Tras jubilarse de las aulas, Xavier Badia, licenciado en Filosofía y Lletras, de 62 años, se incorporó a la entidad Justícia i Pau para trabajar como voluntario en centros penitenciarios. Badia, que participó en un ciclo de conferencias en la Escola Tecnos, explica en esta entrevista su experiencia en la cárcel donde participa en programas formativos de actividades artísticas.
Usted es voluntario de Justícia i Pau en centros penitenciarios. ¿En qué consiste su labor?
El objetivo de toda la red de voluntarios que trabajamos en estos centros es acompañar a unas personas que, por diversas causas, están en una situación de gran fragilidad y que tienen derecho a una segunda, tercera oportunidad. Están en prisión porque han cometido un delito, están pagando por lo que han hecho, y tienen derecho a una rehabilitación. Nuestra tarea es contribuir a mejorar las condiciones para su rehabilitación y posterior reinserción en la sociedad. Queremos poner nuestra grano de arena para humanizar un entorno muy hostil, jerárquico y forzosamente represor. Destacar aquellas cualidades buenas que todos tenemos, mejorar la autoestima, etc. Y a la vez, queremos contribuir a sensibilizar a la población respecto a la responsabilidad de la sociedad en cuanto a la reinserción de las personas encarceladas. En muchos casos las cárceles son un reflejo de nuestra sociedad, de la desigualdad, de la fractura social y de la falta de oportunidades para sectores sociales en riesgo de exclusión.
¿Hay muchos voluntarios?
Yo formo parte de un grupo de Justícia i Pau que integra a unos 45 voluntarios en la circunscripción de Barcelona. No somos los únicos. Nos sumamos a voluntarios de muchas otras entidades que también hacen este tipo de labor. Precisamente en Terrassa hay un grupo de Justícia i Pau muy activo, que lleva a cabo principalmente su actividad en el Hospital Penitenciario. Yo participo en un programa formativo en el centro Lledoners sobre diferentes actividades artísticas que tiene que ver con la pintura, fotografía, cine, cerámica, expresión corporal, etc. También me he incorporado al grupo de voluntarios que hacen acompañamiento personal a internos en el centro de Brians.
¿Cómo recuerda el primer día que entró en la cárcel para desarrollar su trabajo?
Los dos últimos años antes de jubilarme fui a dar clases en un centro penitenciario. Con esto quiero decir que el primer día que entré fue como profesional, no como voluntario. De todos modos sentí las mismas sensaciones. Tuve muchos nervios y una fuerte impresión: entrar en un mundo desconocido, aislado, cerrado, hostil (el tópico de la impresión de las puertas que se cierran detrás de ti son una realidad bien presente), con temor de no equivocarte, de no hacer ningún mal paso; una gran inseguridad. Después, el contacto con las personas (internos y trabajadores) te va mostrando que allí hay vida, hay sentimientos, dificultades y gestos de humanidad.
¿Cómo vive el día a día?
La vida en un centro penitenciario viene marcada por las paredes y las rejas, el horario marcado y la rutina. Quien utilice el concepto demagógico de "mira como viven", o bien "tienen la vida solucionada", y otros comentarios más despectivos aún, muestra un desconocimiento total de esta realidad. Vivir entre paredes, entre rejas, es una experiencia que no se lo deseo a nadie. Si además hablamos de largas condenas, la realidad es que se puede dar una gran erosión de la salud física y mental. Y junto a ellos profesionales muy implicados y otros instalados en la superioridad. Es un mundo cerrado, formado por personas, todas con su mochila, muchas de ellas que han sido rebotadas de la sociedad, algunas han vivido situaciones extremas o críticas, con gran variedad de lenguas y culturas. Es un mundo muy complejo y la acción penitenciaria es muy difícil.
¿Hay cosas a mejorar?
Por supuesto. Las cárceles cumplen dos funciones principales: apartar aquellas personas que han cometido un delito; y por otro lado, rehabilitar estas personas para que al salir puedan reinsertarse en las mejores condiciones posibles. Creo que el principal margen de mejora se sitúa en este segundo objetivo. Todo lo que sea mejorar las posibilidades reales de rehabilitación es un beneficio para las propias personas y para la sociedad. Pero siempre digo que esto no es sólo incumbencia de la política penitenciaria sino también del conjunto de las políticas sociales. Es negativo que la sociedad en su conjunto se desentienda de la problemática de las personas encarceladas y que no quiera saber nada. Una persona que sale de la cárcel tiene el estigma para siempre. Y la mejor prevención del delito es un buen sistema educativo, que tienda a igualar y no separar (¿cómo es que aún tenemos una tasa de abandono escolar y de fracaso escolar tan elevado?), políticas sólidas de integración social, una lucha efectiva contra el paro y poner el acento en los valores, entre otras cosas.
¿Porque decidió colaborar con Justíca i Pau en prisiones?
Toda persona tiene derecho a su dignidad. Y creo que hay una atención a las personas más frágiles y desvalidas. Entre estas están las personas que cumplen condenas. Justícia i Pau me ha ofrecido la posibilidad de trabajar con estas personas. Nuestra actividad no es solucionarles la vida, sino ayudarles, y facilitarles herramientas para que ellos mismos puedan salir adelante. Y si vuelven a tropezar, vuelta a empezar.
Usted es profesor jubilado de las aulas de secundaria. ¿Le ha ayudado su profesión en esta labor altruista?
Es evidente que sí. El trabajo de profesor es el de ayudar a desarrollar capacidades y no siempre se ven resultados a primera vista. Y en el trabajo en las aulas, como en este de voluntario que hago ahora, hay un trabajo de acompañamiento que es esencial.