“Ábreme la caja fuerte”, le espetó el atracador, cuchillo en mano. “No me mires”, añadió mientras metía a su víctima, una mujer, en el lavabo de la joyería. Le ató manos y pies con bridas. Luego, con ayuda de otros delincuentes, desvalijó la caja fuerte. El asalto fue perpetrado el sábado por la tarde en una joyería-relojería de Sant Pere Nord.
La responsable del establecimiento estaba sola en el local. Su compañera se había marchado para buscar unas pizzas que comer, pues la joyería, el sábado, no cierra al mediodía.
Un tipo joven, quizás de unos 30 años, alto, delgado, entró en la tienda. Iba tocado con una gorra, gacha la cabeza, y arrastraba un carrito similar a los de la compra o a los usados por repartidores. La mujer pensó que acaso le traía correo.
Dígame, señaló, solícita. Y el recién llegado le dijo: “quiero un colgante para mi novia”. La comerciante le mostró unos que ofrecía con descuento del 50 por ciento, pero al sujeto no le agradó la oferta, por considerar los artículos de menor valor del pretendido por él. “Pero eso no es oro”, comentó. “No, es plata”, dijo la mujer. Él quería otra cosa, algo más deslumbrante, “un colgante grande de oro con una cadena guapa”.
Siéntese, que se lo saco, dijo la señora, para adentrarse a continuación en la trastienda. Era lo que el delincuente quería, y antes de que la mujer prendiese la luz del despacho el atracador ya estaba detrás. Blandía un cuchillo.
La lleva al lavabo
Con el corazón encogido, la víctima oyó “ábreme la caja fuerte”, y ella la abrió. El tipo la condujo al lavabo del comercio y de camino conminó a la asaltada a que no lo mirase. Una vez en el servicio, sacó unas bridas que portaba y ató a la víctima de manos y pies. Ella quedó tendida en el suelo. Temblando, intentó correr el cerrojo para, al menos, aislarse dentro del servicio, pero ni eso le permitía su estado de inmovilidad.
El asaltante se dio a saquear la caja, y parece que contó con la colaboración de compinches, se desconoce cuántos, a los que había franqueado la entrada desde dentro. Es un método habitual en este tipo de robos violentos: primero entra el gancho; luego, los demás mientras en la calle aguardan otros en actitud de vigilancia.
Se escuchaban voces distintas a las del tipo de la gorra, pero hablaban en voz baja, en modo de cuchicheo, quizás para que no se les distinguiese el acento.
Los malhechores huyeron tras apropiarse de todas las piezas de la caja, y de dinero en efectivo. Al poco llegó la compañera de la asaltada. Tan pronto entró, vio cajas desparramadas por el suelo. Se temió lo peor. Llamó a la otra mujer.
“En el lavabo, en el lavabo”, oyó por toda respuesta. Eran grititos frágiles, quebrados. Entró en el cuarto y allí vio a su compañera, ligada. Como pudo, le cortó las bridas. Llamaron a emergencias y dotaciones de los Mossos d’Esquadra acudieron al comercio.
Al parecer, no había imágenes de los atracadores, pues éstos arrancaron y se llevaron parte del sistema de grabación de seguridad. Una unidad de investigación de la policía autonómica analiza vídeos de otros establecimientos de la zona para intentar identificar a la banda de delincuentes.