En las dos últimas semanas pasabas por la Plaça Nova y tenías la sensación de haber dado un salto en el tiempo a cien o doscientos años atrás, tanta es la fidelidad a la estética y las características de los carruajes y carromatos en los que viajaban y se alojaban los circos de antaño que ha conseguido, en los suyos, el Circ Raluy Legacy. En el centro del campamento-museo, delimitado con sus vallas y farolas, la carpa, del mismo estilo de época, que la compañía estrena en esta gira, dentro de la cual tantos terrassenses han disfrutado estos días (un total de doce funciones) de "#TheMagicFormula", el nuevo espectáculo con el cual el Raluy Legacy mantiene su espíritu de circo "a la antigua", pero introduciendo elementos innovadores en lo técnico y en lo artístico.
A todos ellos les dio la bienvenida Maxi, el jefe de pista o maestro de ceremonias del espectáculo, que con sus trucos de magia y humor fue llevando el ritmo del espectáculo e introduciendo sus números.
Todas las especialidades del circo clásico las fue presentando Maxi en dos horas de espectáculo. La primera, el salto de la cuerda, en cualquier posición imaginable, con sentido del humor y mucho ritmo, que desarrolló la Troup de Cordes.
Muchos números del espectáculo están a cargo de artistas con el apellido del fundador de la compañía. Las hermanas Niedziela y Emily Raluy impresionaron con su número de equilibrio en los monociclos, y era sorprendente cómo iban pasando de uno a otro más alto llegando a los cinco metros de altura. Louisa Raluy demostró su dominio de las grandes ilusiones realizando inexplicables desapariciones dentro de cajas de fuego. Jean Christophe y Kerry Raluy consiguieron cambiar de vestuario en múltiples ocasiones en cinco minutos, grandes especialistas de transformismo que son.
Otras y sorprendentes acrobacias (y auténticos vuelos) realizó, sirviéndose de cuatro barras en forma de cuadrado a poco más de dos metros de altura, el artista bielorruso Pasha Voladas. Mayor riesgo si cabe tenían aún las de Rachel, que con los brazos y las piernas como puntos de soporte para realizar movimientos espectaculares a gran altura y jugando con el aro aéreo. El Trio Lipstick combinó el equilibrio y el dominio del cuerpo con el contorsionismo, en atrevidas figuras.
El número de Troupe La Habana era de columpio ruso y báscula acrobático, ingenios difíciles y arriesgados, en los que se subían los unos encima de los otros para pegar saltos mortales en el aire que hacían realmente contener la respiración a todos los espectadores.
Además del jefe Maxi, también Sandro Roque provocó, en sus varias salidas, las risas de pequeños y grandes. El payaso del Raluy Legacy tenía su antagonista en Bigotes, el hombre de orden de la pista.
Y después de las acrobacias, las destrezas, las magias, el humor y la espectacularidad, el espectáculo llega a su término con el ingrediente que lo envuelve: la poesía. No podía traerla otro que no fuera el propio Luis Raluy, que con tradicional cara blanca y una pequeña concertina despertó a todos los adultos la nostalgia de aquel primer día en que, de niños, se los llevaron al circo, y sintetizó el espíritu de todos aquellos que recorren el mundo para dar momentos de felicidad a quienes los ven actuar en una carpa.