Lo malo, y lo surrealista, es que se puso muy cabezona. La ladrona. La víctima vio que aquellos objetos que la delincuente metía en bolsas de basura eran suyos, de la víctima. Estaban ambas en el rellano de la vivienda asaltada, en Sant Pere Nord. Si se hubiera avenido, y dejado allí el botín, seguramente María, la víctima, se habría contentado y hubiese dejado ir a aquella mujer que acababa de robar en su casa. Pero no. La víctima la persiguió y gritó, y entre ella y dos vecinos del bloque retuvieron a la intrusa. Y la Policía Municipal la identificó unos minutos después. Está imputada por un delito de robo con fuerza.
El robo no fue singular. Lo singular fue la situación que le sucedió. Ocurrió el viernes de la semana pasada. María regresaba a casa. Eran las 6.15 de la tarde. Abrió la puerta del bloque, entró, se introdujo en el ascensor y subió hasta su rellano, en la tercera planta. Nada más salir del ascensor la vio.
Vio a una mujer delgada inmersa en una rara maniobra. Cogía del suelo unos objetos y los metía en bolsas de basura. Uno, otro. No tardó mucho María en reconocer aquellos útiles. Una cámara fotográfica, una caja metálica.
¿Qué haces?, preguntó a la sospechosa. La respuesta ya anticipó la extravagancia suprema de lo que vendría después, de lo que estaba a punto de venir: "Es que una chica con el pelo negro que había allí abajo (en la calle, se supone) me ha dicho que subiese, que había dejado una cosa para mí".
¿Para ella? ¡Pero si todo aquello era suyo! María verbalizó su estupefacción, pese a lo rocambolesco de la situación aquella. "¡Eso es mío!", espetó a la intrusa. Pero la intrusa, que si quieres arroz. "Es mío, es mío", reiteró. Y se largó.
Bajó las escaleras con las bolsas llenas de lo robado, con María detrás, gritando "devuélvemelo, devuélvemelo", y la otra que seguía en sus trece en la persecución peldaño a peldaño. Una vecina de la primera planta salió de su domicilio al oír los gritos y subió un tramo de escalera. Cuando supo qué pasaba, auxilió a su vecina.
Entre las dos intentaron retener a la ladrona, que no soltaba las bolsas ni a la de tres, al tiempo que porfiaba en su actitud de negación: que no, que no, que no se desprendía de nada. Las dos vecinas la agarraron contra una pared para impedir su huida, pero la sospechosa logró zafarse y se escabulló entre la segunda planta y la tercera.
Decidió meterse en el ascensor para bajar de nuevo y escapar del todo, pero el marido de la vecina que había ayudado a María ya estaba al corriente de todo y llamó a la policía. Y antes de que llegasen los agentes cerró con llave la puerta de entrada al bloque. De allí no se iba la asaltante.
La dotación policial estaba de camino. La ladrona salió del ascensor, sin soltar las bolsas de basura en las que portaba el anhelado botín. Estaba cerca de la puerta. Los tres vecinos evitadores de la huida la esperaban. Y la puerta estaba cerrada. No reaccionó con violencia, ni antes ni en el momento en que se vio perdida, acorralada, sin escapatoria. Nada podía hacer.
Se sentó, dejó, ahora sí, las bolsas en el suelo. Y los cuatro esperaron la llegada de los agentes.
Qué ha pasado. Los policías preguntaron a unos y otros e hicieron subir a la víctima a su piso para hablar con la sospechosa a solas. Debían cotejar las versiones por separado, pero la cosa parecía clara. Un policía acompañó después a María a casa. Ella recordó que había cerrado la puerta al salir, pero no echó la llave. Error. Seguramente la asaltante usó un plástico, la tapa de una libreta que portaba, para abrir la puerta con el método del resbalón o la radiografía, consistente en introducir una pieza plástica o similar por la ranura entre la puerta y el marco hasta conseguir abrirla.
No había señal evidente de forzamiento en la puerta del piso. Quizás restos del aislante del marco en el suelo. Y la vivienda estaba impecable. Lo único que aludía a un robo, aparte de lo experimentado en carne propia por María segundos antes, era la presencia de un joyero encima de la cama. La intrusa fue pulcra, certera en el golpe.
Imputada
La Policía Municipal identificó a la sospechosa y le abrió diligencias penales por un delito de robo con fuerza. Los agentes anotaron uno a uno los objetos aprehendidos: un ordenador portátil, una cámara de fotos, cuatro teléfonos móviles que la familia guardaba por si debía recurrir a ellos en caso de estropearse los suyos, los actuales. Y un libro electrónico y una caja con fotografías familiares.
Los guardias restituyeron a María lo que era suyo, aquellos objetos que había reconocido minutos antes en manos de otra persona. Y las bolsas de basura también eran suyas. También las había agarrado la ladrona del hogar allanado.