La niña recién llegada a un colegio terrassense cuenta a sus compañeros que ha dejado su país "porque no hay alimentos". En Terrassa, su nueva ciudad, hay más de 400 venezolanos. Diari de Terrassa ha entrevistado a unos cuantos para que opinen sobre la convulsa situación de su país, con dos presidentes: Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez, y Juan Guaidó, que se proclamó como tal amparándose en la Constitución y ha recibido el respaldo de buena parte de la comunidad internacional. Ninguno de los egarenses procedentes de la nación caribeña consultados por este diario es chavista. Todos abominan del régimen. "En Venezuela ha renacido la esperanza", dice uno de ellos. Horas después, la frase se repite en boca de otro emigrante.
Mónica Pi es mujer brava. Lo denotan sus ademanes y lo destila su historia y la de su familia. Es hispano-venezolana y llegó a Terrassa hace poco más de un año, con su marido y sus hijos, escapando de lo que no duda en calificar de "dictadura". Su abuela, que era de Vic y a su vez escapó a Venezuela desde España "huyendo de Franco", ya se lo advirtió cuando Chávez llegó al poder". "Mónica, esto será una dictadura". Mónica no se creía el vaticinio de la yaya, pero no tardó en creérselo. Ahora regenta un restaurante en Terrassa y asegura que en Venezuela, con el movimiento de Juan Guaidó, con la probable salida del poder del chavismo encarnado en Nicolás Maduro, "ha renacido el país". En eso mismo confían otros venezolanos residentes en la ciudad, nuevos egarenses que se marcharon de su país huyendo de la tempestad cotidiana.
Nelson, residente en Sabadell pero asiduo de Terrassa, pone de relieve sobre todo el factor de la inseguridad como empujón definitivo para su marcha: "A mí me robaron dos coches. Allí no puedes confiar en las autoridades, muchas veces involucradas en los delitos". Nelson afirma que ha tenido que "empezar de cero" en España. Es crítico en extremo con el chavismo, con una gestión "ruinosa" que él ha visto de cerca. Trabajó de inspector en un almacén estatal de distribución de alimentos. "Comprobé cómo la mala manipulación deterioraba los productos, cómo se almacenaba leche a punto de vencer, cómo se pudrían artículos. Pude encontrar ese trabajo porque no estaba en la lista negra de opositores".
"Vinimos aquí con una mano delante y otra detrás. Me concedieron un crédito y el hecho de ser española me favoreció". Mónica es cocinera profesional y también ha rehecho su vida, con su marido y sus dos hijos, en Terrassa, ciudad que la tiene encantada.
A Mónica Pi ee gusta mirar la montaña de Sant Llorenç porque le recuerda a la que divisaba desde su localidad venezolana. Le asoman las lágrimas con la analogía. "Venezuela era un país rico, receptor de emigración, con playas espectaculares, petróleo, atracción turística. La situación económica se ha deteriorado en los últimos años. No hay comida, ni medicinas, ni repuestos para los carros (coches). Quise montar un restaurante y no pude. Hemos tenido que comenzar un proyecto en otro país", declara Mónica en su restaurante.
"Hoy mismo pueden morir doscientas personas en mi país por falta de diálisis. Uno sale a la calle y le roban o lo secuestran. No puedes parar a comprar unos chicles", cuenta Mónica con voz trémula que se quiebra al recordar a amigos asesinados "cuando iban a comprar el pan". Esta hispano-venezolana está convencida de que en la nación caribeña "ha crecido la ignorancia en los últimos dieciocho años. Se ha impuesto la cultura del robo implantada desde el mismo gobierno de delincuentes", dice con una dureza que mantiene con esta aseveración: "Venezuela es nuestro campo de concentración".
El desafío pasa "por un cambio de mentalidad productiva", añade Luis Herrera, el esposo de Mónica. "Hay que dar facilidades para que la gente pueda trabajar", señala ella. Para Luis, en su país se ha producido "una quiebra moral, económica y cultural". Este hombre de 47 años, contable de profesión, considera que lo vivido en Venezuela es propio "de una dictadura del siglo XXI, con un genocidio silencioso". Sus ojos parecen brillar de orgullo cuando escucha a Mónica explicar su participación en protestas callejeras contra el chavismo. Explicar cuando la policía les tiraba bombas lacrimógenas y perdigones, cuando ella misma se puso "delante de una tanqueta" y conminó a gritos a los agentes a que saliesen, "a que bajasen". Las mujeres, aseguran, salen a manifestarse a la calle "más que los hombres". Ese día, el día de la tanqueta, le soltó a uno de sus hijos: "Nos vamos a tener que marchar".
Y se marcharon hace poco más de un año. Como se marchó Nelson en el 2017. En el Vallès Occidental ha visto nacer a su hija, que cuenta 7 meses. Su mujer es española. Aquí piensa echar raíces.
Como Alberto Blasco (47 años) y Liliana Garofalo (44), pareja venezolana que recaló en Terrassa porque en nuestra ciudad tenían amigos. Arribaron en agosto del 2017, huyendo de la crisis "y de las amenazas de secuestro". Cinco tipos armados entraron en su casa. Golpearon en la cabeza a la madre de Alberto. Apuntaron a Liliana con una pistola en la cabeza. El objetivo era el robo, pero Alberto está convencido de que el gobierno ha planificado el caos "con la idea de destruirlo todo para tratar al pueblo como ganado, para decirle que si no apoyan al chavismo se quedarán sin comida".
A las seis de la tarde se encerraban en casa, creyéndose más seguros que en el desvalimiento de la calle, aunque pendientes de los ladridos de los perros, de cualquier ruido que hiciese saltar las alarmas de un allanamiento. "Han matado a chavales por llevar banderitas en manifestaciones", cuenta Alberto, hijo de españoles: "Mi padre era valenciano. Murió hace cuatro meses. Estaba enfermo del riñón. Tuvo problemas para que le hiciesen diálisis. A veces lo mandaban de vuelta a casa porque no había agua. Le ha pasado lo mismo a niños de 12 años, conozco sus casos. Y los de médicos que se han suicidado en hospitales. Muchos venezolanos parecen zombies por la calle, por falta de proteínas". Una sobrina de Liliana huyó del país. Estuvieron a punto de detenerla "porque cargaba pasquines en un coche. Al final detuvieron a mi cuñada porque se responsabilizó de ese acto. Pero mi sobrina se fue".
Qué decir del mareo de las esperas. "La gente hace colas de horas para sacar dinero de un banco y empieza otra para comprar harina PAN (harina de maíz precocida). Cuanto más caos, mejor para el gobierno". Tantas precauciones tomaban algunos venezolanos, sobre todo los dueños de negocios, que en ocasiones Alberto se desplazaba a su establecimiento disfrazado, y cambiaba de ruta por si lo vigilaban. Toda prevención era poca, teniendo en cuenta la violencia que veía en derredor. "A un amigo lo secuestraron. Le cortaron un dedo", recuerda, como recuerda las advertencias: "Te vamos a cerrar el negocio". El propósito del régimen es "que las empresas se vayan".
Resistencia
"Siempre pensé que alguien lideraría un movimiento para derrocar el chavismo, pero nadie ocupó el vacío cuando surgió la posibilidad", apunta Mónica, muy crítica con los prochavistas españoles: "No saben cómo se vive allí". ¿Y ahora qué panorama se abre? "Ahora sí. Veo que salimos de una dictadura camino de una democracia plena. Guaidó tiene ímpetu, fortaleza, humildad, entrega. Tiene lo que dice en una de sus frases: resistencia, persistencia e insistencia. Nicolás Maduro no va poder con todo. El mal no puede sobrevivir".
"Aquí puedo dormir todos los días", dice Liliana dibujando una sonrisa que sólo se torna mueca seria cuando rememora la frase que su hija le soltó el día del asalto en casa: "Mami, sácame de aquí". Y la sacó. ¿Volverían todos ellos a Venezuela si cambia mucho la situación? Los Blasco Garofalo, que regentan un súper en la calle de Antoni Torrella, responden que, de momento, no. Los Herrera Pi ven difícil el regreso, teniendo cuenta que la familia "está bien integrada" en Terrassa. Nelson esperará un tiempo, acaso un año, para la vuelta a su casa, a la que se construía cuando decidió cruzar el océano.