"Hala, que eres un héroe!", le suelta desde el martes algún que otro compañero, autobusero como él.
"¿Un héroe yo? Los héroes seguro que no pasan tanto miedo como el que pasé yo", responde él, Alejandro Columbrí Cano. A Alejandro no le vino el miedo cerval, comprensible, en el momento en que, tras evacuar el autobús de pasajeros por un incendio, resolvió regresar y ponerse al volante del bus en llamas para llevar el vehículo a otro sitio, pues aquel en que había parado para el desalojo no se antojaba seguro. Calle de Núria, un solo sentido, estrecha, balcones, tendido eléctrico y…¿por dónde accederán los bomberos? Todo eso pensó en un segundo de relámpago. A Alejandro le asaltó el miedo como un torrente después, en frío, cuando le pusieron la máscara de oxígeno.
Alejandro Columbrí, padre de dos hijos, tiene 37 años, es vecino de Sabadell y trabaja en Tmesa, la empresa de transporte urbano de Terrassa, desde hace unos siete años. Esta semana ha manejado buses de la línea 3, que conecta La Grípia con La Maurina. El lunes, a las ocho de la tarde, transitaba por la calle de Núria cuando, a la altura de una farmacia, percibió que surgía humo del motor.
Bajó rápido. Alguna que otra vez una zapata del freno se queda atascada y genera humo, un poco, y en esos casos el chófer contacta con su central y el asunto queda subsanado con la sustitución de la pieza. Pero aquello era distinto. "Este humo es muy feo", pensó Alejandro. Y corrió hacia el interior del bus, y observó que la humareda se adentraba ya en el habitáculo.
Una señora con bastón
Abrió las puertas, gritando "fuera, todos fuera", acompañando sus exhortaciones de aspavientos. Había dentro del autobús unas ocho personas, pues estaba cerca el vehículo de la penúltima parada del recorrido y poca gente sube al autobús en ese tramo. El chófer auxilió a una señora con problemas de movilidad a abandonar el bus. La vio deambular ya, fuera de peligro, apoyada en su bastón.
"No sabía qué iba a pasar, pero aquello tenía mala pinta", recuerda. Salvado el pasaje, llegó el momento de decidir: o seguía los mismos pasos que los usuarios o volvía al autobús. ¿Y por qué volver? ¿Por qué no ponerse a buen recaudo y dejar que la combustión avanzase, que ya se apañarían los bomberos? No pensó en esa posibilidad. La calle de Núria, en aquel tramo, era pura estrechura, y detrás había coches en marcha parados. Las fachadas estaban demasiado cerca, y había cables al lado. "Va a ser peligroso. El fuego va a pillar coches, balcones", se dijo el autobusero. A los bomberos les hubiera costado Dios y ayuda acceder a ese punto.
Entró, prietos los dientes, vio que el bus seguía funcionando, pues no había parado el motor, y arrancó. Llamó a un supervisor. "En cuanto puedas, rápido, paras y sales", le dijo el jefe. Cuando se produjo la conversación Alejandro sólo veía humo, espeso, pero no el fuego que al poco se iba a enseñorear de todo.
El bus traqueteaba como un tren viejo. Alejandro sintió un fogonazo detrás. Una llamarada. El incendio mordía el bus de atrás hacia adelante. Giró a la derecha por la calle de Maria Auxiliadora, viró luego hacia la de Santa Maria de Mazzarel·lo, y allí creyó encontrar el lugar espacioso que buscaba.
Detuvo el vehículo. Había recorrido unos cuatrocientos metros desde el lugar donde había hecho salir a la gente. Le asaltó la duda de temor. ¿Y si el incendio ha bloqueado las puertas y no se abren por un fallo en un circuito? Se hubiera quedado encerrado en el bus, entre la espesura de la humareda que carcomía el habitáculo, con las llamas lamiendo asientos.
Bus destruido
Las puertas se abrieron, por fortuna. El chófer salió, con un extintor en la mano. Llegaban ya unidades de la Policía Municipal, pues un testigo había dado la voz de alarma justo cuando el desalojo del bus en la calle de Núria. Con el extintor apenas pudieron hacer nada, ni Alejandro ni los agentes.
Arribaron las dotaciones de bomberos. En unos cinco minutos el fuego estaba controlado, pero el servicio de Bombers no acabó hasta pasada una hora. El autobús quedó para los restos. A Alejandro le picaban los ojos, y la garganta. Se había intoxicado por inhalación de humo. En una ambulancia lo atendieron y en Mútua estuvo luego algo más de dos horas, una con una máscara de oxígeno y otra a la espera de unas pruebas analíticas.
Al día siguiente, el martes, Alejandro volvió a sentarse al volante de un autobús de la línea 3. Él, que destila aire serio, no podía reprimir una sonrisa liviana cuando escuchaba a los pasajeros hablar del incendio, y de lo que había hecho el chófer. ¿Actuaría igual si se repitiese algo similar? Responde: "Para que me pasase esto otra vez tendría que tener mucha mala suerte. Hay compañeros con cuarenta años de servicio a los que nunca se les ha incendiado el autobús. Pero sí, creo que volvería a actuar igual".