El lunes se cumplen los treinta años de uno de los conciertos de pago más multitudinarios y recordados que se han celebrado en nuestra ciudad, el de Isabel Pantoja en el Estadi Municipal .
Tres décadas han pasado desde que la famosa folclórica acaparó la atención de la ciudad con un concierto que resultó inolvidable.
Veinte mil personas, que habían pagado una entrada de mil pesetas, acudían al entonces llamado Estadi Municipal para escuchar, vitorear y emocionarse con la que en aquel momento era la “viuda de España”: Isabel Pantoja. Fuera, otro gentío pretendía atisbar lo que sucedía en el escenario y poder oír, allá a lo lejos, la cautivadora voz de la tonadillera.
En ese año 1986, el Estadi Municipal ya había acogido dos conciertos importantes. En julio, Joan Manuel Serrat cantaba ante seis mil incondicionales y a finales de ese mismo mes, Ana Belén y Víctor Manuel deleitaban a otros seis mil fans. Pero el concierto de Isabel Pantoja fue otra cosa. Fue, de hecho, más que un concierto; casi una ceremonia mística; una catarsis. Hubo pasión, pasión encendida. y devoción, mucha devoción hacia una Pantoja que llegó acompañada de su hermano Agustín que le hizo de telonero.
Tres cuartos de hora estuvo cantando Agustín para dar tiempo a que su hermanísima se preparara para el gran momento, para salir al austero escenario vestido solo con cortinas negras y flores. Y allí ahí estaba ella, ataviada con un elegante -diríase que ampuloso- vestido de volantes de color azul eléctrico. Salió sonriente y la ovación fue atronadora.
Teñida de luto
La Pantoja llegó a Terrassa poco antes de cumplirse el segundo aniversario de la muerte de su marido Francisco Rivera, Paquirri, por el que había llorado medio país. La reina de Cantora encarnaba los valores más puros de la España cañí, el toreo y el folclore entrelazados e impregnados en la tragedia.
Lo decía una de sus canciones de mayor éxito, la que para algunos fue sobrecogedora “Marinero de luces”:
Ese barco velero cargado de sueños
Cruzó la bahía
Me dejó aquella tarde agitando el pañuelo
Sentada en la orilla
Marinero de luces, con alma de fuego
Y espalda morena
Se quedo tu velero perdido en los mares
Varado en la arena
Olvidaste que yo gaviota de luna
Te estaba esperando
Y te fuiste meciendo en olas de plata
Cantando, cantando
Te embrujo aquella tarde
El olor de azahar
Ese barco velero cargado
De sueños cruzo la bahía
Isabel Pantoja, arte, tronío y galanura, cantó, rió, lloró, emocionó y, casi, casi, extasió a un público entregado, que le dedicó “olés” y “bravos”. Y ella dominaba el escenario, derrochaba cariño, y le entregaban ramos de flores, y se oían más “olés” y más “bravos”. Y madres con sus hijos en brazos se acercaban al escenario para que la “diosa” acariciara a sus retoños cual Blanca Paloma en pleno Rocío. Y más “olés”, y muchos “bravos” que retumbaron en esa refrescante noche preotoñal.
Fervor
Isabel Pantoja cantó durante setenta minutos sus temas coreados por esas veinte mil almas enfervorizadas en un concierto que fue organizado por la fundación hispano-árabe El Hamdani y por el que la folclórica cobró cinco millones de pesetas o, dicho de otra manera, más o menos lo que costaban dos pisos en la Terrassa de aquella época.
La gran dama del papel cuché también aprovechó el concierto para hablar con el público. “Yo soy una gran señora que ha sufrido mucho”, dijo. “Yo he sufrido mucho”, repitió buscando el aplauso. “Yo he sufrido mucho” insistió por tercera vez, por si no había quedado claro, ante desbocadas ovaciones. Eso lo dijo ha- ce treinta años. Ahora probablemente diría algo muy pareci- do.
Llegó el final de la actuación. Volvió Agustín al escenario para cantar con su hermana “Qué bonita es mi niña”. Y “la niña” regresó a Cantora tras haber embrujado Terrassa en una fresca noche del final del verano del 86.
Ayer tarde yo cantaba
Mientras mi niña dormía
Y los almendros lloraban
Y los almendros lloraban
De la infinita alegría
Qué bonita es mi niña Qué bonita cuando duerme
Que parece una amapola
Entre los trigales verdes.