Jordi L. Monedero dedica un capítulo de su libro “Ovnis y contacto” al célebre caso de los dos terrassenses que el 20 de junio de 1972 fueron hallados muertos en la vía de Torrebonica.
No debe existir ser humano, por muy prosaico y aferrado a lo material que sea su talante, que alguna vez, en un momento de su infancia o su adolescencia al menos, no haya elevado la vista al firmamento estrellado sintiendo el misterio y la poética que emana de las profundidades del cosmos. El 24 de junio de 1947, el piloto nortamericano Kenneth Arnold dijo haber visto, durante un vuelo, extraños objetos moviéndose a una velocidad imposible, “como un plato lanzado al agua”, las agencias de prensa dieron la noticia, que recorrió rápidamente el mundo, y desde ese día la mirada al cielo quedó abierta a la posibilidad (la especulación, la creencia) de que por nuestra atmósfera circulen “cosas extrañas”, ajenas tanto a lo natural como a lo humano, y de que éstas sean naves extraterrestres. Había nacido el fenómeno de los “platillos volantes” o de los “objetos volantes no identificados”.
El tema parece en la actualidad un tanto “pasado de moda”, y se hace difícil imaginar las dimensiones que alcanzó en España. A partir de 1950 comenzaron a publicarse libros, y las noticias de avistamientos y artículos se hicieron frecuentes en la prensa generalista (basta consultar la hemeroteca en línea del diario La Vanguardia para comprobarlo). A mediados de los sesenta surgen entidades de estudiosos, con sus investigaciones, boletines, polémicas, y comienzan a proliferar programas de radio y relevisión, reportajes, expertos, teorías, como tan bien documentó Ignacio Cabria en su libro “Entre ufólogos, creyentes y contactados. Una historia social de los ovnis en España”. Los programas espaciales de USA y la URSS, que acabaron llevando al hombre a la Luna en 1969, también contribuían a crear un ambiente de interés por todo lo relacionado con el cosmos. En la uniformizada sociedad española de la segunda mitad del franquismo, el tema ovni llegaba de América con una pátina de modernidad, suponía cierta transgresión y una válvula de escape, e incluso de socialización, para espíritus inquietos.
El primer “suicidio ufológico”
Todo aquello, al menos visto desde ahora, se antoja como impregnado de una entrañable inocencia. Una inocencia que se quebró, revelando las trágicas consecuencias a las que podía llevar la fascinación por los ovnis, en Terrassa. En la madrugada del 20 de junio de 1972, en la vía de Renfe, a escasos metros de la estación de Torrebonica, aparecieron los cuerpos, decapitados (aparentemente, suicidio), de dos terrassenses muy interesados y activos en el tema, y conocidos en los ambientes de la ufología: Jose Félix Rodríguez Montero, de 41 años, originario de Aguadulce (Andalucía), y Joan Turu Vallès, de 21, nacido en la ciudad.En cada cadáver se encontró un papel con el mensaje, escrito en bolígrafo: “Los extraterrestres nos llaman. WKTS88”; también, en la mano derecha de José Rodríguez, un trozo de algodón.
Mucho se ha escrito desde entonces sobre los “suicidas de Terrassa”. Las misteriosas circunstancias que envolvieron estas muertes lo han convertido en un “caso” célebre de la ufología, sobre el que periódicamente vuelven las publicaciones y webs especializadas. Manuel Carballal y el terrassense Josep Guijarro realizaron en 1991 la que es posiblemente la investigación de mayor profundida (consiguieron el sumario de la causa judicial, consultaron archivos y hablaron con vecinos, familiares, ufólogos y autoridades), que sintetizaron en el artículo “Tren mortalhacia Júpiter” (revista El Ojo Crítico 41). La última novedad bibliográfica sobre el tema la firma Jordi L. Monedero, que en su reciente libro “Ovnis y contacto” dedica un extenso capítulo a este “viaje sin retorno” de dos egarenses demasiado aficionados a los ovnis.
La obra aborda el “contactismo extraterrestre”, esto es, aquellas personas que “dicen estar en contacto con seres de otros mundos”, un tema rechazado por buena parte de la ufología. En este campo inscribe Monedero el caso de José Rodríguez y Joan Turu, del que, reconoce, no aparta datos nuevos. En todos caso, su reflexión personal y una “aproximación a la interpretiación” de aquel trágico suceso basada en sus creencias cristianas, “aunque no comulgo con ninguna religión. Creo en un Dios personal y no manipulable por el ser humano.
José Rodríguez había sido pastor evangélico, y Monedero afirma que “llegó incluso a crear una nueva filosofía mística del contacto”. Subraya que, en aquella época, sin libertad religiosa, los protestantes eran vistos como una secta o un grupo sectario, “y si bien no había una persecución abierta, sí, cuando menos, se les sometía a un grado de presión muy considerable.”
“Voluntariamente”
Contra otra opinones, cree que efectivamente se trató de un suicidio, que ambos fueron voluntariamente a la muerte, y que ésta solo representaba para Rodríguez “un medio para alcanzar un fin. Según su particular filosofía contactista, los ‘hermanos extraterrestres’ les estaban esperando nada menos que en Júpiter, y el único medio para lograrlo era ‘dejando’ sus cuerpos físicos y cubriendo la enorme distancia que les separaba de su objetivo a través del plano astral. Una dura prueba de la que, al parecer, Juan Turu no estaba demasiado convencido. O quizá sí, pero dudó en las últimas horas de su vida ante el lógico pánico y nerviosismo que produce la idea de colocar el cuello sobre los fríos raíles de la vía”.
Monedero acepta, por otra parte, la hipótesis de la investigación de Carballal y Guijarro,, “los que más lejos han llevado sus pesquisas en este asunto”, y cuya lectura recomienda, de que el algodón “hubiese servido, convenientemente impregnado en éter o algún producto similar, para atenuar el estado de ansiedad y miedo que supone tan trágica muerte”.
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