Los Mossos, en apenas seis días, compusieron el puzle del antes y el después de un robo en una oficina postal y dieron con una pareja de jóvenses italianos como presuntos autores del asalto.
Azares gloriosos, tesón policial y algún que otro desliz de los sospechosos confluyeron en la investigación. Ésta culminó en la detención de una pareja de jóvenes italianos acusados de un atraco con arma blanca en una oficina de Correos de Terrassa. Los Mossos d’Esquadra detuvieron a los imputados en el aeropuerto de Barcelona-El Prat. Querían volver a Roma.
►El azar.
Chica de 24 años, belleza de tipismo transalpino, conoce a chico que acaba de dejar atrás la trena tras una larga temporada en la sombra. La chica ha roto con su anterior pareja, un joven de Terrassa con el que entabló relación en Ibiza meses atrás. Deshecho ese lazo, la muchacha, de familia bien, hija de empresario hostelero, sigue en Terrassa y a través de internet contacta con un chico italiano, recién salido de la cárcel, frecuentador de bajos fondos. Un joven de 28 años con un historial delictivo ingente por extorsiones y secuestros en Italia. Él viene a Terrassa.
Chica y chico viven aquí, en una habitación realquilada. Ella no desarrolla ningún trabajo remunerado, pero cada dos por tres, a veces cuatro veces a la semana, visita oficinas de Correos para retirar dinero que le envía su padre. La joven necesita mucha pasta. Lleva un tren de vida elevado. La pareja se deja ver en redes sociales, cómo no. En una foto aparece posando en actitud cariñosa. Ella muestra rostro exuberante. Él, barba de varios días, va tocado con sombrero.
El lunes 5 de octubre un hombre irrumpe en una oficina de Correos de la calle de Pau Marsal, y blande un arma blanca. Huye con 1.300 euros. Los mossos siguen investigando aún la autoría de este robo, y sospechan también del joven italiano. Mas ésa es otra historia.
Dos días después, el 7 de octubre, un hombre y una mujer asaltan una oficina de Correos radicada en la avenida de Àngel Sallent. Visten sudaderas y pasamontañas, y ella vigila mientras él, navaja en mano, se adentra en el interior de la oficina para saquearla mientras la estupefacción se enseñorea de los presentes. El atracador, ataviado de oscuro, con sudadera decorada con estrellas, luce un tatuaje peculiar en el cuello. Las cámaras de seguridad graban al asaltante mientras se encarama a una mesa para registrarla. La chica viste mallas, parece que de camuflaje, y una sudadera con el número 76 en el pecho. La pareja se hace con más de mil euros y emprende la huida.
►Más azares
Una mossa d’esquadra libre de servicio transita por la avenida de Àngel Sallent cuando presencia una escena que le infunde sospechas: dos personas caminan por la acera mientras se desembarazan de prendas de ropa. La policía, suspicaz, decide seguirlos con cautela en su coche, y en una calle próxima observa cómo los dos individuos se introducen en un taxi, y anota la matrícula.
Se oyen sirenas y en la oficina de Correos aparecen unos cuantos mossos. La mossa informa de lo que ha visto y apuntado, por lo que la unidad de investigación puede tirar del hilo, activando unas pesquisas detectivescas dignas de teleserie americana. El taxi ha transportado a la pareja a Sabadell. Los dos jóvenes habían subido al coche en Terrassa, luego de ir de tienda en tienda parea adquirir ropa. Habían bajado del taxi a unos metros de la oficina de Correos. Dieron al chófer veinte euros a modo de paga y señal, y dejaron en el coche prendas de vestir. “Espere aquí, volvemos en diez minutos”, dijeron. Y en diez minutos volvieron.
Las indagaciones se presentaban arduas, sobre todo cuando los mossos se pusieron a analizar imágenes de cámaras de seguridad de establecimientos ubicados en el recorrido efectuado por los atracadores. No se apreciaba nada de interés. El mismo resultado negativo obtuvieron en Sabadell.
► Tesón policial
La ropa. Había que seguir el rastro de las compras para tratar de dar con la tecla en unas pesquisas de camino agreste. Había que reconstruir los pasos de la pareja antes del asalto y para ello era necesario pisar calle, entrar en comercios, rastrear ofertas de prendas por internet. Picar piedra. Las ropas vestidas por los asaltantes no se vendían en las cadenas de establecimientos que los mossos sospechaban. Preguntando en un sitio y otro, los agentes dieron con un comercio regentado por chinos y con un local, éste sí, de una conocida cadena.
Hablaron con testigos, y supieron que una pareja, en efecto, había adquirido unos gorros, luego mutados en pasamontañas. Eran italianos, según un testigo, y la chica compradora llegó a informar del lugar en el que habían comido al mediodía. En un bar del Centre que hace ofertas los miércoles. Los investigadores encaminaron sus pasos hacia ese establecimiento. La cosa empezaba a salir a pedir de boca. Alguien los reconoció. Sí, recalcó, eran italianos. La chica había revelado incluso su nombre.
Los mossos rastrearon bases de datos, buscaron y buscaron, y encontraron algo. La luz de una identidad centelleó. En agosto pasado una joven transalpina había acudido a comisaría para denunciar la desaparición de su expareja en Italia. Poco después, desde ese país se reclamó su colaboración para reconocer unos restos mortales, posiblemente del desaparecido.
► In extremis
Podrían ser ellos los atracadores. Los policías insisten y dan con la habitación donde vivían los sospechosos. Se han ido a Italia, dice un testigo. En una red social los investigadores ven fotos de la pareja. Tras muchas gestiones saben que el joven tiene grabado un llamativo tatuaje en el cuello. El tatuaje del atracador, parece. Si han volado, hay poco que rascar. En una red social la joven anuncia el regreso a Roma. Los mossos contactan con sus compañeros del aeropuerto.
Es 13 de octubre. Han transcurrido seis días desde el robo. Son las seis de la tarde. A las siete sale un vuelo para Roma. Los mossos escudriñan la lista de pasajeros, en la que figuran los sospechosos. Dos agentes de Terrassa se dirigen al aeropuerto. Chico y chica esperan. Ya han facturado las maletas. Los policías se acercan a ellos, los rodean y los acaban convenciendo de la necesidad de que viajen con ellos hasta Terrassa. Horas después son detenidos formalmente y tres días más tarde un juzgado decreta su ingreso en prisión y obliga a los jóvenes a dar pruebas de ADN.