Con su rebeca y sus ojos siempre chispeantes, menudos, Antònia entra en la librería Cinta, emblema del comercio de Sant Pere, en la calle Ample. Sabe a lo que va y Pepa, una de las trabajadoras, también lo sabe. Va a dar y hacerse compañía y, sobre todo, a que le lean el Diari de Terrassa, porque Antònia Salas Paul sabe leer sólo un poco.
¿Qué? ¿Cómo estás hoy, Antònia?, le preguntan nada más franquear la puerta del popular establecimiento, en el que han abrevado letras miles de clientes desde que abriera su persiana hace ya sesenta años. "Bien", contesta Antònia mientras se coloca las manos cruzadas en la parte delantera del cuerpo, postura mitad de espera, mitad de reserva. Cabello corto, mueca irónica, Antònia se deja llevar por las chanzas. Entra en ellas, finta, contesta con donaire y contrataca con puyas. ¿Qué diario leemos?, le inquiere Pepa. La respuesta es clara, rotunda. "El Terrassa, només", responde la mujer, que alterna el catalán y el castellano en sus comentarios. Cuando apostilla una información, cuando repasa su vida, cuando cuenta sus paseos.
Y Pepa Segarra Duch, solícita y sonriente, la acompaña a la parte trasera de la tienda. Antes las sesiones de lectura somera se celebraban a la entrada del comercio, pero una reestructuración del espacio motivó que desde hace un tiempo Pepa o alguna de sus compañeras repasen la actualidad local a Antònia unos metros más adentro. Qué más da.
Los sucesos
Ponen el Diari de Terrasssa sobre unos libros. Será cuestión de minutos. "Vamos a por los sucesos, que es lo que más te gusta", suelta Pepa, la lectora. "Mira esta noticia". Antònia afina la vista, y Pepa le lee una información sobre un conductor ebrio y sin carné que embistió a un coche patrulla de la Policía Municipal. Le faltaba una placa de matrícula, pues la había perdido en un accidente pocos minutos antes, se había pasado un semáforo en rojo y no se paró la primera vez que los policías le hicieron señales para que se parase. Y acabó embistiendo el vehículo policial en la calle del Renaixement. Se negó a soplar y terminó detenido.
"¡Vaya! Pues si que iba bien…", comenta Antònia Salas.
"Mira, Antònia, lo de aquel hombre que mató a su mujer en Rubí", lee Pepa, y la destinataria frunce el ceño y ladea la cabeza antes de aseverar, casi al alimón con la lectora, "que se podía haber matado él antes, y ya está".
Mira Antònia, atropellaron a dos personas. ¿Dónde?, pregunta la mujer, con vivo interés. Una en la calle de los Voluntaris. El otro accidente fue en la avenida de Béjar con la carretera de Matadepera. "La carretera de Matadepera, donde yo vivo", dice la mujer. "¿Te enteraste de algo?". No, no, no me enteré de nada, dice ella. ¡Anda, mira, una pelea en la calle Ample! ¿A qué altura?, pide Antònia. No ha trascendido el sitio concreto. Fue a las puertas de un bar y uno de los implicados rompió la luna de un coche de un puñetazo. ¡Vaya!, apunta Antònia.
Las sesiones de lectura son diarias y en ocasiones Pepa y sus compañeras han doblado tareas en los mismos menesteres informativos con otras vecinas, por ejemplo una mujer ciega a la que leían el horóscopo, pero la fija, la que no falla, es Antònia. A veces, si la librería Cinta está en plena efervescencia por las mañanas y no hay tiempo, la lectura de los sucesos y las necrológicas se pasa a la tarde, porque también por la tarde Antònia Salas se da una vuelta por el comercio y por otros a cuyos dueños conoce "de toda la vida". A eso de las once de la noche se recoge.
Un papelito con sus señas
Antònia Salas Paul nació en Terrassa en 1938. Muestra un papelito con sus señas manuscritas cuando se le pregunta por su edad, pregunta acaso descortés y que hace amapolar sus mejillas por un momento. El rubor le dura unos segundos. La mujer saca un tarjetero donde lleva toda su documentación. Cumplirá 80 años en junio próximo. "De pequeña vivía en la calle de Sant Gaietà", rememora, con la mirada fija; después, "hace muchos años", no recuerda cuántos, se mudó a la carretera de Matadepera, en Sant Pere, donde permanece, convertida en vecina y casi en peculiar institución del barrio.
"Trabajé en una empresa de medias y luego en una de cartones", cuenta, y luego limpió casas. No tuvo hijos, no se casó. "Sigo soltera y sin compromiso", subraya, con un rictus pícaro que es preludio de una breve carcajada. Fue al cole, a la antigua escuela Genescà, en cuyo edificio está L’Heura en la actualidad, "hasta los 14 años". Y sabe leer "un poquito", pero escribe mejor que lee. Además, sufre algunos problemas de visión. "El año pasado me caí en la calle y me hice daño en un brazo y en la nariz", explica, "y las chicas de la Cinta me ayudaron mucho". La ayudaron porque la Cinta es más que una librería, dicen sus responsables y aseveran muchos clientes. Es tienda y remedo de barbería antigua, ahora con paridad; esto es: lugar de reunión y compaña vecinal.
Poca familia
Cuando convalecía de aquel percance, las "chicas de la Cinta" le ponían lavadoras y le hacían la compra. "¿No tiene familia, Antònia?" Tuerce el gesto. No quiere ahondar en las relaciones con su corta parentela. "Tengo poca. Poca familia, menos problemas", sentencia.
Se puede ver a Antònia cada día por la carretera de Matadepera, por la calle Ample, por el Centre, caminando, paseando, dejándose caer por tal tienda donde la conocen. Y a veces viaja a Sitges en tren. No se pierde. "El día de los atentados (la matanza terrorista en Las Ramblas, el 17 de agosto pasado) estaba en el tren, llegando a Barcelona. No me dejaron pasar".
Ay, Barcelona, cuánto le ha gustado siempre Barcelona, ir a la Barceloneta "a ver el mar", ella sola, ir a que su vista cansada se confunda con la raya del horizonte, ir sin perro que le ladre. "Una vez fui con una amiga que ya se quiso volver a Terrassa en la Plaça Reial. ¡Para eso se podía haber quedado aquí!", suelta, con enojo pretérito que le vuelve. ¿No tiene miedo cuando va por ahí sola, Antònia? "No, ¡si yo no me meto con nadie!".
Antònia Salas Paul, 79 años, mira de reojo las noticias que Pepa le lee con ternura. Qué cosas pasan cada día. Antònia, cabello corto y cano, ojos chicos, no le haría ascos a un novio. Se ríe. "Quiero uno que tenga pesetas", dice antes de que Pepa cierre el Diari de Terrassa y despida a Antònia hasta mañana. Porque mañana volverá a que le lean y la mimen "las chicas de la Cinta".