Josep Rull entró en la cárcel el 2 de noviembre y salió en libertad condicional el 4 de diciembre. Esos treinta días han sido de una gran intensidad emocional. Este es el relato en primera persona de su experiencia desde que le notifican que debe declarar en la Audiencia Nacional hasta la salida de prisión entre los aplausos de los reclusos del módulo 4 con los que compartió tantas cosas durante un mes interminable. Este escrito no pretende ser más que eso, el relato de un hombre en prisión, sin más pretensión que la de transmitir las emociones de una persona que se considera encarcelado por sus ideas, que deja atrás a cuatro compañeros y que sale de prisión con la convicción de que debe seguir luchando.
"Un consell des de la presó: mengeu-vos els vostres fills a petons, cada dia".
(27 de noviembre de 2017. Tweet de Josep Rull i Andreu después de recibir la visita de su esposa y sus hijos en la prisión de Estremera, Madrid)
"Esperábakos la citación de la jueza de la Audiencia Nacional en cualquier momento, pero nunca pensamos que llegaría aquel día y a aquella hora.
-Qui són aquests senyors? – me preguntó mi hijo.
– No pateixis, són uns amics del papa -contesté
Eran las once menos cuarto del 31 de octubre de 2017. Imposible preparar la declaración ante la jueza Carmen Lamela. La situación de indefensión era más que evidente, ante una querella de más de cien páginas, en poco más de cuarenta y ocho horas con un festivo de por medio y un viaje de seiscientos kilómetros. Pero no podíamos hacer nada.
La mañana del día 2 de noviembre prestábamos declaración ante la jueza Lamela el vicepresidente Oriol Junqueras, las conselleras Dolors Bassa y Meritxell Borràs y los consellers Joaquim Forn, Raúl Romeva, Jordi Turull, Carles Mundó y yo mismo. Decidimos responder únicamente a las preguntas de nuestros abogados. Con el tiempo de que dispusimos y así se lo hicimos saber a la jueza instructora, no podíamos preparar nuestra defensa con garantías.
Fueron unas horas tensas en las que las emociones y los temores eran difíciles de gestionar. La actitud de la jueza era de cierta indolencia durante nuestra declaración. Miraba el móvil constantemente y en apariencia prestaba muy poca atención a nuestra declaración. Llegué a creer que aquella actitud respondía a una decisión tomada de antemano y que estábamos ante un mero trámite antes de entrar en prisión.
Ya por la tarde, llegó el momento de la vistilla. Nos hicieron pasar a la sala a los ocho miembros del Govern legítimo de la Generalitat; a todos juntos en una acción que consideramos impropia, puesto que este tipo de actos deben ser individualizados, entre otras cosas por el simple hecho de que se pueden poner sobre la mesa, como de hecho ocurrió, cuestiones personalísimas relacionadas con la más estricta intimidad.
La fiscalía pidió la prisión preventiva y luego la jueza debía decidir. Ocurrió lo peor. Los abogados nos advirtieron que debíamos entrar de uno en uno en la sala para oír la resolución y que si tardábamos en salir debíamos entender que había ordenado el ingreso en prisión del compañero que entraba y no salía. Y así ocurrió.
Los grilletes
Tras unos momentos de cierta confusión, el contacto con nuestra nueva realidad fue de una brutalidad extraordinaria. La Policía Nacional me llevó a los sótanos del edificio, donde me cachearon a fondo, me quitaron el cinturón, la corbata, los cordones de los zapatos, el anillo de casado, los brazaletes (eran de ropa), las gafas, los medicamentos que llevaba, todo…
Luego me metieron en un calabozo. Era oscuro, sin ventanas, sólo había un banco de hormigón con una manta y un retrete. Allí estuve unas dos horas. Iba oyendo cómo decían "abre la cuatro", "abre la dos"… Eran mis compañeros, que cumplían, como yo, con el protocolo de traslado a prisión.
Finalmente me entregaron a la Guardia Civil. El trato, en mi opinión, fue excesivo, contundente. Me pusieron unos grilletes, que no esposas, en la espalda. La diferencia es que los grilletes son rígidos y limitan mucho más el movimiento, lo cual se agravaba al disponer las manos atrás.
No sabía a dónde iba ni cómo nos distribuirían. Fueron momentos de angustia por la incertidumbre y lo duro del traslado en aquella jaula de aquella tétrica furgoneta. La sensación era que abandonaba el mundo para ir a no sabía dónde. En realidad no tenía la menor idea de dónde iría a parar.
Humillación
Mis compañeros iban por parejas y yo iba sólo, pero no lo sabía. Percibí que las otras furgonetas desaparecían y en la ruta sólo quedé yo, pero no le di importancia. Todo estaba siendo emocionalmente impactante. Yo pensaba que iba a Soto del Real, pero vi que aquel complejo era antiguo y me desubiqué:
– ¡Se os ha acabado la tontería, catalanes!
Me rebelé ante aquella actitud del funcionario que me recibió y respondí:
– ¡No se nos acabará ni ahora ni nunca!
Y continuó:
– ¡Pues os vais a pudrir aquí en la cárcel!
Aquella fue la bienvenida en aquel lugar pavoroso que yo no reconocía. Después vino todo el proceso de identificación. Me tomaron las huellas me hicieron el carnet de recluso y me dieron el auto de prisión:
– Toma el auto. Con el tiempo que vas a pasar en la cárcel te lo vas a aprender de memoria.
Aquella actitud de desafío me resultó tan incomprensible como impactante. Y siguió cuando me hizo la fotografía de rigor:
– Vaya careto que tienes. Esto es para salir en el telediario para que la gente sepa la cara que tienen los traidores.
Prefiero olvidar el resto de comentarios, pero no puedo dejar de recordar la sensación de desamparo cuando pregunté:
– ¿Dónde estoy? ¿Esto es Soto del Real? ¿Dónde están mis compañeros?
– No, esto es Madrid 4, Navalcarnero, y estás solo.
La luz en aquella tiniebla fue la visita del subdirector de la prisión, una persona francamente afable, muy cordial, que me serenó y me explicó que aquel centro penitenciario era viejo, pero tranquilo, que estaría en un buen módulo y que compartiría celda con un preso común de confianza.
– ¿Va todo bien?
– Sí, todo muy bien, gracias. -no me atreví a hablarle del trato degradante que me dispensaban.
No tinguis por
En ese momento, el Guardia Civil que me condujo a prisión se fue y al salir se dirigió a mi:
– Bona tarda i molta sort. No tinguis por.
Sólo acerté a darle las gracias. Su tono era muy amable y lo más sorprendente fue su correctísimo catalán.
Siguió el protocolo con la misma actitud provocadora de los funcionarios y al cabo de un rato volvió aquel subdirector tan amable. Era buena gente:
– Te vas de aquí. Han decidido que estaréis todos juntos en Estremera.
Para mi, en Madrid había sólo dos prisiones, Alcalá Meco y Soto del Real, no conocía nada más. En cualquier caso, me daba igual; saber que iba a estar cerca de mis compañeros me relajó y me emocionó en aquel escenario sórdido y agresivo, incluso humillante. Me llevaron a una celda como de tránsito, me dieron algo de comer y esperamos la llegada del transporte.
Volvió el guardia civil que me deseó suerte y me explicó en el trayecto que había estado destinado en Catalunya, tuvimos una conversación muy agradable, en catalán. Me trató bien, fue muy profesional y debo agradecérselo. Me informó de que íbamos a Estremera, en el sudeste de Madrid, pero que iniciaríamos un recorrido por el resto de prisiones en las que se encontraban mis compañeros para llegar todos juntos a nuestro destino, pasando por Valdemoro y Aranjuez.
Estremera
Después de dos horas y media me reuní con el grueso del legítimo Govern de la Generalitat en prisión. El cambio allí fue extraordinario. Los funcionarios fueron extremadamente correctos y educados. Nada que ver con mi experiencia en Navalcarnero. Pasamos por el médico, por el educador, por el psicólogo y cumplimentamos con toda amabilidad el protocolo de ingreso.
Debo subrayar la profesionalidad de los funcionarios de Estremera, no sólo en el momento de la llegada, sino durante toda nuestra estancia en prisión. No se trata de que un funcionario de prisiones deba ser simpático. Un recluso agradece la cordialidad, incluso alguno lo era especialmente, pero lo que pide, lo que espera de su carcelero es corrección y profesionalidad y allí lo son, sin duda; todo el equipo de la prisión. Impecables.
La primera noche la pasé en el módulo de ingresos con Raúl Romeva. Estábamos agotados física y psicológicamente, pero yo más tranquilo después de lo que había vivido horas antes.
Por la mañana nos permitieron llamar a la familia para decirles que estábamos bien y nos llevaron al que sería el módulo definitivo. Un módulo es una sección de la cárcel. Cada módulo dispone de dependencias y servicios similares: la zona de celdas, oficinas, un comedor, un patio, un pequeño gimnasio, zonas comunes y espacios para talleres y aulas. Es el microcosmos en el que se desarrolla tu vida.
Pensábamos que íbamos a estar todos juntos en el mismo módulo, pero decidieron que estaríamos separados en tres módulos diferentes, de dos en dos. Oriol Junqueras y Carles Mundó ingresaron en el módulo 7, que es lo que llaman un módulo de respeto, seguramente de los más abiertos que hay. Tiene ventajas e inconvenientes. Por ejemplo, ellos podían salir de la celda, subir y bajar, pero por contra, las condiciones disciplinarias son muy estrictas. Joaquim Forn y Raúl Romeva estaban en el módulo 3, que era el de preventivos y Jordi Turull y yo estábamos en el módulo 4 que también es de los llamados de respeto. En ese tipo de módulos el recluso firma un documento en el que se obliga a no utilizar nunca la violencia física ni verbal, a cumplir unas determinadas normas de conducta y a respeto al resto de compañeros, a participar en talleres y mantener una dinámica de convivencia positiva. Todo lo gestionan los propios presos. Una comisión de cinco reclusos, con los que luego tuvimos una relación muy próxima, nos dio la bienvenida.
Cuando nos llevaron allí nos dijeron que tendríamos por compañeros a delincuentes, digamos de guante blanco. Cuando utilizo esa expresión no me gustaría que se entendiera que hay buenos y malos reclusos, me refiero a los motivos por los que ingresan en prisión. El perfil de nuestros compañeros era variado y en algunos casos de extrema gravedad, incluso con delitos de sangre. Había autores de asesinatos, de homicidios, de violaciones, de robos de todo tipo y muchos reclusos por narcotráfico. De múltiples procedencias tanto de dentro como de fuera de España. Precisamente había un colectivo gitano muy importante, con el que, por cierto, establecimos una muy cordial relación. La mayoría estaban allí por narcotráfico, pero por delitos menores, por trapicheo básicamente. Salvador era un tipo estupendo; casualmente nacimos el mismo día del mismo año. Hay mucho sufrimiento en la cárcel y los destellos de humanidad se viven con gran intensidad.
Aquel sonido
Aunque parezca de perogrullo, la estancia en prisión es dura. Hay un sonido que creo que ningún recluso podrá olvidar nunca y una imagen tremenda que me persigue. El sonido es el del momento cuando se cierra la puerta de la celda, aquel ruido metálico, seco, contundente del cerrojo automático. Profundamente perturbador.
Son muchas horas de celda, entre dieciséis y diecisiete horas en un espacio de unos diez metros cuadrados en la que hay dos camas y un retrete abierto. Un lugar en el que debes convivir con tu compañero perdiendo toda intimidad. No hace falta ser más explícito. Poder compartir celda con Jordi Turull ha sido una bendición para mi.
La vida en la cárcel empieza a las ocho de la mañana con el recuento. La imagen de la que hablaba antes es precisamente de ese momento: Jordi Turull cerca de la ventana abierta, fumando; el sol de la mañana entrando por aquella ventana y la luz rota por los barrotes. Es cuando tengo la verdadera sensación de estar en prisión.
El patio de tantas películas
A las ocho y media bajas de la celda, desayunas y vas al patio. La imagen es la típica que tantas veces hemos visto en las películas. Un recinto con reclusos hablando, caminando o haciendo ejercicio, buscando el sol. Luego tienes la obligación de participar en talleres. Nosotros nos inscribimos en el de encuadernación, nos apuntamos a clases de francés y también al de relajación.
A la una se come, de dos a cuatro y media volvíamos a la celda y volvíamos a salir hasta las siete, hora en la que se cena y a las siete y media o a las ocho menos cuarto de la tarde debes subir a la celda. El recuento es a las nueve y hasta ese momento no te puedes dormir, debes tener las luces abiertas; abren un poco la celda para comprobar que estás y realizar el recuento rutinario. Ese sonido sobrecogedor de la puerta.
En la cárcel existía mucho temor a que nos fotografiasen. Había ocurrido con otros reclusos como Granados, recuerdo ahora. Los funcionarios tenían mucha prevención y por eso nos costó tanto poder ir a misa.
A partir de la segunda semana empezamos a recibir muchas cartas, una cantidad extraordinaria. Las leíamos y las respondíamos. Eso nos llenaba buena parte de nuestra estancia en la celda. Los que no tienen cartas deben pasarlo muy mal, porque las horas allí adentro se hacen eternas. Contestábamos cada día en torno a una decena de ellas y hasta quince los días más productivos.
La sensación, la emoción que te producen las cartas es indescriptible por la cercanía que te genera la correspondencia en papel en la era de las redes sociales y las telecomunicaciones. Recuerdo una especialmente emotiva de la Ampa de las escuela de mis hijos. Otra que recuerdo bien era la de una persona que había nacido a pocos kilómetros de Estremera, que vivía en Catalunya y nos trasladaba su indignación por nuestra suerte y por todo lo que estaba ocurriendo. Había cartas de Galicia, de Asturias, de Andalucía, de todas partes y las más emocionantes eran las que llegaban con dibujos de niños. Las colgábamos en la celda. Las cartas nos acariciaban el alma.
Huang
Había muchos reclusos que trabajaban en dependencias de la prisión, muchos en el economato. Por tanto, había muchas horas que éramos pocos, menos de la mitad de los 80 que estábamos allí los que quedábamos y había que llenar las horas después de los talleres. A los pocos días me hablaron de Huang. Es el vietnamita con el que jugaba a tenis de mesa cada día. Un tipo francamente divertido; pasábamos buenos ratos jugando. Le llamaban el chino vietnamita.
– ¡¡Rull Andreu, abogado!!
Todo funciona a través de la megafonía y las instancias. Hay que utilizar las instancias para todo. La rutina se rompía cuando nos venían a ver los abogados. Decidimos que concertaríamos los encuentros de todos a la misma hora para poder coincidir con el vicepresidente y el resto de consellers. Era la forma de encontrarnos.
El recluso tiene derecho a diez llamadas telefónicas a la semana de cinco minutos cada una. Yo utilizaba siete para hablar con mi esposa y tres para hablar con mi madre. Para llamar debes tener una tarjeta que se denomina el pecunio y es tu patrimonio económico en prisión. La puedes cargar con cien euros a la semana y utilizarla para el teléfono, la televisión o el economato. Yo me gastaba mi pecunio en llamadas telefónicas, en la televisión a partir de la segunda semana, en el economato y en sobres y sellos para enviar las cartas. Un chico extraordinario de Valladolid nos dejó una radio y escuchábamos únicamente onda media y sólo sintonizábamos Radio Maria y la Cadena Ser: nuestra conexión con el mundo y a veces no era muy agradable.
Las visitas
Una vez a la semana tenías comunicación personal en el locutorio. Vino mi familia, mi colla de siempre, amigos abogados… Eso es lo realmente horroroso de la prisión, la falta de contacto con la familia. Es terrible. Una vez al mes tenías contacto familiar. A mis hijos los vi una vez; me negué a que me vieran detrás de un vidrio. Era el 17 de noviembre. Fue tan bonito… Nos dimos tantos besos, nos tocamos tanto… Fueron dos horas inolvidables. El abatimiento cuando se van y vuelves a oír poco después aquel sonido de la puerta de la celda es de una crudeza inenarrable.
El 4 de diciembre salimos de Estremera. Fue duro porque antes de conocer la resolución del juez, viendo La Sexta, nos enteramos que desde la sede del PP les habían comunicado que cuatro de nosotros se quedarían y cuatro saldrían en libertad. El hecho de que esa información se tenga en un partido político es de una dureza extrema.
Decidimos vestir traje a la salida de prisión. El problema era el estado que presentaba la ropa. No he visto nada tan arrugado en mi vida. Los compañeros nos ayudaron.
– Teneis que ponerlos debajo del colchón, bien extendidos. Es la única manera de que salgáis decentes de aquí.
Tristes por los que se quedaban, salimos más o menos decentes entre el aplauso de todos los compañeros del módulo. Fue emocionante. Los demás siguen allí y hay que sacarlos."