Acaso por la soledad que apolillaba su vida, acaso por aburrimiento, quizás por un motivo y por otro, y por una falla en su equilibrio, Concha hizo aquel clic por primera vez. No metió monedas en una tragaperras, ni levantó un naipe, ni apuntó los números con mano trémula en un bingo. Lo suyo fue por internet, en casa, arrellanada en una silla, algo doméstico, un clic al que luego sucedió otro y otro. Sí, había tenido aquel día un problema de pareja, pero quién no los tiene. Vio en la tele un anuncio de juegos on-line. "Regalaban el doble de lo que apostabas. Así empecé, así de fácil. Me inscribí, pues no pedían nada más", recuerda.
El primer clic en el ratón del ordenador devino la espoleta del artefacto que minó el alma de esta mujer de 56 años, madre de familia. Ella cayó en el abismo. Ella, que era de las que reaccionaban con un "qué vergüenza" en su fuero interno cuando veía a una mujer madura jugado a las tragaperras en un bar. Ella, señora con trabajo fijo, sueldo fijo. Ella perdió miles de euros con su adicción. Pero ella ha encontrado remanso en un grupo de ayuda de Jugadores Anónimos, Nueva Vida, uno de los dos que están activos en Terrassa. Ella lleva ocho meses sin jugar, "ocho meses que han pasado como un soplo".
Francisco cuenta 55 años y participa en las reuniones del grupo desde diciembre del 2014. Desde el 16 de diciembre, exacto, pues rara vez a un integrante de Jugadores Anónimos se le olvida la fecha concreta en que se sentó allí, rodeado de compañeros de compulsión, e intentó desembuchar la basura de desdichas. Lloró, tratando de explicar aquello entre camaradas del desconsuelo. Cuando salió de la primera reunión, pensó "en muchas cosas". En su infierno con el juego on-line, pero también en las urgencias, en la prisa por recuperar a sus hijas, por retomar el rumbo de su vida estragada por el juego y por dolencias físicas, "por un calvario médico". Deambulaba con muletas, había firmado ya una solicitud de silla de ruedas, en abril del 2015 le detectaron un tumor óseo. "Pasé muchas noches sin dormir, llorando, sin entender por qué mis compañeros me decían que dejase pasar el tiempo". En abril del 2015 participó en unas convivencias de jugadores en Cullera, donde muchos "hermanos" acudieron con sus parejas e hijos. Él, solo, rotos los puentes con su esposa y sus hijas. ¿Qué he hecho?, se preguntó, y la pregunta fue la fundación del resto de su vida, "fue el principio de entender". De montar "un programa de vida, con tiempo".
"Compartiendo el cariño con los compañeros he empezado a entender. Ahora sé amar. Esto me ha cambiado la vida y me la ha dado", afirma en una reunión, con los ojos arrasados. En mayo pasado dejó las muletas. Lleva un tiempo sin jugar y asegura que no se le ha pasado por la cabeza jugar más. Y eso que apostó sólo durante unos meses, pero perdió a su familia. Por eso, claro, y por un contexto de negrura en el carácter, un poso de dejadez en las relaciones que pasó también factura. Todo tuvo su influjo para que Francisco tuviese que dejar su hogar, devenido un abismo. Ha cambiado, asegura, desde la pasada primavera. "He cambiado, sobre todo, el trato hacia mí mismo. Ahora me miro en el espejo y no veo la cara deprimida de siempre, de antes", cuenta Francisco.
¿Qué opera el cambio en estos enfermos ¿Todo es llegar y besar el santo? Nada de eso. Los hay que viran hacia la mejora, los hay que no, los que hay que vuelven a tropezar con estrépito, pero el secreto está en la paciencia, en el apoyo mutuo, en la perseverancia, en la fe y, en muchos casos, en los tratamientos psicológicos con que acompañan (cada uno por su cuenta) las reuniones de autoayuda, sesiones similares a las realizadas por Alcohólicos Anónimos. El secreto está en el éxito del corto plazo, en el mensaje "sólo por hoy". Así se llama el otro grupo de jugadores compulsivos existente en Terrassa.
Sólo por hoy
"Sólo por hoy trataré de pasar el día sin esperar resolver el problema de toda mi vida en un momento". Sólo por hoy seré feliz, "tomaré la suerte como venga, sólo por hoy tendré un programa a seguir". No hacen promesas, no dicen que se abstendrán del juego para siempre. "Nos concentramos en tratar de mantenernos sin jugar únicamente durante las veinticuatro horas presentes. Si sentimos el deseo de jugar no cedemos ni luchamos contra ese deseo. Simplemente decidimos dejar esa apuesta para mañana". Todo eso indica el programa de Jugadores Anónimos. Sólo por hoy, aunque luego llegue el mañana y sea otra vez el hoy sin más apuesta que la sobriedad temporal, pues una caída te devuelve al principio. Y así, a golpe de veinticuatro horas…
Sólo por hoy. "Jamás pensé en que podía ser feliz", dice Francisco. Sus hijas no quieren saber nada de él, y él sufre, "pero no como antes". Su experiencia, agrega, le ha enseñado el valor supremo de la paciencia, del aprendizaje día a día. "Quiero ser feliz, al menos, como el día anterior", afirma.
Concha se ha propuesto avanzar, despojarse poco a poco de los efectos de la bomba que, como ella dice, estalló en su casa en febrero pasado, cuando su familia se enteró de lo suyo. De su adicción tóxica, del agujero en las cuentas, del bucle de desazones que se activó con el juego y siguió con préstamos para jugar y siguió con el juego para pagar los préstamos.
"Nadie te entiende"
"No me atrevía a decir en casa que me faltaba dinero. Me machacaban. Nadie te entiende", explica esta mujer, la única presente en el grupo Nueva Vida. La adicción de Concha se edificó en el fundamento de una psique con depresión. Hace ocho años que esta mujer toma ansiolíticos. Se encontró el cadáver de su madre cuando se presentó en su casa a visitarla, la azotó un problema familiar con unos primos, irrumpió la menopausia crítica. "Todo se acumuló y llegó la válvula de escape". La válvula: el juego, el bingo y las máquinas recreativas en internet. Y sin exponerse a ojos indiscretos, en el domicilio, "donde no te ve nadie". Con tu dinero o con un crédito, "pues es fácil que te lo conceda alguna empresa de las que se anuncian en la tele o internet". Y a ver cómo lo devolvía. Pues apostando, en la creencia firme de que era factible recuperar lo perdido.
Y Concha tuvo la potra, la "puñetera casualidad", dice, de ganar algo cuando estaba en apuro extremo y eso no hizo sino espolear aquella fiebre. "No veía que gastaba mucho más de lo que recuperaba". Y mentía, muchísimo. "Los jugadores compulsivos aprendemos a mentir divinamente", admite.
Concha hace terapia con una psicóloga. Lleva ocho meses sin jugar, desde que empezó a acudir a las reuniones después de que su hijo supiese de la existencia del grupo. No lo echa de menos. En casa siguen los problemas, "pero se vive el día a día y yo, cada día mejor", enfatiza, sobre todo cuando está rodeada de sus compañeros de confraternidad, "en el único sitio donde no me interrumpe nadie, donde poco a poco voy dejando mi mochila". Hace medio año enterró a su padre. "Él me cuidaba, como vosotros", suelta, entre lágrimas, a sus compañeros.
Enfermedad
El juego patológico, enfermedad escondida, es detectable cuando aparecen las señales de peligro, cuando saltan las alarmas porque la vida del ludópata se ha vuelto ingobernable, cuando no puede dejar de jugar, cuando sobrevienen las fantasías, el "esta semana me toca"; o cuando irrumpen los problemas familiares, de empleo y financieros o cuando embarga al jugador la convicción de que la vida sin apuestas es imposible. Cuando la existencia se transforma en una espiral de temblores y obstáculos en la que el enfermo no es consciente "de que cada vez emplea más tiempo en jugar", como señala un comunicado de Jugadores Anónimos.
Concha no lleva tarjetas bancarias, sale de casa con tres euros en el monedero y luego rinde cuentas de los gastos a su familia.
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