Las “bolas de nieve” son esas esferas transparentes, de cristal o plástico, que albergan en su interior una escena en miniatura –un paisaje, un monumento, una figura. También llevan agua y unas partículas blancas, que hacen que, al agitar la pieza, se produzca la “nevada”. Con una historia que ya tiene unos doscientos años, las “bolas de nieve” constituyen, por supuesto, objetos de coleccionismo, y a ellas dedica un documentado estudio, en su número de septiembre-octubre, el boletín de la Associació de Col·leccionistes de Terrassa (ex Grup Filatèlic, Numismàtic i de Col·leccionisme), cuidada publicación muy leída y apreciada incluso más allá de la ciudad.
En su origen, pisapapeles
“Es complicado establecer la fecha exacta de su origen, comercialización y difusión, aunque generalmente se considera que surgieron en Francia a finales del siglo XIX”, escribe Santi Rius, autor de este trabajo. “En realidad, parece ser que se crearon para servir de pisapapeles, o al menos así queda constatado en un documento del año 1878.” La Exposición Universal de París de 1878 contó con siete cristaleros fabricantes de estos objetos, “lo que demuestra que ya entonces eran muy populares, seguramente porque eran considerados un excelente souvenir (es una pieza pequeña y no muy cara que muestra un lugar concreto). Posteriormente se difundieron por Inglaterra y de allí cruzaron el Atlántico para llegar a Estados Unidos, donde se llegaron a convertir en un atractivo objeto de colección”.
Francia, Alemania, Austria, Polonia, la República Checa y Estados Unidos han sido tradicionalmente los grandes productores de “bolas de nieve”. “Hay piezas de cristal muy refinadas, algunas con música y escenas minuciosamente trabajadas. En Japón se comenzaron a fabricar bolas de nieve en los años treinta del siglo pasado, y actualmente es China y otros países asiáticos los encargados de abastecer el mercado, no siempre con demasiado buen gusto.”
Las partículas que imitan la nieve eran antiguamente de porcelana, arena, serrín o incluso pan de oro, “pero actualmente suelen ser trocitos de plástico blanco. Al agua se le suele añadir glicerina o glicol para conseguir que las partículas floten durante más tiempo”.
Rius señala que las “bolas de nieve” también han tenido presencia en algunas películas. especialmente importante en “Ciudadano Kane” (Orson Welles, 1941) y “Kitty Foyle” (Sam Wood, 1940, con Ginger Rogers). “Parece ser que con el éxito de público llegó también el de las bolas de nieve, ya que en el año 1940 las ventas de este producto se triplicaron”.
El estudio sobre las bolas de nieve aparece en la sección “El col·leccionisme a internet”, y Rius comenta webs de coleccionistas de todo el mundo, que permiten conocer la inmensa variedad y posibilidades de estos objetos. Recomienda especialmente la del Museo de Bolas de Nieve de Viena, gestionado por una empresa productora, y cuyo gerente asegura que su abuelo, Erwin Perzy, creó en 1900 el primero de estos objetos.
Relojes mecánicos antiguos
Cada número del boletín acoge una entrevista de Manel Ros a un coleccionista destacado; en esta entrega es Francesc Fonollosa, socio de la entidad desde 1980. Su tema son los relojes mecánicos antiguos (colaboró en la “Enciclopedia del reloj”), cuyos mecanismos y soluciones técnicas conoce al dedillo, y que sabe reparar. “Gracias a esta afición he arreglado muchos relojes y como me gustaba cobrar el trabajo, me compensaban con otros relojes (normalmente también estropeados) que pasaban a formar parte de mi colección”, explica. Muchas técnicas y trucos se los enseñó Agustí Alvetlla, “el mejor relojero de Barcelona”, que fue quién le introdujo en el mundo de los coleccionistas y comerciantes de relojes antiguos. Fonollosa también ha coleccionado cromos de los chocolates Torras, sellos y monedas.
La publicación se complementa con la separata coleccionable (un estudio de Ana Fernández sobre la historia de la Granja Catalana) y las secciones y noticias habituales. Con dos obituarios de socios: Francesc Lanau i Bernadó, fallecido el 7 de julio, que fue coleccionista de sellos de España, y, el 15 de julio, Salvador Alavedra Invers, “uno de los socios más antiguos”.