Cementerios, casas antiguas abandonadas o viviendas apartadas del núcleo del resto del mundo (habitualmente con una estructura de madera y cerca de algún elemento fluvial, río, lago o pantano, preferentemente, o marítimo, más escasamente), siempre o casi han conformado una de las trilogías más recurrentes a la hora de establecer relatos o fabulas de esas que pretenden dar miedo, o que, simplemente, crean zozobra en el imaginario de las mentes más proclives a creérselas. En cualquier caso, siempre el que las narra es el que lo disfruta de manera más insolente y, por descontado, el cine se ha lucrado con todo ello.
Nada más alejado de la intención de asustar a nadie con ciertas repeticiones de anécdotas de este calado. Recordar que una vez hubo otros cementerio en Terrassa, es el propósito de este artículo. El protagonista, el Cementiri Vell, aunque lo pudiera parecer, no fue el primer lugar en el que los habitantes de Terrassa pudieron dar ese llamado reposo eterno a sus muertos.
Los primeros indicios de esta actividad se dirigen a la necrópolis conocida como Can Misser, hecho que pusieron de relieve unas obras a raíz de la construcción de la carretera de Terrassa a Olesa de Montserrat. Entonces, se descubrieron restos de la época celta. También hay indicios de entierros de la época romana, por ejemplo en las iglesias de Sant Pere o también en la calle Font Vella. Y en la en los años del medievo, también hubo un cementerio al uso, algo que saltó al conocimiento del público cuando se realizaron las farragosas obras de adecuación de la Plaça Vella, al lado de la catedral del Sant Esperit.
Otro camposanto
El de Sant Pere fue otro de los camposantos con que contó la ciudad. Pero, en 1907, el año en que nacieron personajes variopintos, como el político soviético Leonidas Breznev, el temible y terrible presidente haitiano, François Duvalier, o actores como el entrañable pistolero John Wayne y la cuatro veces oscarizada, Katharine Hepburn, este lugar dejó de acoger a los entierros y, la ejecución de unas excavaciones arqueológicas, provocaron el traslado de los cadáveres al Cementiri Vell.
Las guerras napoleónicas, aderezadas con una epidemia de tifus, fueron el detonante de la necesidad de disponer de un nuevo asentamiento para proceder a los entierros. El cementerio militar, enclavado en lo que se conocía como la Quadra de Vallparadís, pasó a acoger a los fallecidos civiles. Con el tiempo, este cementerio pasó a su afianzamiento como destino de los difuntos de la ciudad, aunque los vecinos de la Quadra de Vallparadís, no estaban muy satisfechos por ello.
Cuando la Quadra de Vallparadís se unió a Terrassa, en 1830, año en que franceses e ingleses aceptaron oficialmente la independencia de Bélgica, se acabaron las rencillas y el Cementiri Vell experimentó, a partir de entonces, diferentes reformas, con la ampliación de su extensión. En 1871, se decidió la construcción de un cementerio de carácter civil, al lado del de connotaciones católicas.
Y en 1902, el Ayuntamiento egarense daba su consentimiento al proyecto dirigido por el arquitecto Lluís Muncunill, para adecuar el recinto con una fachada de mayor relevancia. Años después, ya se barajó la necesidad de trasladar el cementerio a otro emplazamiento. A poco de terminar la conflagración española, en 1938, se procedió al último entierro en este sitio. En los años sesenta, se derribó el cementerio, y sólo se indultó a la capilla, de estilo neoclásico.