Álvaro Palacios (Alfaro, 1964) es un reconocido productor de vino riojano. Estudiando en Francia, vio cómo se producían unos de los vinos más caros del mercado y se propuso hacer algo similar en España. En 1992 abrió su propia bodega en el Priorat y años más tarde, con su sobrino Ricardo Pérez, creó en El Bierzo la bodega Descendientes de J. Palacios. En el año 2000 se hizo cargo de la bodega familiar de la Rioja, introduciendo su sello en los nuevos vinos de Palacios Remondo. Su marca L’Ermita es el vino más caro de España.
Usted forma parte de la quinta generación de una familia de viticultores. ¿Supo desde pequeño que se dedicaría al mundo del vino?
Yo nací en la casa donde teníamos la bodega y siempre he tenido una relación muy estrecha con el vino. Hubo un momento que pensé que era de lo que más sabía y que debía dedicarme a ello. El vino siempre tiene ese lado cautivante, misterioso, bello y mágico. Además, tiene un componente romántico y pasional.
¿Cuándo y por qué vino a Catalunya? ¿Por qué decidió crear su propia bodega en el Priorat?
Tengo la suerte de que mi padre me mandó a estudiar fuera. Fue sobre todo en Francia, cuando estudié enología y tuve la gran suerte de trabajar en Château Pétrus. Allí conecté con el gran vino clásico y me volví loco. Había sido una época bastante triste y decadente para la agricultura española pero yo creía que nuestro país era un verdadero tesoro de joyas olvidadas por las circunstancias del siglo XX, con una falta de demanda selectiva o elitista. Sólo los vinos de Rioja y Vega Sicilia quedaron como sofisticados. Yo ya veía la apertura del país hacia adelante y a la vuelta quizás Rioja se me hacía un poco difícil porque el ambiente siempre es un poco industrial, con grandes bodegas y grandes volúmenes y yo venía de trabajar con viñedos pequeñitos, con vinos carísimos, con todo cuidadísimo. Yo venía marcado por esta especie de dogma y empecé a buscar zonas por el norte de España. Un amigo íntimo de la familia, René Barbier, me invitó a conocer el Priorat en el año 1989. Me enamoré de la zona, de su naturaleza, de sus profundidad histórica con los monasterios,…
Usted fue uno de los pioneros en resucitar el área histórica de vino del Priorat y lograr el reconocimiento mundial con sus vinos. ¿Este reconocimiento ha conllevado mucho esfuerzo?
Mucho. Yo pretendía hacer uno de los mejores vinos del mundo y empecé de cero. Pero todo era compensado por la pasión de este mundo del vino y la seguridad que yo tenía de que aquello era todo fantástico y fabuloso. Yo no sé si estoy o no en el grupo de los que ha recuperado el Priorat. Yo lo que digo es que simplemente es una circunstancia de la historia, como lo fue antes la decadencia y anteriormente una época maravillosa. La historia del Penedès es gloriosa en vinos. Hubo 17.000 hectáreas plantadas en laderas muy verticales y de allí emanaba una vino de placer.
¿Qué es lo que caracteriza los vinos de la Denominación de Origen Priorat?
Tienen una fuerza contenida. Esas laderas de pizarra producen algo de mucha sustancia, de mucha concentración. Dentro de ese clima tan tórrido y luminoso del Mediterráneo, con esas uvas autóctonas como la garnacha, con esos suelos de pizarra, básicos, muy frescos y muy minerales, puedes hacer un vino de una concentración increíble. Luego también hay un rasgo con el que yo ando obsesionado los últimos quince años. Estas zonas donde ha habido un origen monástico esconden un misterio espiritual que es captado por las uvas y por el vino.
¿Qué diferencias hay entre los vinos de su bodega del Priorat, los de Descendientes de J. Palacios y los de Palacios Remondo?
Todos tienen la diferencia que marca el lugar y su naturaleza. En El Bierzo hay un clima continental pero marcado por el océano Atlántico, una pluviometría mucho más alta y una uva diferente. Allí es imposible que se desarrolle la variedad alpina. El Priorat es el lado vibrante, vital… Un vino del atlántico es un vino más cremoso, más láctico, con moras… Y en Rioja hay un poco más de similitud porque yo soy de la Rioja oriental. Si en la Rioja alta hay la uva tempranillo, que es muy diferente a cualquier cosa del Priorat, en de donde yo soy también hay la garnacha Aun así, los suelos de la Rioja baja son calcáreos y la garnacha es más delgadita, más aromática y no tiene la fuerza de la del Penedès.
Los vinos de su marca L’Ermita son los más caros de España. ¿Qué justifica este precio?
La gente ha ido pagándolo. La finca es una hectárea y media. Puede producir un máximo de 800 o 1000 botellas al año. Es muy poca oferta para una demanda muy grande. El vino ha tirado mucho. Desde que salió, se convirtió en una especie de joven leyenda y adquirió su estatus de leyenda muy pronto. A nivel internacional hay muchos vinos de su precio. En Francia hay muchos vinos parecidos y con explotaciones mucho mayores.
¿En qué está trabajando ahora?
Hoy en día sigo trabajando con el consejo regulador del Priorat para hacer una clasificación de vinos por calidad de viña, recuperando las toponimias de los parajes y pudiendo dar la categoría de Vi de Vinya Classificada y Gran Vi de Vinya Classificada, que es lo que pretende ser L’Ermita. En esto estoy trabajando hoy en día, para que no se pueda hacer más L’Ermita de la que hay en ese paraje. Todo de una forma muy seria y dentro de ese enfoque del gran vino clásico como nuestros amigos los franceses o en Italia, en el Piamonte, donde lo tienen todo muy segmentado, por clasificaciones… Todo con el objetivo de, ahora que son tiempos buenos, dar valor al patrimonio natural, respetándole y cuidándolo para los sucesores.
¿El vino español se encuentra en un buen momento?
Si. Empezó primero el boom del Ribera y luego del Priorat, de Toro, Jumilla, El Bierzo… Se ha ido despertando una antigua región tras otra y casi por inercia propia. Ahora que la economía se recupera mundialmente, el cliente ya ha detectado que hay una calidad excepcional incluso en todos los vinos de bajos a medios. Esta calidad es la de nuestro sol, nuestros suelos pobres, y también nuestras variedades autóctonas.