Terrassa

“Yo fui una esclava sexual”

Estuvo enredada en sábanas arrugadas de desdicha. Joana tiene 41 años. Fue madre soltera, y niña de la calle, su padrastro la violó a los 9 años, comió de las sobras de restaurantes, y con 21 empezó a chapalear en el charco de la prostitución allá en su país, Colombia, y aterrizó en España y una organización le retiró el pasaporte. Y le leyó las reglas. No escapó de la tela de araña viscosa hasta que pagó la deuda que había contraído, se ve, con el prostíbulo. Siguió luego de meretriz, pero salió del abismo abrazando la fe cristiana con vigor. Se siente limpia, y limpia casas. La sombra fue raspadura, el líquen retirado de vida negra ahora plena. "No hay pasado, sólo recuerdos", dice. Esta es su historia.

La niñez. "Somos nueve hermanos. Cuando tenía 5 años mi padre se fue de casa. Mi madre buscaba comida en las parroquias. Al poco tiempo tuve padrastro. Me violó cuando tenía 9 años. Mi madre no me creyó, pero una vecina sí, y a él lo encerraron. Escapamos a otra ciudad. Mi madre tuvo otro hijo, de otro hombre. Mi padrastro volvió dos meses después. A los 12 años me marché de casa. Viví en la calle con una banda, durmiendo bajo puentes. Los mayores no nos tocaban, nos cuidaban. Pasé un tiempo en un internado de una iglesia católica. El cura me preguntó qué quería para mi cumpleaños. Le dije: ver a mi madre. Volví a casa a los 15 años. Me quedé porque mi padrastro no estaba, pero mis hermanos eran muy violentos. Es normal en un ambiente como aquél".

La entrada. "Tenía novio. A los 18 años me fui con él. Me quedé embarazada y él no quiso saber nada de la niña. Vi un anuncio en prensa: pedían una dama de compañía. Pensé que era para cuidar a ancianos y fui. Me dijeron que tenían que probarme. Que me desnudara, me dijeron. Entré en el mundo de la prostitución con 21 años. Fue una mala decisión, pero tenía que sobrevivir. Recorrí muchas ciudades, pero mi hija permaneció con mi madre. Rodé y rodé hasta los 25, cuando una amiga me propuso vebir a España. Acepté".

Aterrizaje. "Vine en 1999. Sabía que llegaba para prostituirme, pero no sabía las condiciones. Un grupo nos trajo. El proxeneta nos vendió a un club de Valdepeñas. Éramos seis. Al llegar, nos quitaron los pasaportes, nos pusieron en fila y nos dijeron las normas. Teníamos una deuda muy alta, no la recuerdo, era en pesetas, y la debíamos saldar, y acostarnos con diez hombres cada noche, y vestir sólo con bragas y sujetador. No fui atada, ni golpeada, pero no podíamos salir sin permiso, ni mandar dinero a nuestro país, ni hacer un servicio por nuestra cuenta; nos llevaban en coche. Nos trataban como a mercancía. Fui una esclava sexual. Si no trabajabas, la deuda aumentaba. Nosotras pagábamos la habitación y la comida. Algunas compañeras rumanas se iban el fin de semana con sus ‘novios’ y volvían el lunes amoratadas, drogadas, idas. De Colombia vinimos seis. Una se escapó, creemos. No supimos más de ella".

La primera noche. "Fue aterradora. Rompí a llorar en la habitación. Un cliente pagó un servicio, pero no hicimos nada. Me pasaba la mano por el hombro mientras me decía que me tranquilizase. Otros muchos no fueron caballerosos. Al revés. No puedo contar lo que me pedían hacer. En ese mundo no hay escrúpulos. Estuve cuatro meses en Valdepeñas. Saldada la deuda, pude salir. Me marché a Madrid".

Madrid. "Trabajé por mi cuenta. Alquilamos un piso. Estuve seis meses y conocí a un cliente especial. No estaba enamorada, pero lo utilicé como salvación, como puerta de salida de emergencias. Aquello no estuvo bien, pero necesitaba un hogar para mi hija, que estaba conmigo. El primer año de matrimonio fue un infierno. Él era como un cliente más. No era mala persona y sí, me enamoré de él después. Se lo expliqué. Seguimos juntos. Tengo dos hijos más. A veces nos reímos recordando nuestras peleas".

La limpieza. "En Madrid busqué ayuda. Quería luchar por salir de la prostitución. Vi una iglesia y pregunté si podía entrar, porque me sentía indigna. El pastor me dijo que sí. Fui cada domingo, pero entraba la última y salía la primera. Entraba a llorar. Hallaba paz y refugio. Estuve un año llorando. El pastor me preguntó por qué salía corriendo. Hablé con su esposa y el Señor me habló a través de ella. No me juzgaron. Fui a un retiro. Tuve una visión. El Señor me lavaba en el río, como hacía yo cuando era pequeña. Me mostraba el trapo, grande. Yo lloraba, ‘tengo más suciedad para sacar’, decía. Me sentí limpia, otra vez digna".

"No hay voluntarias". "No hay prostitutas voluntarias. Todas se ven abocadas a ello por su pasado. Siempre hay una historia, un abuso, un abandono".

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