Años ha, Miranda (nombre ficticio) abrió lo que llama, como llaman otros, una "casa de chicas" en Terrassa. Esto es: un burdel casero, un prostíbulo doméstico entre viviendas familiares, clandestino hasta que deja de serlo por algún que otro follón nocturno o porque algún cliente toca el timbre que no debe. El de Miranda lo ha visitado la policía alguna que otra vez, pero sigue abierto bajo la apariencia de centro de masajes o algo semejante. Camillas que ocultan lechos. En los últimos cinco años, la Policía Municipal ha intervenido en cerca de cuarenta locales o viviendas donde se ejercían "actividades de naturaleza sexual".
Unos agentes locales de paisano caminan por una calle próxima la carretera de Castellar para visitar un bloque de pisos donde meses atrás se cerró un piso que era burdel encubierto. La Policía Municipal se había puesto manos a la obra y el dueño de la vivienda clausuró la actividad de lenocinio, la "casa de chicas", pero los agentes de paisano han recibido alguna información sospechosa y se dirigen al bloque para confirmar si el burdel doméstico ha pasado a mejor vida o ha resucitado. Para el propietario del piso, que sabía lo que se cocía allí dentro, por supuesto, aquello había sido, parece, un negocio próspero.
Como esa actuación de control ha llevado a cabo el cuerpo local unas cuarenta en los últimos cinco años, según datos del Ayuntamiento. En 37 casos ha intervenido en lupanares instalados en pisos o locales y en tres casos, en la vía pública. Había prostitutas que ofrecían sus servicios en la carretera de Castellar (en los parajes fuera del casco urbano), en la de Rubí y en la Nacional 150, camino de Sabadell.
En los tres puntos de carretera ha desaparecido la actividad sexual mercantil. Y la mayor parte de las mancebías urbanas, en edificios de viviendas, han sido cerradas, o han clausurado su actividad por decisión propia, en ocasiones inducida por la presión municipal. De los 37 burdeles clandestinos detectados, 17 ya no funcionan como tales. Otros surgirán, seguro, como surgieron en su momento aquel del Torrent d’en Pere Parres o aquel de Sant Pere Nord que incluso se publicitaba con folletos colocados en los limpiaparabrisas de coches. Una cámara de seguridad grababa desde un tiesto del balcón a quienes entraban en el garito, situado en la primera planta de un edificio.
En el 2013 el Ayuntamiento, mediante su servicio de Actividades, tramitó un expediente de legalización para un centro de masajes. Todo en la tramitación parecía normal: un establecimiento en un local situado en un edificio de oficinas. Todo en regla. Pues no. Una inspección de la Policía Municipal sirvió para constatar que allí no se realizaban masajes terapéuticos propiamente dichos.
Aquello era un burdel que, por supuesto, el Consistorio no podía legalizar por sus condiciones y por su emplazamiento.
La intervención en domicilios particulares es espinosa, pues la administración se enfrenta a mayores dificultades que en los locales para demostrar lo que se ventila allí dentro. La Policía Municipal debe comprobar de forma inequívoca que el piso aquel, o aquel de allí, es un lupanar enmascarado en un inmueble residencial. Que es una "casa de chicas", que se desarrollan actos de prostitución de forma permanente y sin que las trabajadoras sexuales vivan allí. Si confluyen esos factores, el Consistorio considera la vivienda un establecimiento de actividad sexual y no un domicilio. Y entonces puede actuar con la incoación de un expediente sancionador. Ordena el cese de la actividad. Por lo general, el cierre se consigue antes de que acabe el expediente municipal, por lo que rara vez debe procederse a cursar una orden de precinto.
Los hay discretos, pero los más son foco de conflictos vecinales más pronto que tarde. Y algunos, incluso después de desaparecer. Que se lo digan si no a la familia que el año pasado debió colocar un cartel informativo en su casa, en Ca n’Aurell, después de desconectar el timbre, harta como estaba del alud de clientes de un antiguo burdel que no se no habían enterado del cambio de ubicación de las chicas.
Chicas de la alegría
El lupanar ya no estaba allí, pero los vecinos, no solo los de la casa donde estaba emplazado, seguían arrostrando visitas de clientes a todas las horas del día y de la noche. El hartazgo era comprensible. "¡Aquí no hay chicas de la alegría! ¡Ni aquí al lado ni en esta calle! Se mudaron. Lo siento, aquí vive una familia feliz. Gracias por no tocar el timbre", rezaba el cartel enganchado en su puerta por la familia más agobiada por los visitadores. Algunos de ellos se enojaban y todo.
En junio del 2014, un tipo causó daños en un burdel de Poble Nou porque no quedó satisfecho. En realidad, él mismo llamó a la Policía Municipal, después de que lo hiciesen unos vecinos, porque no había recibido el servicio por el que había pagado. Y por eso se dio a patear la puerta del prostíbulo.
En noviembre del 2016 un individuo fue condenado por la Audiencia Provincial a siete años y medio de cárcel por atracar dos veces en un mes un burdel del Torrent d’en Pere Parres. Esgrimió cuchillos e hirió a cuatro mujeres.