Una ambulancia pasa a buscarla cuando tiene hora en el médico. Puede bajar las escaleras desde el tercero sin ascensor, donde vive, con suma lentitud, con padecimientos, pero luego subir deviene un suplicio que le cuesta describir. Llora peldaño a peldaño hasta que consigue arribar a su rellano en ese piso de La Cogullada donde reside gracias a la bondad responsable de su exmarido, dueño del piso y cuidador de esta mujer de 48 años con obesidad mórbida que pide ayuda. Y la pide toda su familia. Y la pide para encontrar otro lugar donde vivir, una vivienda de planta baja o planta superior con ascensor.
Pesa 136 kilos. Se llama Elisabet Sánchez Pirez, cuenta 48 años y vio la luz en Uruguay, como su exmarido, como el hombre que, pese a su divorcio en el 2012, la cuida con abnegación en un piso que es de su propiedad (de él) y cuyo préstamo hipotecario paga (él) cada mes.
Viven juntos con sus dos hijos, uno de 25 años y otro, discapacitado, con 23, y un conejo, y cuatro perros. Los hijos ayudan a su madre cuando pueden. Raúl Palleiro, el exmarido y compañero de piso, prepara la cena "y la comida de mañana". Temprano se marchará a trabajar. Volverá, se meterá en casa, estará pendiente de la medicación de Elisabet, abrirá la caja grande de plástico en la que guarda los fármacos, la auxiliará para ir al baño.
"Estoy a la espera de que me operen", dice Elisabet. Le reducirán el estómago y luego deberá adelgazar "nueve o diez kilos" por mes, hasta que sus niveles se acerquen a lo saludable teniendo en cuenta sus problemas. Siempre fue gorda, recuerda, pero en el último año su estado ha empeorado de manera galopante y ella lo atribuye al consumo de unas pastillas con hormonas recetadas por su ginecóloga. Y también a lo que come, claro. "No como tanto como otras personas, pero sí, como". Porque le cuesta frenarse, porque apenas sale de casa, porque muchos días los pasa del sofá a la cama y de la cama al sofá. Un año atrás la báscula marcaba 98 kilos. Ahora, 136.
"No soy dueña de bajar las escaleras", señala. "En la calle me espera una ambulancia cuando tengo que acudir a alguna visita médica". Cada quince días, por ejemplo, para tratarse su asma. Elisabet era empleada de residencias geriátricas, auxiliar, pero dejó de trabajar hace unos cuatro años. Desde el 2014, cuando la vida empezó a despeñarse, vive con su expareja.
Patologías
"Tengo fibromialgia, asma, diabetes, tensión arterial alta. En Mútua me convencieron para operarme. Si no lo hacía, en dos años estaría sentada en una silla de ruedas", dice esta vecina de La Cogullada que aspira a habitar un piso con ascensor y "un cuadradito de patio" para sus perros. Su exesposo, siempre presto a arrimar el hombro, avalaría el alquiler con su nómina. Elisabet empezará a cobrar en breve una pensión no contributiva de menos de 400 euros al mes.
"Estoy presa". Ella solo baja a la calle por asuntos médicos. La compra se la hacen. A los perros se los pasean. "No puedo ni tender la ropa", lamenta con mueca de amargura. Raúl la mira.
Los sábados y domingos es cuidador "a tiempo completo". Asea a Elisabet, la seca pliegue a pliegue. Apunta que "hasta 500 euros" podrían pagar de alquiler en algún piso. "Ahora vamos justos", admite este hombre generoso que colabora (también, sí) con el albergue L’Andana y apenas sale de casa si no es para asuntos relacionados con su familia. A veces sí toma algo con un amigo, pero mirando de reojo el reloj porque seguro que Elisabet lo necesita.
"Habra solución, tarde o temprano", concluye Raúl.