La supervivencia del Festival de Jazz Terrassa en una época de recortes y dificultades para llevar adelante proyectos culturales de toda índole se debe en buena parte a la defensa de un modelo de festival que mantiene su apuesta por una cierta "pureza", por una manera de hacer y de vivir el jazz que se mantiene fiel a la tradición y que no se deja afectar por la mixtificación o por la comercialidad que sí se da en otros festivales.
Tanto esta filosofía como las características especiales de un evento que se mantiene en buena parte gracias al voluntariado, así como el gran peso de una larga trayectoria de promoción y difusión del género, han permitido al festival convertirse en un evento estratégico para Catalunya, un ejemplo de acierto y savoir faire digno del apoyo de las instituciones y de otros variados patrocinadores.
Es en este contexto que conciertos como el que Joe Lovano ofreció el viernes, ante una Nova Jazz Cava que presentó una muy buena entrada, son el paradigma de un festival de estas características. Joe Lovano es un saxofonista tenor legendario que, a sus 64 años, ha explorado la música de prácticamente todos sus antecesores. Pero más que ese bagaje (muchos músicos de hoy en día puede que sean incluso más melómanos que el propio Lovano), lo que más pesa en su caso es una forma de vivir y de sentir la música de jazz; Lovano se ha quejado en una entrevista publicada recientemente de que muchos de los músicos de hoy en día priorizan la técnica por encima de la capacidad expresiva, al contrario de músicos como él que "bebimos de ese elemento más orgánico y libre de los orígenes."
Esa asimilación de referencias es obvia en sus conciertos. En Terrassa evocó a John Coltrane, Charlie Parker, Ornette Coleman, Dizzie Gillespie (en el centenario de su nacimiento) y Joe Henderson (probablemente influido por las imágenes que le rodeaban del mítico saxofonista, situadas en el techo del local), y además interpretó un buen número de piezas propias.
Recientes y antiguas
Algunas, como "Full sun" o "Full moon", eran relativamente recientes, y otras algo más antiguas, como la balada "Our Daily Bread." De todos sus temas rezumó ese sabor de respeto y asimilación de la tradición, de la elegancia de su sonido tanto con el saxo como con el clarinete, y de la interacción con músicos a los que da la alternativa como a él mismo se la dieron Mel Lewis, Paul Motian, Carla Bley, Elvin Jones o Chet Baker.
Tanto Lawrence Fields como Peter Slavov han sido discípulos de Lovano, como en su día lo fue una contrabajista que ahora mismo goza de gran fama mundial, Esperanza Spalding. Ambos despuntaron con solos en gran consonancia al fraseo liviano, a la fluidez de un saxofonista que se deja llevar por su inagotable imaginación más que por los fuegos artificiales. Lovano parece reinventarse en cada pieza, explorando y comunicando con una mirada que siempre intenta aportar frescura, más que sabiduría, mayormente desde el respeto a la tradición.
El músico se marchó de la Cava con toda una declaración de principios, interpretando "I love music", de Emil Boyd, y sellando de esta manera una de las primeras actuaciones de un 36º Festival de Jazz que ha comenzado con buen pie.