Los vecinos, pese a ser Miguel un hombre reservado, lo echaron en falta y llamaron a la policía. Los bomberos entraron el jueves por la ventana de su vivienda, en Sant Llorenç, y encontraron el cadáver de Miguel, de 82 años. Llevaba unos cuatro meses muerto, en la cama. No había signos de violencia. Fue de muerte natural.
Se presentaba en las reuniones vecinales de su bloque, un edificio de planta baja más cuatro plantas, con diez viviendas, con entrada por la plaza de la Font Freda, pero a la de febrero pasado no asistió. Era cosa rara, pero la relación de Miguel con el vecindario no se sostenía en fuertes vínculos y no era la primera vez que algunos residentes dejaban de ver al anciano durante varias semanas. Quizás viajaba, acaso visitaba a algún familiar, o simplemente no coincidían con él. No había problemas, pero el hombre mantenía las distancias. No se percibían olores extraños.
Soltero, sin hijos, vivía con su hermano años atrás en el piso donde el jueves se encontró su cadáver momificado. Falleció su hermano hace tiempo, una década más o menos, según vecinos, y Miguel se quedó solo. Se le veía acarrear bolsas de la compra escaleras arriba, pues el bloque no tiene ascensor y él vivía en un cuarto (en la planta tercera, pues los dos pisos de la planta baja se denominan en esa comunidad "primeros"), y se le veía por la calle. De carácter introvertido y discreto comportamiento, se relacionaba con el resto de habitantes del edificio, mas sin alardes. Con corrección, pero sin más nexos que los de la mera vecindad.
"Hace unos meses me comentó que no se encontraba muy bien", explicó ayer una vecina. Cuando ella se mudó a ese bloque, a principios de los años 1980, Miguel y su hermano ya estaban allí. "Vivía aquí desde hacía mucho tiempo. A veces pasábamos semanas y semanas sin verlo". Por eso no se escamaron cuando transcurrió tiempo y dejaron de advertir su presencia.
El buzón estaba lleno. Acaso el anciano se encontraba fuera, en algún viaje, quién sabe. Él apenas hablaba con la gente y tardaba en reconocer a sus vecinos cuando lo saludaban por la calle. Sí, Miguel, que soy su vecina de tal o cual piso. Ah. ¿Cuando enciendo la radio te molesto?, preguntaba una y otra vez a la vecina. No, tranquilo.
A la reunión de febrero no bajó. Los débiles vinculos comunitarios de Miguel no fueron óbice para que la preocupación de algunos, sin embargo, se acrecentara. ¿Y si le ha pasado algo?, se preguntaban. Pero quién iba a suponer que sí le había pasado algo, que ese paréntesis sin verlo no era como el de otras veces.
Miguel fumaba y en ocasiones parte de la ceniza de sus cigarrillos caía a la galería de otros vecinos. Nada importante. Pero tampoco caía ceniza en los últimos meses. Dos vecinas hablaron entre ellas del asunto y se concertaron. Llamarían al 112 si no contestaba. Resueltas, se dirigieron el jueves, a media tarde, al rellano del cuarto, y llamaron al timbre. Miguel, Miguel.
Nadie respondía. Llamaron al 112, que derivó el aviso a los Mossos d’Esquadra. Arribaron efectivos de los mossos, que alertaron a los bomberos para entrar en la vivienda. Según testigos, los bomberos intentaron abrir la puerta del piso sin violentarla, pero no pudieron. Y entraron por una ventana, con el camión escalera.
Revisaron la vivienda y encontraron el cuerpo de Miguel, tumbado en una cama. Entraron los mossos de uniforme, y luego los de la científica. El cadáver, momificado por mecanismo natural, seco, estaba en el lecho, con restos de ropa interior y una camiseta. No se apreciaron signos de violencia. El fallecimiento fue de etiología natural.
Los Mossos d’Esquadra informaron al juzgado de guardia y se presentó la comisión judicial a eso de las nueve de la noche. Los servicios funerarios llegaron a las once para retirar el cuerpo. La policía encontró el DNI de Miguel, pero ayer se esperaba la llegada de un familiar para realizar pruebas de ADN que acabasen de corroborar la identidad del fallecido a efectos legales. "A veces tosía por las noches. Hacía semanas que no oíamos sus toses", recordó una vecina.