Era miércoles, Rosario fue al mercadillo con unas amigas. Cuando volvió a casa, en la avenida del Abat Marcet, se encontró la puerta destrozada. Unos ladrones habían violado su domicilio. Le robaron dinero y unos 20.000 euros en joyas. Toda una vida en joyas. Un paradigma de lo que cientos de terrassenses sufren cada año. No todos los robos, por supuesto, conllevan una pérdida tan cuantiosa, pero sí dejan el mismo rastro de estupor. Valga la historia de Rosario como ejemplo.
Rosario Gómez cuenta 71 años y está “muy indignada” y sacudida por esa desazón “de salir de tu casa y que alguien se meta dentro en tu ausencia”. Agitada “por ese miedo” que atenaza a muchas víctimas de esa lacra delictiva en que se han convertido los robos con fuerza en viviendas, objeto de atención especial de la policía por la alarma social que generan.
Piso vacío
Ocurrió el 27 de marzo. Rosario decidió acudir al mercadillo de la avenida de Béjar con unas amigas con las que suele salir a caminar. Salió de su hogar a las 9.40 de la mañana. A los pocos minutos llegó su hija a depositar la mochila de su hijo, el nieto de Rosario, y a eso de las 10.30 el piso se quedó vacío. Rosario volvió a las 12.45 del mediodía. Abrió la puerta metálica del rellano, dio un paso y se disponía a abrir la de madera de su vivienda cuando vio el percal. Antes de ese día, sentía el pinchazo de la posibilidad del latrocinio al coger las llaves. Mira que sí me encuentro la puerta forzada. Esa vez fue así.
Vio la puerta destrozada, las virutas diseminadas por el suelo. Gritó el nombre de su marido por si estaba dentro y resolvió entrar. No es lo aconsejable, por si los delincuentes aún están en el domicilio, pero ella entró.
Esa congoja de ver cajones fuera de su sitio en los dormitorios, esa congoja de las víctimas de allanamientos, de sentir aún la sombra del intruso.
Pronto comprobó que le habían robado las joyas. No todas, pero sí muchas que guardaba en un estuche, un joyero. Le desaparecieron dos encendedores de oro, dos alianzas, unos gemelos de oro, agujas con perlas, un broche, una cadena. Eso, en una habitación. En otra los ladrones robaron anillos y unos pendientes de oro que habían pertenecido a la madre de la víctima. No encontraron unas pulseras. Sí hallaron 1.600 euros en metálico.
Sin huellas
La denunciante calcula que el botín rondó los 20.000 euros en piezas de joyería que había ido acumulando en su vida, muchas de ellas regaladas por su esposo. Rosario llamó a los Mossos d’Esquadra. Los agentes no hallaron huellas dactilares, parece, pero sí las de un pabellón auricular en la puerta violentada. Los delincuentes pusieron la oreja para afinar el oído en busca de algún ruido en el interior del piso. No oyeron nada, entraron.
Rompieron la cerradura, seguramente con el método del “pico de loro”, pero no fueron muy pulcros. Dejaron enorme hueco, un boquete, en la madera.
Al parecer, la puerta de abajo, la del bloque de doce viviendas, la forzaron también. Durante el intervalo de dos horas y media, algo más, en que el domicilio estuvo vacío, registraron el piso. Seguramente lo hicieron en unos pocos minutos, los suficientes para inspeccionar los dormitorios, sobre todo. También entraron en el lavabo. Abrieron allí un mueble y se dejaron la luz encendida. Así la encontró Rosario cuando recorrió su vivienda aquel mediodía de angustia.
“No hay derecho”, dice. Otra vivienda del mismo bloque fue asaltada en diciembre pasado, cuenta. Unos desconocidos robaron en ese piso justo el día en que sus moradores contraían matrimonio. “No hay derecho”, repite Rosario, una víctima más de la sangría de robos en domicilios que asola a Terrassa y a poblaciones similares. Cada día, como mínimo, hay un asalto a casas en la ciudad.