Terrassa

El raro día del desafío, las colas y la tensión de los rumores

La cola nervioseaba en la acera de la Rambla de Francesc Macià, subiendo hasta la calle de Roig Ventura. Decenas de personas esperaban a que abriese el “colegio” habilitado en el edificio de la ludoteca y casal de personas mayores. Aguardaron un rato largo, como en otros muchos espacios del referéndum de independencia, mientras los móviles echaban humo. Fue el día del referéndum prohibido, y fue el día de los móviles y las noticias y los bulos, de las movilizaciones a través de redes sociales, del censo universal, de coles ocupados días antes. De tensión en el ambiente a medida que se conocían informaciones sobre las cargas policiales.

Antes de las cinco de la madrugada ya había electores camino de colegios. En escuelas como Lanaspa, Bisbat d’Ègara y La Roda padres de alumnos habían organizado actividades lúdicas durante el fin de semana para garantizar que el domingo los edificios permaneciesen abiertos y evitar así el precintado policial durante la noche del sábado al domingo. Cientos de personas se concentran a las puertas de los centros para impedir la retirada de urnas, papeletas y material informático. Durante la madrugada llega poco a poco el material a los colegios. Las urnas estaban en un almacén. Las papeletas, miles, las guardó un político local en su trastero. Un vecino lo ve en el aparcamiento comunitario y, como sabe de qué pie cojea, le pregunta con sorna si oculta él las urnas del 1-O. No, responde el político. Las urnas, precisamente, no.

El cronista empieza su periplo por la ludoteca de Sant Pere Nord. Un anciano observa con una mezcla de incredulidad y renuencia la cola de votantes a la espera, pregunta qué pasa y le responden que es día de votación. “Pues ea, vamos a votar”, suelta él con marcado deje andaluz. La semana pasada, casi un año después de aquello, el anciano lucía un sombrero adornado con la bandera de España.

Nueve de la mañana, ludoteca. Se corre la voz de que la cosa va a tardar, pues se registran problemas informáticos. Un sabotaje, comenta un potencial elector. Es cierto que la Guardia Civil ha bloqueado aplicaciones informáticas y en algunos colegios las anotaciones se hacen a mano. Una mujer, a pocos metros, sonríe de medio lado con rictus sardónico al tiempo que mira el móvil: “¡Qué vergüenza! ¡Nos han cerrado el espacio aéreo!”.

Se palpa ambiente semejante al electoral, pero atravesado por la rareza de la anormalidad. El famoso 1-O ya está aquí, convertido en desafío tras las prohibiciones de la Justicia. El cronista se dirige a pie hacia el Pla del Bon Aire, donde se aprecia, angulosa, otra cola de votantes. “A ver si nos dejan ejercer nuestro derecho al voto”, apunta un hombre al cronista, que se encamina al instituto Can Roca. Un interventor cuenta que los mossos acudieron a ese centro para elaborar un acta con la cifra de los presentes antes de la apertura del colegio.

Hay quienes pasan horas y horas en los colegios a modo de fuerza defensora por si llega la policía. “Vienen para aquí. Ya están en Sabadell. Los antidisturbios”, advierte un joven a las puertas del instituto Cavall Bernat de Sant Llorenç.
En los aledaños de un centro, un joven se aproxima a dos mossos. “Esto es una vergüenza”, afirma. “No lo entiendo. Es un acto ilegal”, añade. El cronista escucha cómo una mossa, con voz de calma, le responde que donde hay patrón no manda marinero. El chico no insiste. No levanta la voz y vuelve sobre sus pasos, negando con la cabeza.

Colas de cinco horas
En algunos sitios los electores soportan colas de hasta cinco horas. Se ve a bomberos acudiendo a votar uniformados. Una mujer estira los brazos con júbilo tras depositar su papeleta. No hay rastro del Cuerpo Nacional de Policía ni de la Guardia Civil en Terrassa. Sí, han estado en Sabadell, allí ha habido cargas. En el instituto Montserrat Roig la cola rodea la manzana. El cronista baja por la Rambla d’Ègara y un abogado conocido suyo, lo ve y levanta el puño. Un político del PDeCAT aparca junto al colegio França. “Hay un herido en estado crítico por las cargas”, le han contado.
Cientos de personas se concentran ante los centros a la hora del cierre y en algunos casos el recuento se anticipa ante el temor a una requisa en el momento último. En Can Boada, con la tarde en declive, un joven coloca una radio encima de un coche y decenas de vecinos se arremolinan alrededor para escuchar las noticias. Acaba el 1-O, algo más que un punto y aparte. 

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