Aparcó el vehículo, una Opel Combo, y se apeó para un reparto. Transportaba material electrónico que en unos minutos le desapareció. Un ladrón forzó la furgoneta y se apoderó de quince paquetes, que contenían, entre otros efectos, un "router", seis tarjetas SIM y dos teléfonos móviles. Al ladrón lo cazaron porque dejó impresas huellas y ha sido condenado a quince meses de prisión por un delito de robo con fuerza. Y a pagar lo que valían el botín y los daños en el vehículo.
El 7 de febrero del 2014, poco antes de las cuatro de la tarde, el repartidor estacionó el coche en la calle de Antoni Torrella, en Ca n’Aurell, pues debía dejar un paquete en un domicilio. La furgoneta, propiedad de su pareja, estaba bien cerrada cuando se bajó. No ha trascendido si el ladrón presenció la llegada del repartidor y esperó a que saliese o si pasó por allí y vio la posibilidad del robo. La cuestión es que rompió la ventana posterior izquierda de la furgoneta y sustrajo los quince bultos: el "router", las tarjetas SIM, los móviles.
Los Mossos d’Esquadra inspeccionaron el automóvil y encontraron huellas del acusado, que fue identificado, imputado, procesado y condenado por una sentencia del juzgado de lo penal número 3 de Terrassa que le impuso quince meses de prisión por un delito de robo con fuerza. El reo presentó un recurso ante la Audiencia Provincial, pero lo ha perdido. Alegó que la prueba dactiloscópica era insuficiente y cuestionó su fiabilidad. Resultó que el acusado era mecánico (eso afirmó), por lo que, según su defensa, seguramente había huellas suyas en multitud de coches. Por su oficio, por las manos llenas de grasa, a saber.
Para el tribunal, la prueba sí es suficiente para desvirtuar la presunción de inocencia. El informe policial concluyó de forma inequívoca que las huellas palmares de la mano izquierda halladas en el coche se encontraron sobre la chapa de la puerta posterior del vehículo, al lado del vidrio roto, y sobre la chapa del paso de rueda situado en el interior de la furgoneta, en la zona de carga. O sea, había huellas del acusado impresas tanto fuera como dentro de la furgoneta. Y eran huellas recientes. El único indicio, el de la prueba dactiloscópica, "constituye un indicio suficiente para fundar una condena", indica la sentencia de la Audiencia Provincial, que invoca resoluciones del Tribunal Supremo en ese sentido.
Las explicaciones del sospechoso son forzadas y retorcidas, según los magistrados. El argumento de que trabaja como mecánico es "peregrino y pueril". El procesado dijo que tuvo que trabajar en ese vehículo, pero tal justificación no se sostiene, según el tribunal; la furgoneta estaba en la vía pública, "no en un taller ni en sus proximidades", y el acusado no aportó prueba alguna para corroborar su intervención profesional en la furgoneta. No dijo cuándo, ni en qué taller, pudo poner sus manos sobre aquel coche en calidad de mecánico. Ni siquiera justificó que fuese realmente mecánico. Es más, los responsables de talleres preguntados durante la instrucción de las diligencias negaron que el acusado hubiese trabajado con ellos.
Versión inverosímil
La dueña de la furgoneta y su pareja, el repartidor, aseguraron que aún no habían llevado la Opel Combo a ninguna reparación. La versión del encausado, además de inverosímil, vaga e imprecisa, "resulta incompatible con las circunstancias del hecho".
El supuesto mecánico ha sido condenado a quince meses de prisión y a pagar 322,64 euros de indemnización a la dueña de la furgoneta, por los daños ocasionados en el forzamiento, y en una cantidad por determinar a la empresa de reparto, que a su vez indemnizó a los clientes. Estos habían abonado el material que no recibieron porque el ladrón lo robó antes.