La mirada sin norte, vagaba por calles de Ca n’Anglada, dormía donde podía, se aseaba donde le dejaban y su ingesta de alimentos dependía de la caridad. Es menor, tiene 15 años, y el martes acudió a la Policía Municipal en busca de auxilio para su situación. Es menor, tiene 15 años y llegó a Terrassa procedente de Marruecos, su país, que abandonó en los bajos de un camión camino de España, su sueño. Y acabó en Terrassa, no se sabé por qué, ni cómo, y aquí ha permanecido una semana. La Generalitat ya se ha hecho cargo de él.
Al parecer, según ha podido conocer este diario, el chico arribó a Terrassa a mediados de la semana pasada, pero su singladura por la península constituye un misterio. Sí ha trascendido que residía cerca de Meknès, en el Norte de Marruecos, y que cierto día quiso dar rienda suelta a su deseo de cruzar el estrecho de Gibraltar, el anhelo que venía amasando tiempo atrás a pesar de su juventud. Vio el cielo abierto, la oportunidad ante sus ojos materializada en un camión que salía de la zona con destino de la península ibérica; y decidió escapar de casa.
Llegó al camión, miró a los lados, y, según la información que ha trascendido de su relato, se colocó en los bajos del vehículo, jugándose el tipo, agarrado con los garfios de sus manos, tensas las piernas. El camión se puso en marcha y cruzó el Norte de Marruecos en dirección a la frontera con España.
Entre Meknès y Melilla hay unos cuatrocientos kilómetros de distancia, y ese fue el recorrido que presumiblemente realizó el vehículo con el chico de polizón.
El resto del periplo es pura nebulosa, al menos según el relato explicado por el muchacho a personas con las que contactó luego en Terrassa, destino final de su trayecto arriscado. Al principio de su llegada, sabía que estaba en España, pero no en qué ciudad. Se encontraba en Terrassa.
Lo vieron caminando por Ca n’Anglada, preguntando a unos y otros. Obtuvo socorros de varias personas que le dieron cobijo y alimento, incluso ropa limpia, y dejaron que se duchase en sus domicilios, y en ese trance permaneció, al parecer, una semana, hasta que la situación se tornó insostenible y alguien le sugirió que pidiese ayuda a la policía. El martes, a eso de las siete de la tarde, entró en la Jefatura de la Policía Municipal, en la avenida de Les Glòries Catalanes.
Se sentó en una de las sillas dispuestas a la entrada de las dependencias policiales y un guardia le preguntó en qué podía ayudarle. El joven no sabe hablar castellano, y fue necesario recurrir a una agente de origen magrebí para que hiciese las veces de intérprete.
Unos agentes pagaron al chico un bocadillo y un refresco. La policía local contactó con los Mossos d’Esquadra y la Direcció General d’Atenció a la Infancia i l’Adolescència (DGAIA) de la Generalitat fue enterada, y horas después se hizo cargo del chico.