Nunca imaginó que se escondería bajo una cama en un remoto pueblo nepalí, en soledad, mientras un inacabable terremoto hacía explotar una montaña demasiado cercana. Y menos pensó que, tras abrir una puerta, comprobaría que la suya era la única habitación que quedaba en pie del lugar. Un golpe de suerte, el de Míriam Castelao (Terrassa, 1985), que le salvó la vida tras sufrir el devastador seísmo de 7,8 grados en la escala de Richter que destruyó una parte del Nepal a finales de abril. La tragedia ocasionó casi 9 mil fallecidos.
¿Qué la llevó al país asiático?
Quería conocer la zona del Himalaya y practicar trekking en el valle del Langtang, que es muy popular entre los senderistas. Iba con tres amigas, una australiana, una francesa y una italiana.
¿Dónde le sorprendió el seísmo?
Todo ocurrió cuando ya habíamos recorrido una gran parte del valle e íbamos de vuelta al punto de partida. La noche anterior al terremoto, mis amigas decidieron quedarse en el pueblo de Briddhim. Yo seguí y llegué a Tambuche, un poblado donde vivían poco más de 50 personas. Pasé la noche en un hostal. A la mañana siguiente, sucedió.
¿Qué se le vino primero a la cabeza al sentir el temblor?
Debían ser las doce del mediodía cuando se produjo. Yo todavía estaba en la habitación del hostal. Lo cierto es que no sabía qué pasaba. Entonces miré por la ventana. Pensé que tal vez aquel ruido se debía a un desprendimiento en la montaña, pero enseguida el edificio comenzó a temblar. Mi reacción inmediata fue meterme bajo la cama.
¿Y qué hizo cuando la tierra paró?
Abrí la puerta de mi habitación y vi que el hostal estaba en ruinas. Sólo quedaba en pie mi cuarto y una parte del comedor. En el hostal en sí no hubo víctimas. La verdad es que tuve mucha suerte.
¿Hubo fallecidos en el pueblo?
En Tambuche murieron nueve personas. Entre ellas, algunos niños. La gente corría, lloraba. Todo el mundo estaba muy asustado. Yo preguntaba si aquello era normal allí. Pero nadie había vivido algo así.
¿Cómo se organizaron entonces?
Los nepalíes de aquel pueblo instalaron una especie de tienda de campaña donde pudimos dormir al aire libre. ¿Quién iba a entrar en las casas que aún quedaban en pie? ¿Y si había otro terremoto? En Tambuche pasé una noche. Al día siguiente aproveché que un grupo de nepalíes se dirigía al municipio de Syabrubesi para ir con ellos.
Fueron a pie, ¿imagino?
Claro. Era la única manera de hacer el recorrido entre Tambuche y Syabrubesi. Por el camino nos encontramos con trozos de carretera que no existían, puentes caídos y pasamos por zonas en las que casi teníamos que escalar por entre las rocas. Pero al final llegamos. Yo quería saber si mis amigas estaban bien y si también habían podido alcanzar Syabrubesi.
¿Las encontró allí?
En un primer momento, no, aunque por suerte aparecieron unos días después. Syabrubesi se convirtió en el punto de reunión de los excursionistas que iban bajando desde las montañas del Langtang. Bastantes aparecían con heridas.
¿Encontró a más españoles, allí, en Syabrubesi?
Tan sólo a Pol Ferrús, un chico de Barcelona que no conseguía localizar a su novia, Sara. Había desaparecido en las montañas. En aquel pueblo estábamos aislados. Sólo nos podían venir a buscar en helicóptero. Por eso cada mañana dudábamos de si ir a pie hacia otro municipio cercano, Dunche. Pero decidimos no hacerlo. Algunas personas que habían emprendido ese trayecto fallecieron en el camino.
Por aquel entonces, ¿había conseguido comunicarse con su familia?
No había tenido ninguna manera de hacerlo hasta que, en Syabrubesi, casi por casualidad, conocimos a un nepalí que tenía un teléfono que funcionaba con energía solar. Nos dejó usarlo. Pol llamó a su padre y éste se puso en contacto con mi familia. Luego, los padres de ambos se comunicaron con la embajada española en la India para que nos localizaran y ayudaran.
El Gobierno recibió críticas por haber tardado demasiado tiempo en rescatar a los españoles que estaban desaparecidos en Langtang. ¿Cuál es su parecer al respecto?
No sólo el de España, sino que todos los gobiernos reaccionaron tarde al organizar el rescate. De todas maneras, y hablo en mi caso, una vez que los responsables españoles se pusieron en marcha, la actuación fue correcta. Nos ayudaron.
Porque, ¿cuándo entró en contacto la embajada con ustedes?
Nos llamaron al mismo teléfono desde el que Pol había hablado con su padre y nos dijeron que al día siguiente nos enviarían un helicóptero. Había pasado casi una semana desde el seísmo y los alimentos en Syabrubesi empezaban a escasear. Aunque los nepalíes eran muy amables. Hubo un hombre que, pese a haber perdido a su mujer en el terremoto, cocinó durante tres días a las puertas de su casa para que todos pudiéramos comer.
Y el helicóptero al fin llegó.
Sí, y nos llevó hacia Dunche. Allí nos encontramos con Sara, la novia de Pol. Al día siguiente volamos a Katmandú. Después, a Nueva Delhi, en la India, y hacia España.
¿Qué recuerdo le queda de toda esta experiencia?
Fue como una película. Vivir el terremoto, ver columnas de humo en las montañas donde los nepalíes enterraban a sus seres queridos… Pero al fin y al cabo, nosotros estábamos allí de paso. El problema es para los locales que viven en la zona y que aún hoy sufren la falta de comida y medicinas.