Terrassa

“El fragor de los disparos fue tan brutal que lo confundí con una bomba”

La noche del 24 de enero de 1977, un comando de extrema derecha penetró en un despacho de abogados laboralistas de Comisiones Obreras (CCOO) y militantes del Partido Comunista de España (PCE), situado en el número 55 de la calle de Atocha y abrió fuego contra los allí presentes, matando a cinco personas y dejando heridas a cuatro. Estos hechos, conocidos como la Matanza de Atocha, marcaron la Transición española iniciada tras la muerte del dictador Francisco Franco. Actualmente, el único superviviente de aquel atentado es Alejandro Ruiz-Huerta.

¿Cómo se hizo militante del PCE?
Des del 73, trabajaba con otros compañeros como abogado en Vallecas, donde funcionaban la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores) y el PCE. Entonces, estaba cerca de las opciones de izquierda pero no estaba definido en ningún camino específico. Empecé en cursillos de iniciación de la ORT pero aquello no me acabó de cuadrar. Entonces empecé a contactar más con los del PCE y en un momento dado nos llegó la posibilidad de integrar nuestro trabajo en el despacho de Atocha, un despacho abierto a través del Partido Comunista y Comisiones Obreras. Cuando llegamos allí , en el año 74, se nos ofreció la posibilidad de militar en el PCE y nos pareció adecuado. Había una sintonía ideológica, política, de compromiso personal y profesional absoluta. Es un compromiso político que asumí con todas las de la ley y la de la ley fue jugarnos la vida.

Después de casi cuarenta años, ¿cómo recuerda la noche del 24 de enero de 1977?
Como si fuese hoy. Es un flash tan fuerte en mi vida, que no puedo evitarlo. Hasta cierto punto, recordarlo me da seguridad para que no vuelva a repetirse pero, a la vez, necesito olbidarlo para poder vivir una vida llena. Además, hoy es imposible contrastar mis recuerdos con nadie porque de los cuatro supervivientes solo vivo yo.

¿Qué es lo que recuerda?
Recuerdo el atentado en sí. Estábamos en una reunión de abogados de barrios de Madrid en el despacho de Atocha, después de haber discutido si nos reuníamos allí o no. De repente apareció una gente extraña; algunos con las cabezas tapadas con anoraks, otros a las claras; que nos pusieron en una esquina del hall.

¿Qué les dijeron?
Preguntaron por el líder del Sindicato Vertical del Transporte de Comisiones, que era Joaquín Navarro. Era una pregunta muy absurda, le habían visto seguro porque había estado en el despacho hasta media hora antes. Ellos, cuando subieron al despacho, por los visto entraron, vieron que había mucha gente y subieron para arriba y esperaron allí hasta que se fuese la gente. Seguro que sabían que en aquel momento se estaban terminando los rollos burocráticos de una huelga del transporte que llevaba funcionando en Madrid todo el mes de enero y que, desde alguna perspectiva, se ha visto como la clave para entender el atentado porque estos pistoleros, cuando entran al despacho, preguntan por Joaquín Navarro, el líder de la huelga del sindicato del transporte. Nosotros les dijimos que había estado allí pero que ya no estaba.

¿Cómo respondieron?
El jefe de la manada nos apuntaba con una chulería tremenda, bailándole la pistola en la mano; esto no lo olvidaré en mi vida. El del anorak entró con nosotros a dos compañeros que estaban trabajando en sus despachos y que no eran de la reunión de barrios. Los metieron con nosotros en una especie de semicírculo que formábamos en el hall del despacho, a tres metros de ellos. Y ya sin mediar palabra, recuerdo, y esto seguro nunca lo olvidaré, la cara de Ángel Rodríguez Leal a punto de ser disparado y morir. Esto lo he trabajado mucho con mi memoria y me he dado cuenta de que Ángel estaba reconociendo a sus asesinos porque había estado con ellos por la mañana en el sindicato del transporte en el fin de la huelga. Esta cara no se me podrá olvidar.

¿Qué recuerda a partir de entonces?
A partir de allí, se me para la historia. Se podría comparar con el silencio. Ya no tengo recuerdos hasta que aparezco en el suelo, tirado debajo del cuerpo de Enrique Valdevira, que fue uno de los que murieron. Nos disparan uno a uno y cuando ya estamos en el suelo nos vuelven a disparar. Hay dos oleadas de tiros, señal evidente de la brutalidad y la poca profesionalidad de esta gente como pistoleros porque después de gastar un sinfín de balas mataron a cinco, habiendo podido morir nueve. Hicieron un salvaje atentado. En la segunda oleada, a mi me dispararon en la pierna derecha, el único punto que tenía al aire, porque lo demás me lo tapaba el cuerpo de Enrique. En esta segunda oleada, dispararon a todo lo que se movía. Después, levanté de mi el cuerpo sin vida de Valdevira. A partir de allí, empecé a sobrevivir. Comencé a oír gritos de los que también sobrevivían conmigo, que salían al balcón a pedir auxilio, que iban buscando teléfonos.

¿Qué hizo usted?
En este momento, yo contaba. Para levantar el cuerpo de Enrique Valdevira yo tenía que tener una cierta seguridad de que ya no estaban allí. No sabía cuando volver a vivir. En un momento dado, conté unos cuantos segundos y levanté el cuerpo. Llamaban a la puerta insistentemente. La última vez que habíamos abierto, habían entrado unos pistoleros pero a mi me pareció que venía gente de bien. Me estiré, me arrastré por el suelo y abrí. Era un amigo, Luis, que venía a la reunión pero que llegó tarde, para su suerte. Le dije que nos habían tirado una bomba. El fragor de los disparos fue tan brutal que lo confundí con una bomba.

¿Cuando entraron los pistoleros, en seguida temió por su vida?
En un principio, no. Creíamos que haciéndoles caso no iba a pasar nada. No imaginábamos que unos pistoleros, por muy salvajes que fuesen, iban a disparar a unos abogados. Fue un atentado salvaje. Yo lo he comparado muchísimo con los fusilamientos del 2 de mayo, la escena tan increíblemente triste y bestia que pintó Goya. Desde entonces, decía que yo había vivido un 70% de mi muerte, lo cual es falso: la muerte se vive o no se vive. Tuve culpabilidad por no haber muerto. Fue un atentado tan bestial que parece imposible que pudiéramos sobrevivir cuatro. Fue por un azar absoluto. A mi me impactó una bala que me dio en un bolígrafo que llevaba en la camisa y luego cayó Enrique Valdevira sobre mi.

¿Por qué decidió explicar su visión de los hechos en un libro?
Escribí el libro durante 25 años. Yo siempre he escrito como una necesidad imperiosa de ver mi identidad en las palabras escritas. No recuerdo como empecé, supongo que en el mismo hospital ya comencé a escribir sensaciones. Fui acumulando folios hasta que me di cuenta algunos años después de la posibilidad de escribir de esto. Fue una decisión muy complicada porque era uno de los protagonistas.

¿Cree que se ha dado con todos los responsables del atentado?
Estoy seguro de que no. Siempre se habló de que servicios de inteligencia militar de los gobiernos de Franco y Adolfo Suárez habían estado vinculados al atentado. Siempre se dice que la última llamada de Fernández Cerrá desde Murcia, cuando va a ser detenido, la hace a Muebles la Orga, que es un edificio al lado del despacho que se dijo que en su momento era sede de ese servicio de inteligencia militar, que se llamaba vulgarmente el SIM. Probablemente esto tenga que ver. Además, uno de los jueces que abrió el expediente de Atocha se negó a admitir a determinados testigos, cortó los hilos de la investigación. El propio poder judicial se negó a investigar claramente, entre otras cosas, por que el juez que nos tocó era favorable a los asesinos, estaba de acuerdo con que se matase a los rojos. En este sentido, hay una complicidad del propio poder judicial.

¿Cómo influyó este atentado a la Transición Democrática y la legalización del PCE?
Hay mucha gente que dice que la legalización del PCE dependió del Atentado de Atocha pero yo no acepto esta idea. Parece que la legalización del PCE tenga la seña de identidad de la muerte. Yo creo que el PCE iba a ser legalizado se quisiera o no, con Atocha y sin Atocha. No estoy seguro de las fechas pero unos seis meses antes de las elecciones, en diciembre o enero, antes del atentado, ya había una voluntad suficientemente formada por parte del gobierno de Adolfo Suárez de legalizarlo. Otra cosa es que el proceso fue muy claro luego y se legalizó el PCE porque era evidente que no había ninguna situación jurídica que obligase a esa ilegalización. Yo creo que se legalizó porque se tenía que legalizar.

¿No cree que influyera ni tan solo un poco?
Todo lo que vivimos en Madrid durante lo que se llaman los 7 días de enero fue una semana muy densa de atentados, muy clave para la evolución de la democracia. Siempre se ha dicho que hay dos momentos clave para la evolución de la democracia española, que son el 23F y el atentado de Atocha. Hay ministros del régimen que incluso reconocieron que la cosa se les iba más de las manos el 24 de enero que no el 23F. Creo que las señas de identidad de la democracia española están en Atocha.

¿Por qué lo cree?
Entre otras cosas, por la respuesta de la ciudadanía madrileña, los cientos de miles de personas que se juntaron en la plaza de la Villa de París y toda la Castellana hacia Cibeles para despedir los féretros de mis compañeros asesinados después de ser velados en el Colegio de Abogados, en un pulso con el Gobierno. En esa manifestación, donde estoy convencido de que hubo cantidad de gente que iba con el puño cerrado porque era comunista y porque estaba desesperada, seguro que hubo una sensación parcial de encadenar más violencia c pero la manifestación terminó sin apenas incidentes. Esa voluntad colectiva de transformar el hambre de violencia en paz, en seguir, en aguantar, en resistir, para mi es la clave del camino que se abre a partir del 26 de enero para la reconstrucción de la democracia perdida, por desgracia, después de la Segunda República.

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