Se acometieron uno y otro en una discusión de madrugada. Uno enarbolaba un cuchillo tipo cúter y lo usó: asestó una cuchillada a su oponente y varias más. Le dio en un brazo y en el tórax, y en la mano con la que la víctima se protegía del ataque. Y otro hombre se interpuso, y recibió también; el agresor le lanzó golpes en una ráfaga de puñaladas que le alcanzó el abdomen, las cervicales y un brazo. Pudo matarlos. Él lo negó. Reconoció que había tenido un altercado con dos tipos semanas antes, pero asegura que la noche de autos, aquella noche de marzo del 2018, estaba en su domicilio, y no en el lugar de la avenida de Jaume donde presuntamente cometió el doble intento de homicidio. Porque lo ocurrido fue un doble intento de homicidio y la Audiencia Provincial ha condenado al sospechoso a diez años de prisión.
Tiene 38 años y es originario de la República Dominicana. A la 1.15 de la madrugada del 17 de marzo del 2018, discutió con otro individuo en la avenida de Jaume I, a pocos metros de la calle de Bartrina, a las puertas de un bar. Se sucedieron los "acometimientos mutuos" entre los dos hombres, según el tribunal, hasta que el agresor blandió el cúter y propinó varias cuchilladas a su contricante, que trataba de taparse con una mano.
Una puñalada le alcanzó el tórax, otra un brazo, otra la mano con que se protegía de los golpes del puñal en zonas vitales, aunque no supiese del todo que era un arma blanca lo que lo golpeaba. Otro hombre corrió similar suerte cuanto quiso auxiliar al agredido. El atacante lo acuchilló.
La primera víctima, de 33 años, sufrió una herida penetrante de unos tres centímetros en la parte izquierda del tórax, otras en la extremidad superior y en el tercer dedo de la mano derecha. Se lo llevaron en ambulancia a un hospital, donde fue intervenido para suturar el diafragma izquierdo.
Las cuchilladas le seccionaron la mitad de la rama sensitiva del nervio radial y parte de musculatura en el antebrazo, y le laceraron la zona hepática. Estuvo seis días ingresado y 39 de baja. Y le quedaron secuelas: artrosis y dolor en el brazo, estrés postraumático y diez cicatrices.
El otro joven, de 27 años en esos momentos, padeció una herida incisa en el centro del abdomen, de entre tres y cuatro centímetros de longitud, con doble perforación gástrica. El cúter le seccionó una arteria y le hirió la zona cervical y el brazo derecho. Perdió entre medio litro y seiscientos mililitros de sangre. También lo operaron poco después de su entrada en un hospital. Estuvo hospitalizado siete días y 38 más fueron impeditivos. Presenta cinco cicatrices.
El agresor quiso acabar con las vidas de las dos víctimas o aceptó la alta probabilidad de matarlos mediante aquel ataque furibundo. La Audiencia Provincial cree probado el ánimo homicida del sospechoso, como lo creía el fiscal, y por eso condena al reo por dos delitos de homicidio en grado de tentativa. Porque los apuñalamientos comportaron para los atacados "un grave riesgo vital" de no haber recibido urgente asistencia hospitalaria con intervenciones quirúrgicas. Lo confirmaron los médicos forenses en sus informes, ratificados en el juicio. Las lesiones afectaron a zonas vitales y eran de indudable gravedad, "y susceptibles de haber causado la muerte de ambas víctimas" de no haber mediado atención médica inmediata.
La conciencia
La intención del agresor sólo la conoce él. Descansa "en lo más profundo de la conciencia", dicen los jueces, pero se puede inferir de las circunstancias: el tipo de arma, la repetición de los actos agresivos, las zonas del cuerpo a la que van dirigidas, en este caso, las puñaladas, los gestos o las palabras, la intensidad del ataque, las relaciones entre agresor y agredido…
El tribunal juzgador llega a la conclusión de que el acusado actuó con el propósito de matar a aquellos dos jóvenes o, en el mejor de los supuestos, incurrió en un dolo eventual: sabía que era "altamente probable" matarlos con aquella acción, y aceptaba el resultado fatídico. Portaba un arma blanca y asestó puñaladas en partes vitales, propinó más de un golpe a cada una de las víctimas.
El procesado, detenido días después de aquella madrugada de espanto, negó los hechos. No fue él, dijo. Ni siquiera estuvo allí, sino en casa, con su hija y una hija de su mujer. Sí había tenido un problema un mes atrás con dos tipos, un rumano y un marroquí, porque el primero quiso que le pagara una cerveza. El segundo le pegó y el primero lo agarró, y él consiguió huir.
Lo persiguieron y se refugió en un bar. Eso contó él. Su hijastra avaló su alegación exculpatoria, pero con una manifestación ambigua, según los magistrados. La familia vivía en Terrassa desde agosto del 2017 y lo había hecho antes en Galicia. Allí se quedó su madre al principio, y el padrastro se hacía cargo de su hermana pequeña. Según manifestó la joven, todas las noches el hombre estaba en casa. No llegaba más tarde de las ocho.
La pretendida exoneración del acusado es endeble, a tenor de la sentencia, y los testimonios de cargo son diversos y contundentes: fue él. Lo aseveraron las víctimas, pero también dos testigos. El primer agredido contó que estaba con su amigo en un bar celebrando su cumpleaños cuando, de repente, el acusado entró. Empezaron a discutir en la puerta. Llegaron a la esquina, y a las manos.
Se pelearon. El procesado le propinó dos puñetazos y lo tiró al suelo. El atacado se levantó y habló con él (eso explicó), y llegó el segundo agredido, su amigo, alertado por los gritos de otras personas. En realidad, lo de los puñetazos no era del todo cierto. Los puñetazos eran puñaladas, pero él no se dio cuenta. Se apercibió cuando le tocó a su amigo y vio el cúter en el último momento. Luego el tipo siguió con él y fue entonces cuando se tapó con las manos para evitar más incisiones. Vio a su amigo llevarse las manos al estómago para taparse la herida y se desmayó.
Días después, salió de un CAP y vio al acusado salir de un edificio. Llamó a la policía, que le exhortó a que no se acercase. Estaba en el barrio de Ègara. Llegaron unos agentes y él señaló el inmueble. En una rueda de reconocimiento identificó al acusado. Dijo estar "segurísimo" de que era él. Por las noches se le aparece en su cabeza.
¿Por qué discutieron? La víctima aseguró que no sabía el motivo y que se enteró del nombre del acuchillador, pero no había tenido enfrentamiento alguno con él antes de aquella madrugada de sangre. La segunda víctima contó lo del cumpleaños y que salió del bar y vio a su compañero y al procesado discutir. Trató de separarlos, de zanjar la disputa. Cuando se quiso dar cuenta estaba sangrando.
Sangre en el estómago, sangre en la barbilla. No vio el cuchillo. También él se desmayó antes de que llegara la ambulancia.
Comparecieron más testigos. Otro declaró que celebraba el cumpleaños de la primera víctima y que salió del bar a fumar junto a otras personas, Y observó el barullo en la otra acera, una pelea, un forcejeo entre tres, se acercó, vio sangre y al acusado "con una especie de cúter". El agresor huyó.
Otro testimonio se encontraba en el establecimiento, pero no con los implicados. Cuando se disponía a marcharse para casa, cuando iba a coger su coche, contempló la escena de discusión acalorada. Se propuso separar a los contendientes. Uno de ellos, el procesado, portaba un arma blanca que cerró antes de proceder a marcharse, pero la víctima le adelantó y quiso agredir al del cuchillo, y le lanzó un puñetazo que el otro esquivó, pero cayó al suelo. El amigo de la víctima lo agarró del cuello y lo arrastró hacia la esquina con la ayuda de su amigo. El testigo corrió hacia el bar. Cierra, dijo al dueño. Luego vio al rumano con las manos en el estómago y los otros dos seguían peleando y uno de ellos, el acusado, descargaba golpes con el cúter. Conocía al procesado y le facilitó su número de teléfono a la policía.
Descripción del sospechoso
Un mosso detalló la intervención posterior, la que se desencadenó con la llamada de la víctima que dijo haber visto al acusado salir de un edificio de Ègara. Acudió a la zona y habló con media docena de vecinos, contando con la descripción del sospechoso que le había suministrado el agredido. Los mossos llamaron a la puerta y les abrió una chica. Era la hijastra. Las indagaciones que siguieron a esa desembocaron en la identificación del inculpado, que fue reconocido por los testigos en fotografías.
Seguramente existió una rencilla previa que abonó todo lo demás. Parece claro. Lo incuestionable, para el tribunal, es que hubo una doble agresión homicida, que no se atisba incertidumbre sobre quién portaba aquella madrugada un arma punzante que utilizó. Lo dijeron las víctimas, pero se deduce también de la narración de testigos. La prueba de cargo es suficiente para la condena.
La defensa pidió la absolución, pero, en caso de castigo, solicitó que se apreciase una eximente: la de legítima defensa. Los magistrados la rechazan, pues de las declaraciones se concluye que aquella noche se desató en la avenida de Jaume I una riña. Aunque un testigo explicase una agresión de la víctima al apuñalador, aunque fuera cierto lo del arrastre del sospechoso por parte de los otros dos, todo habría continuado con una refriega si el acusado no hubiera actuado como actuó, arma en mano. No cabe hablar de agresión ilegítima de la que el procesado tuviera que defenderse, según la sentencia.
Sin eximentes ni atenuantes
No hay eximentes ni atenuantes, pero sí una ponderación del castigo teniendo en cuenta el contexto de la reyerta, y por ellos los magistrados imponen una pena en su extensión mínima: cinco años de prisión por cada delito de homicidio en grado de tentativa. Diez años.
La Sala acuerda el cumplimiento de la totalidad de las penas y la expulsión del procesado de España si antes de ese cumplimiento fuera clasificado en tercer grado penitenciario o accediese a la libertad condicional. El fallo de la Audiencia Provincial incluye una medida de alejamiento: el reo no podrá acercarse a menos de mil metros de las víctimas, ni comunicarse con ellas, durante un periodo de seis años. Y cuando cumpla la pena de prisión deberá ser sometido a libertad vigilada durante seis años.
El tribunal de la Audiencia Provincial considera que el acusado cometió dos delitos de homicidio en grado de tentativa porque quiso matar a las víctimas o, al menos, aceptó la alta probabilidad de matarlas