El pleno municipal de Terrassa, el órgano más importante del Ayuntamiento, máxima expresión de la democracia local, es sin duda el acto más solemne y de más enjundia política que se celebra mensualmente en la ciudad. Pero la solemnidad suele ir acompañada de pompa y escenificación, por lo que el pleno también es el "teatro" de la política, donde los partidos acuden a representar el "papel" que le han otorgado los electores o que ellos mismos se atribuyen. Y en este escenario todos quieren sobresalir y pocos son los que quieren ceder protagonismo.
Todo este prólogo para explicar a los lectores que el pleno de Terrassa, si por algo se caracteriza, es por su duración. Raro es el día que baja de las cinco horas. De hecho, ésa es su duración media. Y una maratón política de estas características se hace larga hasta para los propios protagonistas. No es la primera vez que algunos concejales piden contención, conscientes como son de que su incontenida verborrea necesita de un controlador firme que acote los tiempos de intervención de cada uno de ellos.
El concejal de ERC-MES Carles Caballero ha sido el último en poner sobre la mesa que es necesario ajustarse a los tiempos marcados por el propio reglamento orgánico municipal, que ellos mismos han elaborado. En un ejercicio de autocrítica, el edil interpeló al alcalde, Jordi Ballart, en el anterior pleno municipal para formularle una "súplica", dijo: que controle mejor los tiempos y que, para hacerlo, coloque algún elemento visual, como el que existe en muchas cámaras legislativas, que permita a los oradores conocer de cuánto tiempo disponen en todo momento.
Incumplimientos reiterados
Ya sea un cronómetro, una señal luminosa que imite a un semáforo o directamente un sistema de sonido que, al estilo del programa 59 segundos, deje sin voz al orador cuando sobrepase su tiempo. Sea el que sea, los concejales necesitan que les frenen. Caballero admite que no hay quien se salve: "Todos incumplimos los tiempos. Nos hemos acostumbrado a que nadie nos corte. Sólo en casos extremos, el alcalde, con laxitud, nos pide que vayamos acabando". Está visto que esto no es suficiente, por lo que "lo primero que es necesario es que el alcalde haga su función en el pleno, que es la de moderar y controlar el tiempo".
El ROM es la norma local que regula los tiempos de intervención. Deja claro que el ponente de una moción dispone de cinco minutos para presentarla. A partir de ahí se abren dos turnos de palabras, de tres y dos minutos, respectivamente, para que todos los partidos puedan opinar. Son tiempos "generosos", admiten los propios regidores, pero más generosos son ellos con el tiempo, que estiran y estiran. Aunque en la teoría las mociones deberían durar algo más de media hora como máximo, muchas superan la hora. Es habitual que una intervención que debería durar dos minutos se alargue más de diez sin que ningún edil, ni el propio alcalde en el ejercicio de sus funciones, se inmute por cumplir la regla. Casi nadie se ciñe al reglamento. Es una paradoja, admiten los propios concejales: incumplen una norma de la que ellos mismos se han dotado.
La situación es "dramática". Así la califica Caballero. Y no sólo para la conciliación, sino para el propio debate. "Si sabes que tienes el tiempo limitado, te organizas mejor el discurso. No te vas por las ramas", relata. Y la conciliación es la otra gran damnificada de estas sesiones plenarias que arrancan a las seis de la tarde y se alargan hasta la medianoche o hasta la madrugada. Sin ir más lejos, el último pleno duró cerca de seis horas. Los ediles y el resto de trabajadores (propios del Ayuntamiento y ajenos) daban por terminada la sesión a las 00.45 horas. Y eso que meses atrás los portavoces se habían comprometido, como recoge el propio ROM, a que las sesiones se acabarían, como muy tarde, a las doce.
Terrassa dispone de una concejalía de Usos del Tiempo que tiene como misión "promover un nuevo modelo de organización del tiempo, de los espacios, de los horarios y del funcionamiento de los servicios públicos", entre otros, y que quiere "dar valor político a la cotidianidad de las personas y aplicar políticas del tiempo en la ciudad". Esto, sobre el papel. En la práctica y sobre el asunto que nos pertoca, poco se ha hecho. "La concejalía tiene potestad para aplicar medidas. Tenemos un servicio de Usos del Tiempo y acabamos los plenos a la una de la madrugada. Esta claro que algo no funciona", se queja Caballero.
Conciliación en entredicho
Para más inri, puntualiza, Terrassa es una de las ciudades catalanas adheridas al proyecto por la reforma horaria que impulsan entidades de la sociedad civil y que la propia Generalitat ha asumido como reto para 2018. El Ayuntamiento, "comprometido con la mejora de vida de los ciudadanos en relación a la gestión del tiempo", según reza en la web municipal, se ha implicado en la reforma horaria promoviendo charlas y sesiones informativas, pero la filosofía que hay detrás de esta iniciativa para cambiar los horarios y tener más libertad para gestionar el tiempo parece que no ha llegado al pleno.
Más allá del debate sobre la duración de las intervenciones, Caballero cree que ha llegado el momento de romper con la "tradición" y con la manoseada expresión "siempre ha sido así" para repensar los horarios del pleno. "Quizás ya es hora, después de 40 años, de cambiar". En lugar de empezar a las seis de la tarde, en aras de la conciliación, el alcalde "podría perfectamente convocar a las once de la mañana". Los ediles que no tienen dedicación exclusiva a sus tareas en el Ayuntamiento, recuerda el republicano, "tienen a su favor el Estatuto de los Trabajadores", que reconoce el derecho de los cargos públicos a permiso para asistir a las sesiones.