Es sábado, 18 de julio, y amanece con preocupación. Las noticias que llegan de África provocan inquietud a la vez que confusión y desconcierto. No se sabe con exactitud lo que sucede a tantos kilómetros de distancia de Terrassa. No se sabe si la sublevación de un batallón en Melilla, el día anterior, había tenido éxito y la insurrección se extendía. Muy poco se sabe. La ciudad vive en la incertidumbre desde temprana hora y ello altera la cotidianidad. Pero de momento no va más allá.
El cronista de la ciudad, Baltasar Ragón, lo explica en su libro ‘Terrassa 1936-1939’. “Durante todo el día circularon fantásticos rumores, contribuyendo a aumentar la inquietud la suspensión de conferencias telefónicas entre nuestra ciudad y Barcelona, dispuesta por orden superior. Asimismo, se impidieron las comunicaciones telefónicas con cualquier otra localidad por próxima que fuera. La expectación continuaba por la noche, a medida que se iban conociendo las noticias que daba la radio, si bien se atenuó considerablemente el ambiente de nerviosismo que reinaba a primeras horas de la mañana”.
Ragón sigue narrando cómo vivía el pueblo llano aquel golpe de estado: “Por la noche, la gente se echa a la calle llevada por una verdadera fiebre para cambiar y comentar impresiones. En la calle de Jodis -actual doctor Ullés-, dábase una audición de sardanas y mientras sonaba la música, el público continuaba pendiente de las noticias que daba la radio, hasta el punto de que la gente obligaba a los músicos de la cobla a cesar en la ejecución de la música”.
Catalunya resiste el golpe
El nerviosismo se apodera de los ciudadanos y continúa más vivamente los días siguientes. El día 19, en Barcelona, salen las primeras tropas golpistas de los cuarteles de Pedralbes. Pero llega la respuesta. Hay barricadas construidas por militantes de la CNT, ERC y otras formaciones. Las fuerzas de la Generalitat con guardias de asalto y mossos d’esquadra se posicionan estratégicamente. Cada vez hay más gente armaba en la calle. Al final, la Guardia Civil se adhiere a la República. Hay combates y los militares sublevados son derrotados.
Llega la euforia revolucionaria en una Barcelona en la que la calle toma protagonismo. Treinta y siete terrassenses se han dirigido a los cuarteles de Sant Andreu para dar su apoyo a los sublevados. Son 28 tradicionalistas y 9 militantes del salista Centro Tarrasense. Y en nuestra ciudad, ese día 19 se inicia con tranquilidad. Funcionan los trenes. Llegan los periódicos que son devorados inmediatamente para saber qué sucede. Explica Baltasar Ragón que ese día se efectuó el último entierro en la parroquia de Sant Pere, el de Antoni Capella Autonell, de 45 años, que había sufrido un accidente de trabajo. Y el último sepelio que se celebró en el Sant Esperit fue el de Francesc Brugueras Argemí, confitero de 75 años. En ambos entierros los asistentes hacen comentarios sobre la sublevación y afirman que se habían oído fuertes cañonazos procedentes de Barcelona. Y a medida que avanza el día, las notícias acerca de la sublevación militar en Barcelona alienta la inquietud. En Terrassa, circulan automóviles con policías y guardias de asalto llegados desde la Ciutat Comtal. En la tarde de aquel domingo día 19 de julio, los cines terminan pronto y un gentío se congrega ante el Ayuntamiento, ávida la información. Corre el rumor de que se ha declarado una huelga general. Corren mil rumores. Cae la noche, las calles se desertizan. Hay tranquilidad; tensa tranquilidad.
Empieza la represión
Llega el lunes, día 20. En Catalunya, como ha sucedido en otros enclaves de España, se ha podido contener a los insurrectos, sí, pero ahora llega la revolución. Organizaciones obreras, de signo anarquista, asaltan cuarteles y arman al pueblo. Se producen incautaciones de vehículos y de edificios. Y empieza también la represión hacia quienes supuestamente estuviesen o hayan podido estar a favor de los insurrectos. Y se entremezclan aspectos políticos con rencillas personales. Y es una fiebre de revanchismo anticlerical y anticapitalista.
“Paro general. Empiezan a circular coches con gente armada. Se abren los establecimientos y tiendas aunque sin que se reintegre al trabajo la dependencia. En los centros oficiales y políticos se procede a la entrega de armas a todos los milicianos que se presentan en dichas sedes. Se realizan prácticas de ametralladoras en la carretera de Montcada y se efectúan registros en casas particulares”, señala Ragón.
Por la noche, las organizaciones sindicales y políticas proceden a incautarse de varios edificios singulares de la ciudad que venían ocupando entidades recreativas o políticas de significación derechista empezando por el señorial Gran Casino que lo ocupa la CNT; la Associació Catalanista, la UGT; el Círculo Egarense, y el Centre Social Catòlic, el POUM; el Círculo Tradicionalista, el Partido Comunista.
“Ningú no va al treball. Circulen carros de queviures. Funciona el mercat. Hi ha nerviosisme. Moviment estrany als carrers. A mitja Rasa, homes armats em comminen a saludar amb el puny. Saludo. Ai, ai, ai.! La cosa s’agreuja. Passen camions blindats massa espectaculars i matussers€”
(Joan Duch i Agulló, “Els anys negres (1936-1939)