Brandon, de 24 años, trabajaba ayer colocando unos cordones en unas bolsas que, según explicaba, eran para un club deportivo de la ciudad. Lo hacía en un espacio pequeño, silente, con otros cuatro compañeros que, como él, tienen autismo. Delante suyo, en la pared, había una agenda, un cronograma con la foto de cada uno de los jóvenes. Ese panel indicaba con imágenes coloreadas qué actividades debían hacer por la mañana, al mediodía y por la tarde allí en Fupar, el centro de terapia ocupacional al que van entre semana.
La sala en la que estaban estos usuarios de una entidad que hoy atiende a 154 personas con discapacidad intelectual, así como ese cronograma expuesto en la pared donde quedaban perfectamente definidas sus tareas, forman parte del llamado método "teacch".
Ésta es la opción, surgida en Estados Unidos sobre el año 1960, que en Fupar aplican desde diciembre para acercarse a los beneficiarios autistas del centro. Todo tras comprobar que los espacios grandes, que las naves en las que suelen trabajar el resto de personas atendidas por la entidad, incomodan a quienes conviven con el autismo. Ayer, Fupar presentó al público su nueva metodología.
"En 2013 detectamos el problema. Percibimos que cuando los usuarios autistas trabajaban mezclados con las otras personas que vienen a Fupar, en un momento dado, quienes sufrían autismo podían ponerse con los brazos cruzados sobre la mesa. Como si durmiesen. No es que tuvieran sueño, sino que allí donde estaban, en esa nave amplia, recibían demasiados estímulos acústicos y visuales para ellos, de manera que necesitaban aislarse de todo, desconectar", explica Marta Puig, directora del centro ocupacional de Fupar.
Salas
La responsable explica que "también era habitual que las personas autistas hiciesen movimientos repetitivos que ahora, con el método "teacch", se han reducido muchísimo". Para aplicar esta nueva dinámica (que también comienzan a adoptar otros centros especializados en autismo), Fupar ha estrenado dos salas de dimensiones reducidas, donde se dividen en grupos las doce personas autistas que en la actualidad trabajan en el centro.
"Al estar en un entorno más tranquilo, sin que haya ruidos ni otros estímulos constantes, sufren muchos menos trastornos de comportamiento que antes", explica Puig. "Ese ambiente, ya de por sí, les da seguridad. Nosotros lo completamos con el cronograma de la pared, porque las personas con autismo son muy ritualistas y necesitan saber con mucha antelación qué harán a lo largo del día. Planificar la jornada es lo primero que hacen cuando entran en Fupar", dice.
Brandon, el joven que se concentraba ayer por la mañana en sus bolsas, lo tiene claro: "Antes estaba en el grupo que trabaja en el huerto. Y me ponía nervioso. A veces, hasta me iba de allí. Pedí estar con otras personas autistas como yo y ahora me siento mucho mejor".