Terrassa

“Nací cuando lo del Titanic”

Aver a quién se le ocurrió cambiar el nombre de “la baixada de les vaques” por “calle de Pau Claris”. Pocas veces asoma la indignación a los ojos, húmedos de mucha vida, de Antònia, pero eso de poner “calle de Pau Claris” a lo que siempre fue “baixada de les vaques” saca de quicio a Antònia. Sacude la cabeza y tuerce el gesto y aprieta la boca con el enfado propio de los traicionados. “Calle de Pau Claris”, a quién se le ocurrió, válgame Dios.

Antònia Bonastre Ariñó tiene 104 años y parió a los once días de que su marido muriese a tiros.

“Nací el 13 de noviembre de 1912, cuando el Titanic. ¡Siete meses después del hundimiento!”, suelta, sonriente y lúcida, como de inteligencia y memoria recién duchadas. Vino al mundo en la calle de Viveret. Tenía dos hermanos, y un padre tejedor y panadero y una madre que murió cuando ella contaba 17 años. Su padre volvió a casarse. Se desposó con “la Vicenta”. La Vicenta, su madrastra, no era trigo limpio, dice Antònia. “Qué va, era una bruja”, afirma, clara, tajante, para qué andarse con remilgos a estas alturas del siglo.

“Me fui muy pequeña de allí, de la calle de Viveret. Alquilamos luego una casa en la calle de la Mina y luego vivimos en la calle de Serrano y luego me fui a Sant Llorenç, donde estuve treinta años”, cuenta, sin perder el hilo; porque Antònia, de hilos y de hilvanar sabe un rato. Se dejó pestañas trabajando de cosedora de errores, “cosidora d’errades”, en varias de las fábricas textiles que jalonaban la Terrassa industrial e industriosa, ciudad de telas y carbón. “En Pont i Aurell, en Fontanals€ Pero en Fontanals no me gustaba el ambiente. Como un primo mío era director en Can Vallhonrat, allí me fui. Y hacía piezas para Puig Arnau”.

Marido asesinado
¿Y quién mató a su esposo, a Manel? A Antònia, embarazada, de mucho, le mataron al marido en 1938. ¿Recuerda el día, Antònia? Claro que lo recuerda, nítida la mirada. No duda. “Fue el 27 de abril de 1938. Faltaban once días para que naciese mi hija”. Manel era guardia. ¿Quién lo mató, Antònia? Y la memoria sí le pone ahora la zancadilla, pero la centenaria sólo trastabilla, no cae. “¿Los nacionales?”, le pregunta su nieto Miquel, “los que mandaban aquí”, responde ella, pero a seguido recapacita y no no, que a tu abuelo le pegaron tiros unos ladrones, que atracaron el burdel aquel, el Gurugú.

Su esposo le dijo aquel día que no lo esperase despierta. “Ya no vino más”, musita Antònia, vidriosos los ojos. La madama llamó a la policía y fueron agentes para allá, Manel entre ellos, y los asaltantes iban armados. “Le dieron dos tiros”, rememora. Baja la mirada anciana mientras posa las manos en el bastón.

“Me quedé como muerta cuando me informaron. Me llevaron a la cama. Vi su pijama y me hundí. Dejadme llorar, dije, dejadme llorar”.

A Antònia la convirtieron en viuda unos tiros, como a tantas otras en aquellos años de pólvora y sangre y hielo en el alma. Qué invierno de posguerra, qué aspereza, cuántas horas de trabajo para ganar 27 pesetas a la semana, para pagar el alquiler y el colegio de la niña, y Antònia que se metía muchas noches en la cama sin cenar. “Lo pasamos muy negro. Yo sola€”

“No había seguro. Nos teníamos que pagar el médico”. Tramitada la paga de viudez, pudo respirar “un poco” durante algunos años, pero sin tirar cohetes. ¿Tuvo novios, yaya?, inquiere Miquel, y la abuela desvía la mirada hacia el techo. “Alguno hubo, pero tuve miedo de volver a casarme”. Y se retiró con 60 años. ¿Por qué, Antònia, se jubiló pronto? “Había trabajado mucho. Sufrí una pleura con 59 años y pensé: ¿Y si te mueres?”

Salió de aquella maldita “pleura” y ahí sigue, audaz y despierta, algo sorda. Audaz como cuando pasaba largas temporadas en una casa construida sobre piedra en Rellinars, sin luz, sin agua, como cuando agarró una serpiente mientras su familia corría despavorida, pies para qué os quiero.

Antònia Bonastre Ariñó tiene una hija, Lina; dos nietos, Miquel y Montserrat, y dos bisnietos, Eudald y Bernat, y vive en la calle del Doctor Cistaré, en Poble Nou-Zona Esportiva. Su parentela le hizo un perfil en Facebook y cada año celebran la vida “con un arroz en la playa”. Pasea algunos días con su nieto Miquel y tiene el cuajo de ir al médico cuando le duele la rodilla. Y al médico se le escapa la sonrisa. La rodilla, con su edad.

“Tan valiente que era, mira como me he vuelto”, dice, autocrítica, ella, que apenas adolece de achaques, que come dulces cuando le place, que se ha bañado en optimismo cuando la vida le propinaba golpes bajos. ¿Es esa la razón de su longevidad, Antònia? ¿El qué?, replica, y antes de la repregunta responde: “Nunca me he desesperado. Asumía las cosas como venían€”.

Ay, la juventud. Corren malos tiempos, sí, “pero pienso que los jóvenes de hoy han nacido con una flor en el culo”. Hombre, yaya, tercia Miquel, que muchas personas lo están pasando mal. “Sí, sí, son burros. Lo pienso cada vez que veo a gente quejándose por tonterías. Están muy bien acostumbrados”.

Cómo ha cambiado todo
Cuando vio la luz, poco después de que al Titanic se lo tragase el agua del mito, la pesaron en la balanza de una panadería. Tres onzas de jamón costaban una peseta y unos zapatos, quince. “Quince pesetas, y no me los podía comprar”.

¡Cómo ha cambiado todo, Antònia! “Los coches, los teléfonos. Si la gente de hace tantos años viese los móviles€”, dice. “Y Terrassa, madre día, cómo ha cambiado. No volvería a lo de antes, no”.

No toma pastillas. Sólo algún calmante cuando aprieta el dolor en alguna articulación. Y come lo que quiere y toma el café que le da la gana. Y se atusa el pelo mientras recuerda lo negro que lo tenía, negrísimo, color de noche, “tanto, que había gente que pensaba que me lo teñía, y no, no, era mío”.

Cuánto le gustaba viajar a Barcelona en tren, aunque fuese con el pretexto de comprar una bobina de hilo, o para ver a una tía suya, y se bañaba en la playa o visitaba el mercado de La Boqueria.

Las cosas “iban con carbón” y a los taxistas los echaron de la estación, cuando hicieron la del Tren de Baix, por el ruido nocturno. Se ríe porque, a modo de protesta, hubo más ruido “¡porqué echaron ranas!”. El Portal de Sant Roc era eso, un portal y la calle de Pau Claris era “la baixada de les vaques” porque bajaban las vacas por allí, por qué va a ser, “porque los jueves venía gente de Matadepera o Ullastrell o Rellinars o Mura a vender sus productos en el mercado”.

“¡Mira que ponerle a la ‘baixada de les vaques” el nombre de Pau Claris! ¡Qué vergüenza!”.

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