Estamos muy emocionados. Desde que se ha hecho público este libro del educador y psicólogo Alfredo Hernando sobre las 50 escuelas más innovadoras del mundo, entre las que hay nuestro centro, es un no parar. Nos piden visitar la escuela y también hacer presentaciones sobre el proyecto”, cuenta Núria Marín, directora de la Escola Montserrat.
La alegría que siente Marín por el reconocimiento a su proyecto basado en las comunidades de aprendizaje se ha contagiado. “Somos los mejores”, dice orgulloso Mohamed, de 10 años, que estudia 5º de primaria. “Aquí aprendemos todos juntos. Tenemos maestros, voluntarios y madres que nos ayudan mucho. Yo tengo mi madre, mi abuela y mi padre colaborando”, añade. Le preguntamos que quiere ser de mayor y responde sin dudar un segundo que “me gustaría ser ingeniero, astronauta”. Mohamed sueña con tocar el cielo. La Escola Montserrat también decidió un día, hace quince años, escribir su carta de propósitos pero con el convencimiento de que se pudieran cumplir en un plazo adecuado de tiempo. De esta misiva había dos que eran un gran reto, uno lograr el éxito académico y dos mejorar la convivencia en las aulas.
Borrón y cuenta nueva
Tras numerosos cursos de formación que no daban buen resultado, la escuela se apuntó al programa de comunidades de aprendizaje de la Universitat de Barcelona (UB) a través del cual implementó un conjunto de acciones que nada tenían que ver con el sistema tradicional de impartir clase donde un grupo de alumnos, más o menos de nivel homogéneo, atienden las explicaciones de un maestro.
El programa de la UB proponía y propone un modelo de enseñanza abierto, flexible, participativo y colaborativo pero no solo a nivel de los alumnos sino también dando entrada a voluntarios y a las familias. Borrón y cuenta nueva. ¿Por dónde empezar? No había dudas, primero por las competencias básicas, como las lenguas, por aquello de que si un alumno sabe leer y escribir y comprender parte con predisposición para el éxito. ¿Cómo enseñar estas materias? La clase convencional deja de existir y se implantan los grupos interactivos. Los alumnos realizan la clase con la maestra y voluntarios que se incorporan a los grupos reducidos.
Las alumnas Oumaima y Amin, de 3º de primaria, fueron protagonistas el jueves de un grupo interactivo de la clase de lengua catalana. Ambas, que realizaban ejercicios en el ordenador de asociar palabras compuestas, explicaron que “nos gusta mucho trabajar así porque aprendemos más”. Por igual opinaron Yassine y Yousra, que en su caso practicaban con las palabras y las sílabas y también otros compañeros de otros grupos que se retaban a ordenar frases: sujeto, verbo, predicado, complemento… Los cuatro grupos de jóvenes realizan su trabajo ante la mirada de su maestra y voluntarios. “Puede parecer insólito pero después de treinta años como maestra decidí terminar mi última etapa en este colegio”, cuenta Soledad. “¿Por qué elegí este centro? Por su sistema de educación en valores, por fomentar el espíritu de compartir, de cooperar, de cohesión social”. Soledad dijo que participar del proyecto pedagógico de esta escuela es un aliciente. “Esto es muy motivador. Aquí hay que ponerse las pilas cada día pero a mí me da alas. Estoy entusiasmada”. Soledad no sólo estaba pendiente de sus pupilos sino también de sus voluntarios, entre ellas Hajda, madre de un alumno de P3, y Maria Jesús, madre de una maestra en el centro. Ambas sólo tenían elogios para el modelo. “Este sistema de abrir la clase a madres voluntarias es muy inteligente porque niños y familias valoran la importancia de la educación y la formación”, dijo Hajda, licenciada en Derecho, a lo que María Jesús añadió que “para mí es un método totalmente revolucionario”. Palabras que suscribió Said, un alumno marroquí de 4º de ESO, que se había estrenado como voluntario. “Esto es un a grata sorpresa. No sólo por el sistema sino por el dominio del catalán que tienen tan pequeños”.
Los grupos interactivos han sido la clave del éxito a nivel académico y las comisiones de mediación, para la convivencia saludable. “Me gusta esta escuela porque de los problemas nos ocupamos enseguida”, contaba también el alumno Mohamed. A ello responde Daniel Martí, maestro del colegio. “El otro día surgió un pequeño conflicto entre dos alumnos y lo resolvimos dialogando con toda la clase y las familias. Fue una experiencia única, muy emotiva”. Mohamed confía en que llegara a las aulas de ingeniería. La Escola Montserrat también está convencida de que ha puesto los cimientos para que sus alumnos cumplan su sueño.