Durante algunos años de la década de los ochenta, hubo noches de otoño en las que atravesaba las calles del centro, entonces más frías y despobladas, para encerrarme por espacio de unas tres horas , alrededor de una mesa provista de frutos secos y caramelos, con catorce o quince personas que doblaban o triplicaban mi edad. Leíamos y escuchábamos un montón de currículums de terrassenses, y los sometíamos a largas deliberaciones y a incontables votaciones: la primera reducía los candidatos a doce; las siguientes iban eliminando, uno a uno, aquel que en cada recuento tenía menos votos. Eran -así siguen siendo- las reuniones del jurado de los premios Terrassencs de l’Any, y aquella pequeña habitación del Social, entrando por el vestíbulo a la derecha, donde se celebraban, parecía destilar, en esas noches que a veces se hacían madrugada, una esencia , una poética profunda y secreta del hecho de ser terrassense, y de las actuaciones generosas y de servicio a la ciudad. Secreto era desde luego todo lo que se hablaba en aquel cubículo. Al rato de empezar la reunión, abría la puerta el camarero del Social -se le pedían café o infusiones, y quienes no habían tenido tiempo de cenar antes, bocadillos-, y el presidente del jurado imponía, en la toma y entrega del avituallamiento, un silencio absoluto. La confidencialidad se cumplía escrupulosamente.
La iniciativa del Social de premiar a unos terrassenses que, por su trayectoria cívica, “hayan enaltecido a la ciudad” en “los campos de la cultura, el arte, la beneficiencia, la abnegación, el deporte, empresarial, etc..”, con especial consideración por “el altruismo y la abnegación en su actuación”, según indican las bases, ya tenía su historia, pero en aquellos años el jurado aún contaba con parte de los miembros que lo fueron en su primera edición y que debieron ser sus impulsores: Josep Rius (que presidía el CSC ese 1969), Jeroni Font, Josep Massagué, Carles Puig, Ramon Trenchs, Ramón M. Wennberg, José Manuel Salillas y Joan Antoni Pujals, estos dos últimos ahora los únicos superviviente de estos hombres míticos de la historia del Social que hace cincuenta años instauraron el premio.
Una afortunada coincidencia
Los orígenes del certamen resulta, no obstante, un tanto brumosos, y una historia del mismo aún está por hacer. En el prólogo del libro publicado con motivo de su décimo aniversario, el urbanista, profesor y crítico de arte Josep Boix escribió que, un día de 1967, sugirió a José Manuel Salillas la publicación entre ambos, en el periódico local, de una columna que cada semana contara la biografía de un terrassense destacado, “sin otra motivación que ser un poco justos con numerosas personas, casi desconocidas, que con su granito de arena hacen Terrassa día a día”.
Llevaban ya unas cuantas elaboradas, y tenían la sección a punto de iniciar su andadura, cuando supieron que también en el Centre Cultural el Social (entonces, Centre Social Catòlic) se estaba pensando en dar a conocer aquellos terrassenses de realizaciones y valores extraordinarios, pero que en ocasiones quedan “ocultos por la discreción y sencillez de quién los vivo y los realiza”. En su caso, flotaba la idea de la concesión de unos galardones que los distinguieran. Debía existir en esos años finales de la década de 1960, un espíritu de voluntad de reconocimiento a esos terrassenses, quizá por la percepción de que, ya lejanas las asperezas de la postguerra, la ciudad funcionaba, y era más agradable vivir en ella, gracias a su entrega y voluntarismo. Y que, en unos y otros ámbitos, no debían ser precisamente pocos.
Los primeros Terrassencs de l’Any fueron proclamados el 8 de diciembre de 1969, en un modesto acto celebrado en el propio Social, de repercusión prácticamente limitada a la entidad. Pero todos los participantes lo encontraron tan satisfactorio y acertado, que decidieron darle continuidad, y poco a poco los “Terrassencs de l’Any” fueron convirtiéndose en un auténtico acontecimiento ciudadano, con su tradición y ritual propios, nuestros premios Nobel. En 1983, la ceremonia de entrega pasó a celebrarse en el Centre Cultural de Caixa Terrassa, prolongada con una comida en un restaurante, y unos años después se cambió la mañana del 8 de diciembre por la tarde de uno de los primeros sábados de mes, para esquivar posibles puentes festivos y facilitar una mayor asistencia del público. Desde 2012, el acto se realiza en el Teatre Principal.
De la entidad a la ciudad
Pero, aparte de estos, “pocos cambios habrá tenido los premios Terrassencs de l’Any en estos cincuenta años”, señala Sílvia Torrente, su secretaria desde 2009. El más importante tal vez sea la formación del jurado. El certamen “nació como un acto interno del Social, y en un primer momento todos los integrantes de su jurado eran socios de la entidad. Pero al ir premiando gente de toda la ciudad, pronto se amplió, estableciéndose con un tercio de directivos o ex directivos del socios, otro formado por representantesde entidades locales o medios de comuniación, y otro más de personas elegidas Terrassencs de l’Any en anteriores ediciones”.
Pese a su título, los meritos a considerar para el galardón no se limitan al año en que se entrega (éste únicamente indica el momento en que los méritos son reconocidos), sino que tienen preferencia “las virtudes confirmadas o consolidadas por una dilatada actuación ciuadana”. Pese a su vocación de galardonar trayectorias (y por ello los premiados suelen ser de edad avanzada) también cabe la posibilidad de nombrar Terrassenc de l’Any a quién haya realizado algo extraordinario por la ciudad, o sus ciudadanos, de manera puntual.
Condición indispensable de todo candidato es su vinculación a Terrassa “por la formación, la actuación o ambas a la vez, independientemente de haber nacido o no entre nosotros”, y no puede serlo quién esté ejerciendo en ese momento un cargo político. El jurado valora especialmente el altruismo y la abnegación, y no contempla las actuaciones que estrictamente correspondan al cumplimiento de una actividad profesional. Los Terrassencs de l’Any han de ser algo más que buenos profesionales. Las percepciones de los conceptos antedichos suelen motivar largas discusiones en las reuniones del jurado. En esas noches de los años ochenta, Josep Boix, que vivía con gran pasión el certamen, delimitaba con vehemencia y argumentación este punto del reglamento. Como otros miembros del jurado, llamaba a ser rigurosos, porque el prestigio que había ido adquiriendo el premio lo requería. Pero cuando el análisis de los currículums parecía hacerse excesivamente exigente, recordaba que todos somos humanos y nadie perfecto, y que ni Terrassenc era una beatificación ni enviaba a nadie directamente al cielo. Joaquim Cardellach, representante Amics de les Arts, estaba siempre atento a escuchar las opiniones de todos los miembros del jurado, pero también a no pasar el umbral de la vida privada en la valoración de los candidatos.
El reglamento establece que los Terrassencs de l’Any pueden ser de uno a tres, ampliables a cuatro por acuerdo unánime del jurado (en alguna edición han sido incluso cinco). Una vez efectuada la última votación, el Social lo comunica a los galardonados, llamándoles a la entidad o bien acudiendo a su domicilio. “La reacción de los premiados suele ser idéntica”, señala el presidente de la entidad, Ricard Figueras. “Primero nos dicen ‘¿Y por qué yo’? Otros se lo merecen más’. Entonces les decimos que seguramente tienen razón, pero que el jurado ha decidido que este año sean precisamente ellos”. Figueres subraya que, realmente, “casi todas las candidaturas que nos llegan son merecedoras del premio. También debe decir que no existe un primer, segundo y tercer ‘Terrassenc’. Todos se reconocen al mismo nivel”.
“De la sorpresa y las dudas iniciales, pasan a la emoción, se emocionan muchísimo, y les hace mucha ilusión”, añade Silvia Torrente. “Su afirmación de que no son merecedores del premio significa que lo que hacen por Terrassa lo hacen de todo corazón, porque les apetece y les sale realmente de dentro. Y por eso mismo se merecen ser nombrados Terrassencs de l’Any”.
Grandes recuerdos
Subir al escenario para recibir el diploma y la insignia de Terrassenc de l’Any supone una experiencia inolvidable. El galardonado más antiguo que vive, el arquitecto y cineasta Jan Baca, premiado en 1973, con 39 años, recuerda que “me hizo mucha ilusión. Sobre todo porque no me lo esperaba. Me lo dieron por mi trabajo como cineasta, porque era en la época en que empezaba a triunfar en los certámenes de cine amateur europeos. Lo guardo en la memoria como un gran recuerdo”.
Teresa Casals, Terrassenca de l’Any1986, aún se acuerda que fue un sábado cuando se lo comunicaron, y del entusiasmo con que sus hijos acogieron la noticia. “Sabía que el Casal de Sant Pere me había presentado, pero también que concurrían muchas candidaturas, y ni siquiera pensaba en ello. Me hizo mucha ilusión, por supuesto.”
En 1985, uno de los galardones fue Jordi Figueras i Carreras, organista de Sant Pere. Lo interpretó, recuerda, como “un reconocimiento social” a haber conseguido que la parroquia volviera a tener órgano. El anterior fue quemado durante la Guerra Civil, y cuando el Conservatori de Barcelona decidió venderse uno muy similar al que existía, y del mimo constructor, Figueras consiguió comprarlo, restaurarlo y ampliarlo. “El premio me animó mucho. Coincidió además con el Año Europeo de la Música, en que hicimos muchos conciertos.”
“Cuando te lo dicen, tienes dos sentimientos contrapuestos”, explica Mariona Vigués, Terrassenca de l’Any 2010, corroborando las palabras de Ricard Figueras. “Por una parte, la inmensa ilusión de que te hayan valorado como persona. Por otra, te viene una sensación de humildad, de pensar que en Terrassa existen pequeños héroes de la vida de cada día, que se lo merecen más que tú. Y con el paso del tiempo esta segunda parte creo que va pesando más.” Vigués cree que entidades y particularies deberían “mirar cada año a su alrededor, ver la gente que dedican su vida al servicio de os demás, y presentar sus candidaturas a los Terrassencs”.