Ana Fernández Álvarez, infatifable investigadora de la historia cultural de Terrassa, también dedica ocasionalmente sus esfuerzos a un ámbito aparentemente ajeno a ella como es el comercio. Ahora acaba de publicar, como separata del número 214 del boletín de la Associació Grup Filatèlic, un estudio sobre la Granja Catalana en el que, por supuesto, Fernández no se limita a explicar la historia del establecimiento. El trabajo es, también, un interesante relato de inmigración, el del fundador y su familia, con pinceladas del ambiente social de la época en que abrió sus puertas esta cafetería del número 19 de la plaza de Jacint Verdaguer.
La Granja Catalana la fundó, en octubre de 1976, Joan Aguilar Troya (Campillo de Arenas, Andalucía, 1943), sexto hijo de los ocho que tuvo el matrimonio formado por Antonio Aguilar y Prudencia Troya, que regentaban un bar en su localidad natal. “En un principio, la pareja quería emigrar a Argentina, pero Antonio, en su pueblo, conoció al terrassense Josep Jover, que profesionalmente se dedicaba a la representación de maquinaria agrícola, que le convenció para que se trasladara a Terrassa, decisión que tomó en 1947, cuando su hijo Joan tenia tan solo 4 años.”
Tras la barra desde los 10 años
Joan Aguilar Troya comenzó a trabajar, con 10 años, en varios bares de Terrassa. A los 13 fue contratado como camarero en el del Casino del Comerç, del que, años después, consiguió la concesión, que ejercería entre julio de 1967 y 1976. Con la apertura ese año de Granja Catalana logró tener su propio establecimiento y poner en marcha “una cafetería donde las mujeres se sintieran cómodas acudiendo solas o en grupo, sin la socialmente obligada compañía masculina”, escribe la historiadora sobre un rasgo de la sociedad terrassense de cuarenta años atrás, tampoco hace tanto tiempo. “Hemos de tener en cuenta que durante el tardofranquismo, entre las ‘buenas costumbres sociales’, aún dominaba el prejuicio que consideraba los bares como ámbitos reservados casi exclusivamente a los hombres, ya que la sociedad aún vivía mediatizada por un retrógrado patriarcado”.
Lo prueba la “curiosa advertencia· que aparece sellada en la autorización de apertura de Granja Catalana, expedida por la Jefatura Superior de Policía, el 28 de octubre de 1976: “La presente autorización queda condicionada a la no utilización de personal femenino para el servicio al público”. “!Eran en 1976!”, se sorprende Fernández.
El montepío de camareros
La última parte del artículo la dedica Fernández a la labor de Joan Aguilar Troya como presidente del Montepío de Socorros Mútuos para Camareros, Cocineros y Similares, la Nueva Alianza, desde 1981 hasta su desaparición en 1983. La institución había sido fundada en 1929, “con el objetivo de ayudar a los camareros cuando estaban enfermos o retirados, por los bajos sueldos que percibían y la falta de una seguridad social”. En la década de los ochenta dejó de tener sentido, de modo que Joan Aguilar y su junta decidieron, acatando la voluntad de la última asamblea celebrada, la disolución. El capital social -unas ochocientas mil pesetas- fue donado a la Fundació Busquets.