Su mirada clara se anega a veces al rememorar las magulladuras de sus pies descalzos cuando escapó de la policía y trepó a un árbol para sobrevivir; cuando rememora, en realidad, otras magulladuras más profundas que las de la piel curtida. Allí, en el árbol, mujer rampante, permaneció unas cuantas horas. Eran otros tiempos. Tiempos en que Marta Aurora de la Roca era guerrillera en la convulsa Guatemala. "Yo fui la primera mujer de la guerrilla del país", dice, orgullosa. Marta Aurora, de 78 años, ha estado en Terrassa invitada por la Fundació Torre del Palau: la activista es la representante legal de la Casa de Servicios de Desarrollo Comunitario, que es destinataria de proyectos de la fundación egarense.
"Tengo alguna raicita de aquí", dice Marta Aurora recordando que su abuelo era barcelonés. En realidad dice "raisita", arrastrando la "ese". Menuda, enjuta, coqueta, es difícil imaginársela brincando riscos, surcando selvas a trompicones, hundiendo piernas en charcos, arma en ristre. Cuenta que se decantó "por la lucha revolucionaria" en sus tiempos de estudiante de ingeniería industrial, "cuando la policía entró en una clase a sacar a maestros", lo que provocó "una sublevación y una huelga". Aquello devino génesis de armas, "un incentivo" para muchos jóvenes. ¿Para qué? "Para darnos cuenta de que aquello no iba bien, de que había que cambiar el sistema".
Eran los sesenta, los convulsos 1960, "después de que se acabase la revolución (que estableció regímenes socialistas entre 1944 y 1954)", después, dice, "de la invasión de los Estados Unidos" y la "completa derechización de la educación".
Marta Aurora habla de asesinatos indiscriminados a manos "de policías y militares", de muchos compañeros "que no volvían". Y ellos, jóvenes ardientes, vieron "que la revolución era la única salida".
Ella se exilió al vecino México, donde pasó diez años. En tierras mexicanas sobrevivió trabajando, asegura, con una mueca de desenfado para que no se sepa para quién trabajaba; para que no se sepa ahora, aunque hayan pasado tantos años. Entonces dejó a su hijo en Guatemala.
Tampoco quiere informar de la guerrilla en la que estaba integrada, pero no tiene reparos en confesar su pertenencia, después, a la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca que nació en 1982. Sólo admite que antes estaba en los puestos de mando, que se había encargado "de suministros y comunicaciones", y habla de la pena negra de la pérdida, la epidemia del desconsuelo de Centroamérica: "Resultó muy doloroso ver a tantos compañeros caídos". Fue, asegura, "la primera mujer en la guerrilla".
Como los que cayeron en 1967, cuando ella se refugió en un árbol. La habían agarrado junto a dos compañeros. Según relata, la tenían en un cuarto de baño, atada pero no esposada. Algo no calcularon bien los captores. Algo no salió bien para ellos, sí para los detenidos.
"Llegaron unos compañeros a la puerta, los vi, me desaté y me levanté. En la pieza contigua, en una mesa, había muchas armas. Libu (uno de los camaradas) me dijo que le pusiera un arma en las manos. Había un muchacho en el sofá que quiso evitar la huida y dispararnos, pero Libu le disparó a él. Escapamos de los militares por una ventana, después de romper el cristal con la culata. Brinqué, salí y empecé a correr descalza".
Horas en el árbol
Llovía. Se internaron en la montaña. Marta había subido "a un árbol grueso", frondoso, altísimo, repleto de plantas parásitas. Sus amigos corrieron por la orilla de un lago mientras Marta esperaba en lo alto del árbol. Allí, en las alturas, permaneció "horas y horas".
Cuando se creyó libre de peligro, bajó por el tronco parasitado de verde. Cuenta que se encontró con un campesino. Le explicó su peripecia y le habló de la revolución. "Me llevó a una cueva, donde hizo una cama con paja. Fue a su casa y me trajo alimentos, café. Era un alma noble", relata.
La familia le proporcionó ropa. Restablecida, cuando lo consideró oportuno, cogió un autobús y marchó a la capital "para contactar con compañeros". Se enteró de que sus colegas de fuga habían sido cazados. "Les siguieron el rastro".
Curada de sus heridas, al menos de las epidérmicas, de las dolencias de los pies descalzos, cruzó a México. Una década estuvo allí. Volvió y luego esta mujer esculpida de peripecias pasó a Nicaragua. En 1995 regresó a su país y en marzo de 1996 empezó a participar en la Fundación Rigoberta Menchú.
"Trabajé con retornados (refugiados) que volvían de la selva, de México. Y conocí entonces a Mariona", explica. Mariona es Mariona Ferré, secretaria de Retornar, la asociación catalana que apoya a comunidades indígenas guatemaltecas, que refuerza su integración en la sociedad, que lucha por sus derechos. Retornar es el puente entre la egarense Fundació Torre del Palau y su proyecto Ajut a Estudiants del Tercer Món (AETM) y organizaciones como la Casa de Servicios de Desarrollo Comunitario. AETM ha becado a decenas de estudiantes de la zona.
La conciencia
Marta Aurora escribe en un papel, con letra liviana, sin apretar, pero segura, el nombre de su entidad. Así. "Lo escribo en mayúscula, para que se entienda bien", dice.
¿Sirvió aquello, la guerrilla, de algo? "Fue forzado. No veíamos otra forma de salida. Ahora entre los indígenas hay conciencia de su papel, incluso en el terreno de la política. Voy a la universidad de San Carlos y veo a jóvenes y a mujeres indígenas. Creo que sí, que aquello fue bueno para abrir espacios y contribuir a que ellos (los indígenas) abrieran los ojos".
Los suyos se le humedecen. Mariona le acaricia un brazo.