que habrán permanecido fuera de sus hogares casi un año. Muchas de esas familias siguen en el bloque de Can Trias cedido por el Consistorio.

A los estragos que toda esta situación ha creado entre los vecinos se suma ahora el revés económico que les viene encima para afrontar el pago de unas obras de una envergadura económica importante, sobre unos 420 mil euros. Si las cosas no se tuercen, comenzarán a finales de este mes y se prolongarán hasta septiembre.

A modo de ejemplo, una vecina de los bloques afirma que tendrá que desembolsar unos 12 mil euros y el propietario de una de las casas habla de unos 27 mil. Cada vecino paga su parte de las obras en función de su coeficiente de participación en la comunidad de propietario (en este caso mancomunidad).

Para afrontar estos gastos, algunos vecinos están pendientes de que sus bancos les aprueben una ampliación de la hipoteca, otros tirarán de créditos personales y unos pocos pagarán a toca teja.

Pero es que a estos 420 mil euros que cuestan las obras hay que sumar lo que ya han desembolsado los vecinos, sobre unos 90 mil euros, para pagar los honorarios de un técnico, el coste del proyecto de reparación y los servicios de un despacho de abogados, al que han contratado para reclamar responsabilidades a terceros e intentar amortiguar así el golpe económico que se cierne sobre ellos.

En cualquier caso, las obras a ejecutar son de calado ya que hay que volver a calzar los cimientos de uno de los bloques y rehacer y reforzar el muro del culo de las casas y los patios que dan a él, tanto los que resultaron dañados por los aguaceros como los que no, pues las obras se harán desde arriba y las máquinas pasarán por encima de ellos.

De hecho, como explica un vecino, la existencia de un muro perteneciente a la extinta fábrica Filvisa que se construyó en los años 70 y que se halla a unos tres metros de distancia del que cedió evitó que la tragedia fuese mayor ya que contuvo el deslizamiento del primero. No en vano, una de las primeras actuaciones de urgencia fue el anclaje de este segundo muro -para lo que se tuvo que pedir el permiso correspondiente a su propietario-, actuación que también corrió a cargo del bolsillo de los vecinos.

“Económicamente esto es un desastre y tendremos que recurrir a los bancos para pagar las obras”, explica una vecina de las casas, que pasó 38 días fuera de su vivienda, entre el 15 de noviembre y el 22 diciembre pasados. “Yo me fui a casa de mis padres y mi marido a la de los suyos. Yo me llevé a nuestro hijo y él al perro. Nos veíamos unas tres veces a la semana”, explica la vecina, que añade sobre la experiencia que “te das cuenta de que si no estás en tu casa, no tienes nada”.

Víctor, otro de los vecinos que vive en las casas, volvió hace un mes tras pasar tres en el edificio de Can Trias. “Primero estuvimos un par de semanas en casa de unos familiares, pero no era plan y nos fuimos al piso de Can Trias, donde nos acabamos adaptando”, explica Víctor, que recuerda que cuando fueron desalojados una de sus dos hijas tenía tres meses, por lo que “ha pasado el mismo tiempo de vida fuera que dentro de casa”. “Hemos acabado aceptando la situación y ahora solo es una cuestión de dinero y de esperar”, añade resignado.

Agobio
Jordi Plaza, que vive en el bloque que no está afectado, tiene junto a su mujer Corina dos niños de corta edad y a ambos les preocupa el agobio económico que ya tienen encima. Al respecto, Jordi, que advierte que en toda esta historia “cada caso es distinto”, afirma: “Nos vemos con dos niños pequeños y cada mes pagando derramas por los gastos extras que tenemos. Y ahora estamos esperando una ampliación de hipoteca para poder pagar las obras”.

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