Cuando, el miércoles por la tarde, los mossos dieron con el cuerpo, enterrado en el suelo de un trastero, Jaume Badiella confesó, supuestamente: el cadáver lo había enterrado él mismo. El cadáver era el de Mònica Borràs, su novia, desaparecida desde hacía más de diez meses. Y él la había matado, a golpes. Le asestó varios, y no paró de darle hasta que ella cayó al suelo. El sospechoso reconoció su culpa ante un par de agentes en el escenario del crimen, aunque su testimonio espontáneo carezca de validez jurídica. Todos estos extremos afirma el auto judicial que ayer envió a Badiella a prisión como presunto autor de un homicidio con ocultación de cadáver.
La semana pasada, una conocida habló con Jaume, de 54 años, en un tren. Él semejaba abatido aún por la suerte de Mònica Borràs, su pareja, la mujer de 49 años en paradero desconocido desde las once de la noche del 7 de agosto del año pasado, cuando, según la versión de Jaume, ella, en un arrebato, uno más en aquella relación procelosa, se marchó de la casa de la calle de Volta donde convivían.
Pero Mònica no había desaparecido por voluntad propia. Hay indicios sólidos de que Jaume Badiella, su pareja, la mató a golpes aquel 7 de agosto, entre las 9.59 y las 10.46 de la mañana, y que luego abrió un agujero en el suelo del cobertizo de la casa, enterró el cuerpo de Mònica, y tapó el boquete con baldosas.
La unidad central de personas desaparecidas, de la Divisió d’Investigació Criminal de los mossos, asumió la investigación. Las pesquisas de la actividad del teléfono de la víctima han resultado cruciales. Mònica pasaba muchos momentos pegada al móvil, enviando y recibiendo mensajes. Aquella mañana, la del 7 de agosto, el teléfono experimentó una gran actividad hasta las 9.59 de la mañana. A esa hora se impuso un paréntesis, inusual en el caso de Mònica, hasta las 7.12 de la tarde. A esa hora alguien volvió a conectar el dispositivo, hasta las 7.32, veinte minutos justos, y lo apagó hasta las 4.33 de la madrugada del día siguiente. Se deduce que tanto a las 7.12 como a las 4.33 fue Jaume quien manipuló el móvil. Se deduce que Mònica ya había sido asesinada.
El imputado, cuando declaró en los primeros momentos de las indagaciones, aseguró que no había salido de casa el 7 de agosto, salvo para comprar un café con leche para Mònica. Pero las conexiones de su móvil, el de Jaume, también figuran en las diligencias. Entre las 5.52 y las 6.25 de la tarde del día del crimen se produjo un cambio en los repetidores que le daban cobertura, un cambio, según el juez, compatible con una salida. Se infiere que estaba cerca de la riera del Palau y que desde allí, a las 6.15 de la tarde, desde su teléfono se llamó al fijo de su domicilio.
Unos días antes, el 3 de agosto, la pareja se había enmarañado en una pelea, como otras veces. Fue una refriega con agresiones. Y Mònica echó a Jaume de casa. Él, con lesiones en un ojo producto de la pelea, viajó hasta un camping del Berguedà y allí pernoctó. El hombre regresó al domicilio.
La psiquiatra y la psicóloga de la víctima, y unas amigas, todas interrogadas por los mossos, descartaron que, pese a sus problemas, Mònica hubiese desaparecido por propia decisión, y menos en aquella época de su vida, resuelta como estaba a celebraciones con amigas y a viajar. Tenía proyectos vitales.
La denuncia de la desaparición fue presentada por la madre de Mònica, acompañada de Jaume, el 10 de agosto, tres días después de loshechos. Los Mossos d’Esquadra supieron del supuesto extravío a la una de la tarde. ¿Por qué Jaume no informó de inmediato a los allegados de Mònica de la abrupta marcha de la mujer, y de su "desaparición"? ¿Por qué no lo contó el día después, el 8 de agosto? Ese día, es cierto, el hombre acudió a la comisaría a las 8.30 de la mañana y a las diez de la noche para informar a los mossos, si bien de manera informal, pues la denuncia no se interpuso hasta el 10 de agosto.
Aquel 8 de agosto, unos agentes le informaron de que dejase pasar unas horas antes de denunciar la desaparición, pero también le dijeron que hiciese gestiones con el entorno de Mònica, con su familia y amigos. El 9 de agosto, el sospechoso llamó a una amiga de la víctima, que se encontraba fuera de Terrassa y, por tanto, no podía estar con ella, y a una prima con la que había mantenido algún contacto pese a que la relación no era muy estrecha. Aunque estas dos personas no tenían información sobre la desaparecida, Jaume siguió sin avisar a la familia más cercana. A su madre, a su hermano. El juez destaca que el imputado tampoco salió de casa para buscar a su novia. Su comportamiento no se compadecía con el de alguien presa de un supuesto desasosiego. "Tardó mucho tiempo en dar la voz de alarma y realizó pocas gestiones o acciones" para localizar a Mònica, señala el auto.
El sospechoso no se puso en contacto con la madre de la víctima hasta las 7.47 de la tarde del 9 de agosto, dos días después de la desaparición. Luego, entre las 8.54 y las 9.26 de la noche, llamó a centros médicos. De inmediato, telefonéo a la madre de Mònica otra vez. Acordaron presentar la denuncia al día siguiente, 10 de agosto. Badiella acompañó a la atribulada madre a la comisaría de Can Tusell ese día, el 10 de agosto. Contó lo de la huida de Mònica a las once de la noche del 7 de agosto, pero nada explicó del enfrentamiento, que duró, al parecer, siete horas.
Transferencia bancaria
Pero los investigadores supieron que un par de días antes, el 8 de agosto, se había realizado una transferencia bancaria de 155 euros de la cuenta de Mònica a la de Jaume. Este era consciente de que la desaparecida no iba a volver y necesitaba el dinero, según los indicios manejados por el magistrado. Las diligencias policiales indican que el mismo 7 de agosto se anuló una tarjeta de crédito de la finada, se solicitó una nueva y con esa nueva tarjeta se extrajo dinero, 600 euros, entre el 17 y el 18 de agosto.
El núcleo familiar de Mònica tenía a Jaume en el punto de mira de sus sospechas desde el principio. El 15 de agosto, el hermano de la desaparecida se presentó en el domicilio de la calle de Volta. Quería recoger el móvil de su hermana, y llevarse el coche. No pretendía quedárselos, sino ponerlos a disposición de los mossos. Jaume se opuso a entregarle nada, según el auto, pero cedió al cabo porque el hermano de su novia insistió y para no exponerse a que su interlocutor llamase a la policía. El hermano no entró en la vivienda porque su cuñado no se lo permitió.
El miércoles pasado, a las ocho de la mañana, los mossos detuvieron a Jaume Badiella. A las diez empezaron a buscar los restos de la víctima en la casa de la calle de Volta. A las seis de la tarde, los encontraron con la ayuda de técnicos especialistas en rastreo por georradar y termografía. El jueves, a las tres de la tarde, el cadáver fue retirado. Ayer, 48 horas después de la detención, el sospechoso pasó a disposición del juzgado de violencia doméstica de Terrassa. Se acogió a su derecho a no declarar. Salió del Palacio de Justicia como había llegado: custodiado por los Mossos d’Esquadra. El magistrado acordó prisión provisional, comunicada y sin fianza. La causa es por homicidio y ocultación de cadáver.