Terrassa

“Matar a Dios”. Una original reflexión sobre las miserias humanas 

Una de las cosas que más agradece el cinéfilo inquieto en estos tiempos de películas "prefabricadas" que son casi todas iguales es tener la oportunidad de ver títulos que se salgan de la norma, que resulten originales e imprevisibles, que discurran por caminos no trillados. "Matar a Dios", la "opera prima" de los terrassenses Caye Casas y Albert Pintó, es uno de esos títulos.

El film podrá gustar o desconcertar (porque la historia es rara e inclasificable) pero nadie le puede negar que es distinto a lo que estamos acostumbrados a ver habitualmente. Como tampoco le podrá negar nadie sus excelencias interpretativas y la calidad de los diálogos, de la música y de la ambientación.

Detrás de su provocativo título se oculta una comedia negra con ingredientes fantásticos, giros inesperados, substrato pesimista y desenlace de lo más inquietante. No es realmente un film religioso ni blasfemo, aunque uno de los personajes asegure ser Dios (y los otros sospechen que puede tratarse del diablo). Tampoco es una cinta de terror aunque el desenlace en cierto modo sí lo sea. Más bien es un retrato negrísimo y reflexivo de las miserias, las flaquezas y la estupidez del género humano, mostrado a partir de un número de personajes reducido pero suficiente: los miembros de una familia que se ha reunido para cenar y no paran de discutir. Todos están magníficamente interpretados pero destaca de forma especial Itziar Castro. No es casualidad que buena parte de los premios que ha obtenido la película hayan sido para ella.

Albert Pintó y Caye Casas sacan mucho partido de una idea que en principio parecía más propia de un cortometraje, así como del espacio reducido en el que se desarrolla la acción y del presupuesto exiguo con el que han contado.

Ambos debutan en el largo pero no son unos recién llegados y se nota. Sus cortometrajes, juntos o en solitario, con especial mención del genial "Nada S.A." (ya protagonizado por Emilio Gavira, el Dios de esta película), les han enseñado a manejar adecuadamente los resortes fílmicos, a trabajar con pocos elementos y a contar una historia sin desperdiciar metraje. Porque otro de los méritos del film es que sólo dura una hora y media. Casi nunca hace falta más pero, por desgracia, no son muchos los directores que lo entienden.

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