En la boca de un colector había un cuerpo inmóvil. Alguien lo vio y se temió lo peor, y llamó a los servicios de emergencias. Los temores eran fundados. El cadáver de un joven de 30 años apareció el lunes por la tarde en un colector de la riera de Les Arenes. Allí, al parecer, pernoctaba el muchacho y allí encontró la muerte, se presume que por causas naturales. Estaba enfermo, era alcohólico y su familia pide ayuda para poder darle digna sepultura.
A las 4.59 de la tarde llegó la alerta a los bomberos, llamados a enviar a efectivos a la riera de Les Arenes para ayudar a los servicios médicos a sacar un cuerpo de un agujero. De un colector que atraviesa un muro de contención de la riera a la altura de la calle del Puigmal, en el barrio de Les Arenes.
A ese tramo se llega desde una rampa que se abre en la avenida del Vallès o desde unas escaleras que igualmente bajan hasta el lecho de la riera. En la zona se vio a un par de dotaciones de Bombers. Su intervención duró una media hora. El equipo sanitario sólo pudo confirmar la defunción. Llegaba el momento de las pesquisas policiales, de la inspección de los Mossos d’Esquadra, del estudio primero del cuerpo, de la escudriña del agujero que había convertido en su precaria morada. Un hogar sórdido en el muro horadado.
La policía conocía al chico. Los mossos lo habían identificado días atrás en el mismo sector. Se sabía que estaba enfermo, que era consumidor enfebrecido de alcohol. No llevaba muerto mucho tiempo. Las primeras indagaciones en la riera no apreciaron signos de descomposición en el cuerpo. Tampoco observaron señales de violencia que abriesen un resquicio a una investigación por homicidio, pero había que esperar a los resultados de la autopsia. El juzgado de guardia autorizó el levantamiento del cadáver, que fue trasladado al instituto anatómico forense, en la Ciutat de la Justícia. Allí seguía ayer.
Se llamaba Daniel, era español y había nacido en Terrassa, pero casi toda su vida la pasó en Rubí. Trabajó de cocinero. Hace poco más de un año se separó de su pareja y se hundió en la desdicha, arrastrado en un cenagal tóxico. Lo contó ayer su madre, Adela, quebrada por el dolor, implorante de ayuda para inhumar a su hijo. Desde su separación traumática, el chico había vivido con su madre en Cabrera de Mar y en las últimas semanas residía con una tía suya de Terrassa que habita no muy lejos de la riera.
El miércoles discutió con su tía. Cuando bebía, Daniel se transformaba, recordó Adela ayer. Su familia ha movido cielo y tierra para sacarlo del negro pozo de su adicción. El joven entró en una asociación para reinsertarse, para recibir auxilio. No pudo ser. No cuajó.
La familia perdió el contacto con el muchacho el miércoles pasado, según la madre. Él aseguró que se había marchado de la asociación porque había encontrado trabajo en Sitges. No era verdad. La familia negó que Daniel fuese un sin techo, al menos de larga duración. Hasta la semana pasada vivía con parientes. Si estaba en la calle ahora "no era porque su madre quisiese", recalcó Adela. "Hemos hecho de todo para que se recuperase", añadió.
Beneficencia
Adela cobra poco más de 400 euros al mes. La familia no tiene los 3.000 euros que le piden para el traslado del cuerpo al cementerio de Rubí, donde dispone de un nicho familiar, de propiedad. "Nadie me hace caso. Pido ayuda", dice Adela, voz trémula. Quiere evitar que su hijo sea enterrado en una sepultura de beneficencia.
En el suelo del colector aún había ayer un cartón. Fuera, un colchón junto a un cojín despedazado y cinta de los mossos. Varias botellas vacías de alcohol etílico, de farmacia, estaban dispersas por la riera. En sus últimos días Daniel bebía esa sustancia.